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Willy McKey: La nostalgia del Defensor vs. Dos mujeres en el Líbano

 

Lejos de Caracas, a veinticuatro horas de la jornada con mayor represión, el Defensor del Pueblo recuerda delante de un auditorio cuando era diputado, cuando formaba parte de las comisiones de cultura, cuando no era gobierno.

A menos de un día de que un joven fuera asesinado en Las Mercedes.

A menos de un día de que un blindado pasara dos veces por encima del cuerpo de Pedro Yammine.

Tarek William Saab lee las pausadas líneas de una remembranza bicameral que hoy podría parecer una evasión, un espejismo.

A menos de veinticuatro horas de que una protesta pacífica fuera atacada incluso por la retaguardia, impidiendo la retirada de los manifestantes, el Defensor del Pueblo se asoma desde un desierto por el cual insiste avanzar, sin defender a otro que no sea de los suyos, en Líbano.

Ésa es la escena.

Dos mujeres, una con la bandera de Venezuela invertida en señal de auxilio y la otra grabando la acción con su teléfono, intentan despertarlo del letargo discursivo con un grito: “¡Violencia!”

Más allá del lugar común del ciego que no quiere ver, nadie es tan difícil de despertar como aquel que está convencido de que no duerme.

Tarek William Saab se mantiene impávido, pero en la palabra se le nota que ha sido desgoznado, sacado de quicio. Calla unos segundos. Aguarda. Toma aire. Pretende seguir su discurso ahí, en la cuarta edición que tiene lugar en Líbano, mientras la mujer le pregunta dónde están los derechos de los venezolanos y grita que a su gente (a nosotros) nos están matando.

Y entonces lo hace: habla.

Deja que se lleven a esas mujeres que no se callan sin darse por enterado. Su única acción es el silencio. Hasta que decide retomar la idea. Dos mujeres con la bandera de su país son sacadas del auditorio y él no levanta la mano, no pregunta. Decide seguir el hilo del discurso. Mantiene el tempo. La cadencia recitativa.

Pero algo lo delata: las ideas ya no avanzan, se ha quedado en un loop que insiste en recordarle a los presentes que él habla de otros tiempos, que se concentren en la fecha que quiere recordar, no en el ahora.

Es una Sherezade sin razón, un cuentacuentos que teme que la audiencia se distraiga pensando en esta interrupción, en esas dos mujeres que gritan.

Vuelve a decir que era diputado. Vuelve a decir que era un sistema bicameral. Vuelve a decir que formaba parte de la comisión de cultura. Pero ahora todo esto suena como una excusa, como un extravío, como un intento desesperado de hacer ver que no siempre ha estado del lado del Poder, que alguna vez estuvo despierto. Antes. No hoy. No ahora. No con el grito de la mujer.

Su discurso no avanza en las ideas mientras se las llevan, pero mantiene la apariencia. Y la apariencia en un discurso público no es otra cosa que un ritmo, asunto de estilo.

¿Y para qué insistir en lo aparente así sea necesario repetirse? La naturaleza de la palabra apariencia indica que hay algo debajo que no vemos, algo escondido.

Durante años, la propaganda de la Revolución Bolivariana en el extranjero fue la mejor defensa ante los organismos multinacionales y las instituciones defensoras de los derechos civiles. Fue una de las formas más eficaces de invertir la renta petrolera. O al menos una de las que le dieron más rédito.

Sin embargo, la voracidad de la corrupción hoy ha vaciado las arcas y el gobierno venezolano sigue insistiendo en hacerle creer a su militancia que cuarenta dólares por barril es poca cosa.

La diplomacia petrolera ya no es una estrategia sustentable. Así que toca contar cuentos.

Lo que intenta el Defensor del Pueblo ahí, en la soledad de ese podio y enfrentando a una mujer que grita, es ignorarla, pero es imposible. Existen protocolos para este tipo de eventos y debe haber resultado visible para los presentes cuando los dos trabajadores que se llevaron a las mujeres hicieron su entrada.

Y es ahí cuando el Defensor del Pueblo deja que dos extraños se lleven a dos mujeres, quizás connacionales, que llevan la bandera del país que debería estar representando.

Ni una pregunta. Toma aire. Y sigue.

Las mujeres salen sin violencia. De fondo se oyen las mismas palabras que Tarek William Saab decía cuando el primer grito.

Que alguna vez fue diputado.

Que alguna vez hubo un Poder Legislativo bicameral.

Que estaba en las comisiones de cultura.

Se repite a sí mismo, buscando el riel, buscando el cuento que traía, el hechizo de Sherezade.

Afortunadamente para este análisis, la mujer que gritaba siguió grabando.

Si no lo hubiera hecho, habría sido imposible que se oyera a uno de los trabajadores decir “Venezuela” como si supiera a lo que se refiere la mujer cuando dice “My people is dying”.

Cuando ella lo nota, les reclama afectada: “¡Entonces díganlo!”. Y el único argumento que consigue el hombre para reconfortarla es “Somos mexicanos”.

Así: “Somos mexicanos”.

En plural y sin una chequera de petróleo que haga dudar de la legitimidad de la frase.

Ese “Somos mexicanos” es otro tipo de diplomacia: la del dolor, la del pueblo asediado por la violencia del Poder, la que aguarda justicia.

Un mexicano le dice “somos” a una mujer libanesa con la sangre puesta en Venezuela. Lo hace mientras el Defensor del Pueblo se repite como si no pasara nada, como si hoy nada doliera.

Y todo esto llega a nuestros teléfonos cuando todavía llevamos en el cuerpo la resaca de ver al presidente y al ministro de cultura bailar, mientras una manifestación pacífica era reprimida; mientras un blindado aplastaba a un joven e insistía en sus costillas, mientras un muchacho era asesinado en Las Mercedes.

Afuera, aunque el cuentacuentos se esfuerce en repetirse, alguien nos dice “somos” y no “soy”.

Y en esa viceversa es donde se diferencia la verdad de la apariencia: cuando el Poder dice “soy” no dice “somos”, pero cuando el dolor dice “somos” es porque hemos llegado demasiado lejos.

Y ya sonamos. Lejos. Doliendo.

Willy McKey  Parte del equipo editorial de Prodavinci. Poeta, escritor, docente y editor de no-ficción y nuevo periodismo. Especialista en semiología política y conceptualización creativa. Puedes leer más textos de Willy McKey en Prodavinci aquí y seguirlo en twitter en @willymckey Haga click acá para visitar su web personal.

 

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