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Alfredo Toro Hardy: Una nueva trumpeada al mundo

Tras la Segunda Guerra Mundial, y por largas décadas, Estados Unidos detentó su hegemonía sobre la mayor parte del mundo. Con el colapso del comunismo dicha hegemonía asumió carácter global. Una arquitectura internacional diseñada a imagen y semejanza de sus intereses y la capacidad para definir la agenda internacional en sus propios términos, brindaron a Washington un poder inédito en la historia. La clave de esta hegemonía se sustentaba en la aceptación a su liderazgo por parte de la comunidad internacional.

La llegada del segundo de los Bush a la Casa Blanca hizo tambalear hasta sus cimientos dicha hegemonía. Inmerso en nociones arcaicas con respecto a la naturaleza del poder, su gobierno abandonó los valores globales compartidos en función de un unilateralismo sin cortapisas. Bush número dos no supo entender, en efecto, que la capacidad para definir un mundo en términos favorables a Estados Unidos ya existía. Toda una arquitectura institucional internacional que se amoldaba a las preferencias de su país estaba allí para eso. Bastaba tan sólo articular los mecanismos de la acción colectiva a su servicio, tal como lo hizo Bush número uno en ocasión de la liberación de Kuwait.

A través de su unilateralismo prepotente, Bush dos sólo logró divorciar el poder de los mecanismos que potenciaban y facilitaban su ejercicio. En el proceso, los diversos instrumentos, mecanismos y basamentos conceptuales que daban sustento a la hegemonía estadounidense, fueron desarticulados, desactivados o fracturados. Desbordado ante dos guerras periféricas, e incapacitado para lograr que sus deseos se materializaran en casi todos los frentes, Washington evidenció durante ese período una ineficiencia operativa internacional mayúscula.

Por aquellos años Zbigniew  Brze-zinski escribió un importante libro titulado “Segunda Oportunidad” (Second Chance, New York, 2007). Según sus palabras: “El liderazgo estadounidense ha perdido gran parte de su legitimidad, la credibilidad de la presidencia estadounidense se ha visto socavada y la imagen de Estados Unidos oscurecida”. Los riesgos que ello implicaba se encontraban en relación directa a la facilidad con la cual se podía perder la preeminencia: “Lo que en el pasado tomaba siglos ahora toma décadas, lo que antes tomaba décadas ahora ocurre en un solo año. La preponderancia de cualquier potencia se ve sometida a fuertes presiones de adaptación, cambio y eventual caída”.

Brzezinski creía, sin embargo, que una segunda oportunidad era posible para Estados Unidos. Ello, en la medida en que no existía ningún otro polo de poder con capacidad para suplantar a ese país. Reconocía, sin embargo, que la recuperación de la credibilidad y legitimidad perdidas tomaría años de esfuerzo sostenido. Para suerte de Estados Unidos, Bush se vio sucedido por un cultor del multilateralismo cooperativo.

Durante ocho años Obama se dedicó a reconstruir las bases de la preeminencia estadounidense dentro del contexto de la acción colectiva. Al propiciar el liderazgo de su país dentro de negociaciones globales o de amplio alcance, Washington volvió a posicionarse como punto de confluencia y, por ende, de alta influencia. El Acuerdo deParís sobre Cambio Climático y laAsociación Transpacífico, constituyeron elementos centrales del renova-do posicionamiento internacional de Estados Unidos.

Pero, ¿podrá sostenerse la segunda oportunidad de la que hablaba Brzezinski con Trump en el poder? Claramente no. En Trump convergen unilateralismo y aislacionismo. Es decir, la tendencia a menospreciar a la acción colectiva que caracterizó a Bush con la introspección que distinguió a Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial. Bajo estas condiciones es materialmente imposible que Washington pueda seguir siendo punto de confluencia e influencia. De allí, a la pérdida de relevancia, el trecho no es largo.

Al sacar a su país de la Asociación Transpacífico dejó de lado el mayor acuerdo comercial desde la Ronda Uruguay del GATT. Un pacto que englobaba a 800 millones de personas, 42 millón de millones de dólares de PIB combinado y 40% de capacidad manufacturera mundial. Ahora decide dar la espalda al Acuerdo de París, transformándose junto a Siria y Nicaragua en uno de los tres miembros de la comunidad internacional que no lo acatan. Valga acotar que Nicaragua no lo convalidó por considerarlo insuficientemente ambicioso. Entre tanto, las demás grandes potencias convergen para reiterar su apoyo al cambio climático y guardar distancias frente a Washington.

Brzezinski está en lo cierto cuando habla del aceleramiento de la historia y de la posibilidad de que una potencia pueda pasar de la preeminencia a la decadencia en corto tiempo. Máxime, porque hoy si existe un polo de poder alternativo: China. El caso estadounidense parece poner de manifiesto aquel famoso planteamiento de Arnold Toynbee, según el cual las grandes potencias caen como resultado de la acción de gobierno suicida de sus líderes.

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