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Luis Vicente León: El secuestro de Lucía

Lucía había vivido una vida buena. No perfecta. Eso no existe. Había tenido problemas, crisis, enfermedades, maltratos, como todos. Pero el balance era positivo. Tenía un buen nivel de vida, una casa bonita, una familia relativamente unida, más plata que sus primas, una fuente de ingresos que parecía garantizar su futuro y algo fundamental que sólo apreció cuando perdió: libertad.

Pero Lucía era inmadura y susceptible a los cantos de sirena.

Él, como el Tartufo, sabía a lo que había venido. Se vendió como el cambio, el amigo sincero, el castigador de los malos, la compañía de los necesitados. Él venía a enamorarla… y lo logró. Y poco a poco, fue avanzando hasta el clímax de la confianza y entonces todo cambió. Ya no le daba, le quitaba. La irrespetaba y disponía de sus cosas, controlaba sus decisiones y la amenazaba y castigaba si se negaba. Le acusaba de traidora si disentía. No tenía límites. Lucía estaba secuestrada y ahora lo entendía, lo rechazaba y quería liberarse. Lo intentó. Primero exigiendo sus derechos… y falló.  Después conversando y argumentando… y también falló. Después lo amenazó con la policía… y él se rió. Intentó por la fuerza, pero ella era más débil. Trató varias veces escaparse, pero él controlaba las salidas. Y finalmente pidió ayuda a los vecinos y luego de mucho gritar, la oyeron. La mayoría se horrorizó de lo que le estaba pasando, pero las casas de atrás, que lo sabían desde siempre, ellos no.

Una vez descubierto, él ya no tenía nada que aparentar. Su posición interna y externa se endureció y se mostró como lo que es. Le conviene más. Los vecinos se dividieron automáticamente en cuatro grupos.

Uno dice que hay que cercar la casa, cortarle los recursos, el agua y la luz y eso hará que se rinda y se vaya.  Lo intentaron y por supuesto que en la casa se complicó más la vida tanto para él, como para Lucía. Pero Lucía la pasa peor que él, pues él controla la alacena y de las casas de atrás le dan recursos, agua y luz a cambio de la posibilidad de usar barato el jardín. ¿Va él a ceder en función de esta presión?

El segundo grupo cree que hay que rescatar a Lucía por la fuerza, entrar a la casa, sacarlo a patadas y destruirlo a él. Pero esa propuesta divide aún más a los vecinos. Algunos creen que arriesga la vida de Lucía, cuesta fortunas y amenaza la imagen de los propulsores, incluso dentro de su vecindario. La realidad y la historia dicen que esa operación es remota. Muy remota.

El tercer grupo cree que no hay que hacer nada. Que por encima de todo está la privacidad dentro de esa casa y que ellos no deben intervenir. Tiene una interpretación errada, pues si bien la privacidad es un valor relevante, se termina el derecho cuando dentro de esa casa ocurren violaciones de derechos. La pasividad podría convertirse en complicidad.

Finalmente el último grupo. Contra la opinión de los otros tres, éste quiere negociar con él. Sabe que será duro y peligroso. Que él intentará manipularlos y burlarse de ellos. Lo ha hecho muchas veces en el pasado. Que no se puede confiar en él. Entiende que para ser exitosos en esa negociación todos los vecinos deben participar y hacer lo que están haciendo, incluso con sus propuestas y posiciones diversas, deben presionar y elevar el costo de no hacer nada. Que sienta la presión y el peligro y con eso la necesidad de negociar. Pero para rescatar a Lucía, este grupo rescatista sabe que debe cumplir dos condiciones claves: 1) pagarle un rescate a él y 2) garantizarle inmunidad, pues ni el más tonto aceptaría un rescate que luego no podría usar. Este grupo necesita estar dispuesto a tragarse un sapo para rescatar al rehén.

No me pude decidir con cual frase culminar: ¡Pobre Lucía! o ¡Usted dirá!

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