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César Malavé: Día internacional de la mujer

La historia del 8 de marzo está cruzada por situaciones y hechos que muestran que su celebración está muy ligada a hechos similares a los que dieron origen al Día Internacional del Trabajador. Esta celebración fue propuesta en 1910 por dirigentes obreras norteamericanas y, apoyada por la dirigente  alemana Clara Zetkin, en un congreso internacional de Mujeres Socialistas celebrado en Copenhague, Dinamarca, y se escogió el 8 de marzo para rendir tributo a las obreras textiles de Nueva York que en 1857, durante una huelga por igualdad de salarios y jornada laboral de 10 horas al día, ocuparon la fábrica donde trabajaban y ésta fue incendiada, habiendo perecido calcinadas 129 mujeres huelguistas. El 8 de marzo de 1911, se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer. No obstante es a partir de 1921, cuando la celebración se extiende a toda Europa y a las Américas, Asia, África y Oceanía. Con el transcurrir histórico la humanidad entera, salvo algunas excepciones, como las de los países musulmanes, se apropió de la celebración del 8 de marzo y la convirtió en una jornada universal de mujeres y hombres, que en algunos países ha sido consagrada legalmente como festejo oficial.  Finalmente, en 1977 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), convocó a todos los países miembros a que el 8 de marzo celebraran el Día Internacional de la Mujer.

La mujer, en tanto que persona humana no es más ni menos que el hombre. Sin embargo, por múltiples razones sociales, culturales o religiosas, en la realidad las mujeres han sido siempre y siguen siendo ahora víctimas de diversas y odiosas discriminaciones. El hecho mismo de que se celebre un día especialmente dedicado a las mujeres, significa que ellas, en términos generales, continúan siendo discriminadas y oprimidas de diversas formas, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en la aplicación de leyes contra la desigualdad y de los cambios positivos de conducta social e individual. Venezuela no escapa a esta situación, donde la mayoría de la población, hombres y mujeres, sufren las penosas consecuencias del atraso, la pobreza y la corrupción gubernamental, pero es peor la situación de las mujeres por la persistencia de ancestrales costumbres patriarcales y machistas.

Se dice que la mejor medida de la libertad que hay en una sociedad la determina el grado de igualdad de la mujer. Igualdad en el acceso a las oportunidades de trabajo, de creación intelectual y artística, de participación política e intervención en los asuntos del poder, etc. En realidad, sólo en la medida en que disminuyan, hasta desaparecer, las discriminaciones de género y sexo, habrá un verdadero reconocimiento a la dignidad humana de la mujer y la humanidad podrá disfrutar de plena libertad. Desde esta tribuna, tratamos de contribuir a propiciar la igualdad de la mujer. Pero no lo hacemos por la así llamada “discriminación positiva” a favor de las mujeres, sino por sus propios merecimientos en el desempeño de sus funciones y responsabilidades.