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Enrique Meléndez: Mentiras, Trump, no digas más mentiras

 

La verdad es que yo no me tomé la molestia de oír el discurso de Donald Trump; porque no tenía ni tiempo ni paciencia. Primero, porque me parece un sujeto impresentable; en el entendido de que, si bien a Chávez se le consideraba un payaso trágico; estamos ante el payaso de la dicha y de la fortuna; el magnate de la torre neoyorkina, que todo lo tiene y todo lo puede. Segundo, porque se trata de un personaje que si acaso habrá leído catálogos de empresas industriales, será mucho. Todo lo demás, con respecto al grado de su ilustración, es charlatanería e improvisación.

Dijo mentiras, como lo han hecho ver algunos analistas políticos, que le siguen el rastro a las cifras, y así se ha descubierto que le pasó por encima al hecho, por ejemplo, de que más de siete por ciento; en que se encontraba para el momento de asumir Obama a la presidencia la cifra del desempleo, ahora cuando sale la deja en cuatro por ciento. Cuando Trump habla de la caída del empleo en los EEUU, producto de la migración de la industria manufacturera, lo hace en abstracto; pues cuatro por ciento de desempleo, supone que ya lo que queda es un reducto de la población. En consecuencia, por esta vía miente.

Esto en cuanto a la cifra del desempleo; pues hay otro renglones de superación de sus cifras; que hablan del éxito de un gobierno, con independencia de las contras, que enfrentó Obama, entre ellas, la de nunca tener una mayoría holgada en el Congreso, o con independencia de los errores que cometió. Ahora, el hacerse el ignorante frente a esta realidad, y tergiversar las cosas, en aras de su proyecto político, constituye un acto de mala fe; que casi nunca se había visto en la dirigencia política de ese país; donde están muy elevados los principios éticos; sobre todo, porque se trata de preservar a la nación de cualquier motivo de enajenación social, y de allí los casos de procesos judiciales, que se han visto seguir en los EEUU contra algunos figuras públicas; a quienes se les ha acusado de haber cometido alguna forma de delito. Sobre todo, además porque por esta vía Trump se está valiendo de una demagogia muy mediocre, y que es donde dice mucho su condición de antipolítico.

En efecto, en esto también coincide con Chávez, quien se alza con el poder gracias a su postura antipolítica; que era lo que estaba en boga en aquel momento, a propósito de la existencia de una dirigencia política, que había degradado mucho el ejercicio del poder, y unos medios de comunicación; desde donde se proclamaba un cierto ladronismo, y se levantaban acusaciones que, al final, resultaron carecer de base. Es decir, un escenario sobrevenido; al cual alimentaron muchos de mis colegas, que hoy en día se arrepienten; sin reparar en los éxitos que, para el momento en que es defenestrado Carlos Andrés Pérez, su gobierno, mal que bien, estaba dando resultado; lo que conoció el ex presidente como un desmadre de los medios de comunicación, que se cernió sobre su figura presidencial; sólo que en el caso de Trump ese escenario lo han pintado los medios de comunicación conservadores; auspiciadores del Brexit en los EEUU.

Son sujetos improvisados; gárrulos en el entendido de que no saben ni lo que dicen, y demasiado seductores, a propósito del hábil manejo que hacen del discurso populista, con raíces xenofóbicas y raciales; es decir, un discurso que le habla más al instinto que a la razón. El primer punto del decálogo de un populista es el de arrogarse la condición de ser el pueblo encarnado en su persona, y en esa línea nos pudiéramos remontar hasta la figura de Robespierre durante los días de la revolución francesa, y quien actuaba como tal; a propósito de los procesos de democratización; que se han venido fraguando en los tiempos modernos. Incluso, uno pudiera preguntarse por la existencia en sí de la categoría del pueblo. En efecto, hay una opinión pública, que constituye una especie de juez de los actores políticos; tal como lo era en la poesía trágica de los griegos el coro, y tomadas las cosas así, el pueblo en este caso sería un ente pasivo, tomando en cuenta su carácter demasiado abstracto y heterogéneo.

He allí la actitud paternalista que adquiere del ejercicio del populismo; lo que implica una forma de autoritarismo, y que ya comienza a manifestarse en Trump, con motivo de las amenazas, que lanza a cada instante a las empresas transnacionales de su país; lo cual constituye un atentado al libre mercado; desconociendo al mismo tiempo una serie de acuerdos y de tratados comerciales, que su país, inevitablemente, tiene que respetar.

Bien dice Octavio Paz que la mentira forma parte constitutiva de nuestro ser en la América hispánica. He allí donde cae precisamente Trump con su postura de mala fe; pues al ignorar las cifras positivas del gobierno de Obama, que hablan de un éxito de su gestión, también está demostrando que no está informado, con respecto a las premisas fundamentales de la economía de su país, y lo cual habla de su improvisación. Aparte, de la onda xenofóbica, que ha despertado en su país, junto a un machismo exacerbado; razón por la cual se observó que las manifestaciones que se llevaron a cabo en todo el país, en contra de su incipiente gobierno, sin haber comenzado, superaron con creces el público que se concentró en el escenario donde tuvo lugar su juramentación.

Además, esa mediocridad que Trump representa, va unida a una conducta vulgar, ordinaria, engreída; que se manifiesta cuando está a la defensiva, como ocurrió con el colega, que sufre un mal de articulaciones en su cuerpo, y a quien Trumpo imitó de un modo grotesco y malcriado, y que le valió el reclamo de la actriz Meryl Streep e, incluso, cuando emite una opinión sobre las mujeres o sobre las minorías raciales; alejado de ese adagio que considera que la política es la represión de las pasiones.

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