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Guillermo Ortega: Pagar o no pagar

Cada vez que Venezuela hace un pago de deuda, se reproduce más o menos la misma discusión. Una especie de dilema existencial: pagar o no pagar. Al margen de la manipulación de quienes están largos o cortos en sus portafolios, que los hay en los dos extremos, a nivel de política económica, se produce una discusión en donde muchos analistas tienden a colocarse en posiciones extremas.

Planteado de esa forma, la discusión recuerda una muy similar en la década de los ochenta, donde la deuda externa también se mencionaba como la culpable de todos los problemas de la economía venezolana.

Ahora resulta tragicómico que quienes sostenían en ese entonces que el endeudamiento era el génesis de todos los males, hoy son buenos pagadores y, por el contrario, los herederos de quienes pagaban independientemente de sacrificar la tasa de crecimiento, hoy se intercambiaron de sillas con los primeros. ¿Cuál es el problema? Que la deuda venezolana es un problema, hoy es una cruda percepción de mercado.

Los precios a los que se cotiza la deuda y los costos implícitos de endeudamiento así lo indican. No se trata de hacer ejercicios de sostenibilidad asumiendo tal o cual tasa de crecimiento, simplemente mantener el curso de la actual política económica y continuar la misma senda de pagos, es sencillamente incompatible.

Venezuela tiene que cambiar el curso de la política económica y también debe tener una política muy activa de manejo de deuda. Pero la ruta de hacer default y luego obligar a los tenedores de bonos a reestructurar la deuda, con el apoyo de organismos multilaterales como el FMI, como han sugerido algunos economistas en repetidas oportunidades, es un camino que no garantiza para nada la recuperación y un flujo de financiamiento compatible con el crecimiento. La experiencia de la década de los ochenta es muy clara al respecto.

El problema no es el nivel de deuda, sino el flujo de financiamiento que el país necesita para crecer. Es cierto que los tenedores de bonos deberían registrar una pérdida en sus libros equivalentes a la diferencia entre el precio de mercado y el valor facial de los bonos, no es necesario reestructurar para que éstos se den cuenta de esa realidad. El Gobierno, con una política activa de manejo de deuda, puede aprovecharse de esos descuentos.

El problema para el país no es tanto la deuda, ya esos precios son una realidad de mercado, el problema es corregir su política económica. Algunos se imaginan que hacer el default y obligar a los tenedores a realizar una reducción nominal en sus acreencias es un proceso sencillo, pero esos procesos son tremendamente complicados cuando aparecen acreedores con incentivos para quedarse al margen.

Incluso en episodios como el griego, donde la deuda estaba en manos de acreedores que pudieron ser obligados a participar en la reestructuración, el Gobierno tuvo que hacer pagos a acreedores que ese quedaron al margen al 100% de sus acreencias.

La ruta correcta comienza por abandonar una política económica que es básicamente incompatible con el crecimiento. Al final no es simple coincidencia que la discusión reproduzca los mismos dilemas de la década de los ochenta, lamentablemente algunos también quieren intentar los mismos caminos.