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Ramón Guillermo Aveledo: Bolívar cumpleañero

El lunes se cumplieron 234 años del natalicio del Libertador. Consecuencia del uso y abuso de su nombre ha sido debilitar un símbolo de la unidad nacional en tiempos en los que éstos son más necesarios. Pasa con Bolívar en el plano simbólico como con la Constitución en el normativo, y nos vamos quedando sin espacios de encuentro. No sé si se dan cuenta del daño que se le hace a Venezuela. Es un precio demasiado alto que pagamos todos.

Sé que sus frases dan para mucho, pero bien leídas pueden ser materia prima para la reflexión, útiles voces en momentos de tribulación social, cuando menos debemos los venezolanos dejarnos llevar por la desesperación o justificar nuestras acciones u omisiones en las de los desesperados, porque siempre mala consejera, “La desesperación no escoge los medios que la sacan del peligro”, como escribió al editor jamaiquino en 1815. Sobre todo si tenemos en cuenta, aquella carta suya a Santander en octubre de 1823: “En moral como en política hay reglas que no se deben traspasar, pues su violación suele costar caro”, algo que sabemos no porque nos lo han contado ni porque lo hayamos leído. Lo hemos vivido.

Si escribió al noble Sucre en abril de 1825 “La voluntad legal del pueblo es mi soberana y mi ley”, era coherente con lo que había dicho a Petión casi una década antes, “La aclamación libre de los ciudadanos es la única fuente legítima de poder humano”. Por lo mismo que escribía a Wilson en enero de 1824, “tengo en más a un soldado de la ley que al conquistador del universo”. La voluntad del pueblo es la única fuente legítima de poder y de la legalidad de la que se sentía obediente servidor.

“La dictadura -lo tiene claro- es el escollo de las repúblicas”, por eso volverá en carta a Wilson de 1827, como ya había insistido en el proyecto boliviano de 1826 en los límites del poder, “Las barreras constitucionales ensanchan una conciencia política y le dan firme esperanza de encontrar el fanal que la guíe entre los escollos que la rodean: ellas sirven de apoyo contra los empujes de nuestras pasiones, concertadas con los intereses ajenos”.

Por eso le era insoportable oírse llamar tirano y usurpador. Nada más doloroso para quien “Mi único tesoro es mi reputación” (Carta al Presidente del Congreso, 1824).

A su hermana María Antonia le escribiría en 1825: “No hay más dicha ni desdicha que prudencia o imprudencia”. Una verdad para la política y también para la vida, aunque cierto es que una y otra no pueden separarse.

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