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Aurelio F. Concheso: De los gallineros verticales al plan conejo

Los tan esperados anuncios sobre cómo el Gobierno y su Constituyente Comunal iban a resolver los graves problemas económicos en los que años de políticas erradas han sumido al país, terminaron en un inventario de iniciativas intrínsecamente inviables.

Veamos: controles de precios a 50 productos básicos en plena hiperinflación; uso de monedas como el yuan, rublo y la rupia que, en su conjunto, no llegan al 2% de las transacciones mundiales, para sustituir al dólar y al euro en los cambios de moneda; casas de cambio que nadie tiene la menor idea de cómo funcionarían en un sistema de tasas múltiples; y un saludo a la bandera al referirse a inversiones extranjeras que, difícilmente, vendrán mientras no haya una macroeconomía sensata.

Pero, sin duda alguna, la iniciativa más atrevida, por lo folklórica, y por lo que encierra en lo que se refiere a mayor improvisación y a deseos que, literalmente, no empreñan, es el “Plan Conejo”. Sí a ese mismo que se develó con bombos y platillos en el Consejo de Ministros del miércoles 13 de esta semana, y de la mano, nada más y nada menos, que del inefable Ministro del Poder Popular para la Agricultura Urbana. Un funcionario cuya experticia, hasta donde se sabía, está más bien por el lado de los asuntos policiales, pero que, de repente, ahora, al parecer, luce reconvertido en experto en programas agrícolas urbanos esotéricos.

Definitivamente, no luce claro de dónde le viene al Gobierno la obsesión por alejar al país de las cadenas de producción agroalimentarias ya existentes, altamente eficientes y con infraestructura de primer nivel, y que fueron construidas a lo largo de varias décadas con esfuerzo empresarial y grandes inversiones de capital privado. Tal vez viene del deseo de imitar a Mao con su fracasado “gran salto adelante”, que tantos millones de muertos produjo por la carencia de alimentos. ¿O acaso a la colectivización a sangre y fuego de los pequeños agricultores independientes o kulaks de José Stalin? Vaya usted a saber si no es otro experimento más de esos iluminados ingenieros sociales españoles que, según se dice, deambulan por Miraflores, en un intento por seguir convirtiendo a los venezolanos en conejillos de indias de sus trasnochados proyectos.

Lo cierto es que desde la ruta de la empanada como forma de promover el turismo, los cultivos organopónicos, los gallineros verticales urbanos sobre los que primero habló Hugo Chávez Frías, pasando por la idea de sembrar tomates en los floreros de los apartamentos, y hasta la dislocada idea de alguna ministra que habló de sembrar “maticas de acetaminofén”, el Plan Conejo, sin duda alguna, tiene que ser uno de los más noveles dislates de esa corriente anticapitalista que parece permear ciertos rincones de la burocracia gubernamental. Pero ¿con qué fin?

Según palabras textuales del Presidente de la República y reseñadas por el diario El Nacional, “El Plan Conejo ayudará a combatir la falta de proteína en la dieta del venezolano”, pues espera que los conejos -que se reproducen como conejos-” se conviertan posiblemente en sustituto de la carne de res y de pollo. ¿Y cómo hacerlo? El inefable Ministro indicó que se había entregado un conejo a cada familia en la acometida de un plan piloto.

De inmediato surge una duda: ¿cómo se auto-reproduciría un solo conejo? Pero más allá de ese pequeño detalle, hay un problema existencial que detectó el funcionario. Y es que el mandatario relató que Bernal le había entregado un primer lote de conejos a 15 comunidades, pero los ciudadanos no siguieron el plan al pie de la letra. Cuando volvió, ¡oh, sorpresa¡, la gente tenía a los conejitos con un lacito y los habían convertido en mascotas domésticas.

Por supuesto, se produjo así el primer revés del Plan Conejo.

Seguramente, el Plan sufrirá más reveses, hasta quedar consignado al basurero de la historia junto con los demás dislates colectivistas. El segundo de ellos, luego de superar el problema de la auto-reproducción, será como distribuir alimentos balanceados a cientos de miles de hogares, y de combatir las enfermedades infecciosas que ese tipo de cría y lo que significa el beneficio de animales a nivel doméstico y sin control sanitario.

Al final, alguien con mejor criterio descubrirá que, en vez de intentar reinventar la pólvora, para volver a llevarle proteínas de manera eficiente a la sufrida población venezolana, siempre será más productivo apoyar las cadenas avícolas, porcinas y vacunas ya existentes. Desde luego, para bien del país, ojalá que esto último suceda más temprano que tarde.

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