La búsqueda de diálogo, negociación y acuerdos no es un pecado, no es un acto de traición ni es un delito. Es un espacio natural de la política, que nunca debe abandonarse ni siquiera en medio de los enfrentamientos más cruentos. Ejemplos sobran. Por eso nadie debería asumir una incisiva de esa naturaleza como algo que deba hacerse desde las sombras, entre gallos y media noche, de manera furtiva.
Pero en la oposición venezolana ha existido el temor perenne de asumir públicamente la necesidad de llegar a acuerdos con un adversario muy dado a utilizar estos espacios para ganar tiempo, correr la arruga, desprestigiar a su contraparte y llevarse la mejor tajada a cambio de nada. El gobierno ha sabido manejar esa debilidad opositora y por ello no ha dudado en “echarle dedo” a los dirigentes que han tenido la osadía de reunirse con dirigentes del oficialismo.
No ha tenido escrúpulos a la hora de utilizar el diálogo como trampa cazabobos. Y ello ha sido de posible, en gran medida, por los titubeos opositores. Si la oposición no se hubiese doblegado frente al chantaje del “qué dirán” otro gallo cantaría.
Aunque parezca mentira, hay opositores que le creen más a Jorge Rodríguez o Diosdado Cabello que a Julio Borges o a Enrique Márquez. El mejor antídoto para eso es la transparencia. Decir la verdad e informar, dentro de lo que aconseja la racionalidad , sobre la marcha de esos contactos.
Esta semana, el,día 27, se espera un nuevo encuentro en República Dominicana. Ojalá sea productivo, se avance al menos en establecer reglas de juego, cosa que no se ha hecho en todo este tiempo, que quede clara no solo la metodología sino la agenda. Que nadie juegue con cartas marcadas, que queden claramente establecidos los posibles acuerdos, y los plazos de cumplimiento. Que el gobierno dé señales reales de una verdadera voluntad de dialogar y negociar y deje de lado sus ya conocidas maniobras para ganar tiempo, no ceder nada y mal poner a la contraparte. Y que la oposición deje de jugar al “sí pero no”. Que sus dirigentes dejen de una vez por todas el complejo que los aqueja, ignoren el “bulling” del extremismo y le hablen claro al país, sin cortapisas, sin medias tintas, sobre la imposibilidad de encontrar una salida que no nazca de un gran acuerdo nacional.
Es falso que la llamada Asamblea Constituyente trajo la paz. Cuando mucho provocó una pausa en la conflictividad, porque numerosos ciudadanos opositores y descontentos cayeron en depresión y también acusaron castigo por la represión desatada contra las manifestaciones, pacíficas o violentas. Estamos sobre un polvorín social. Una Venezuela empobrecida, venida a menos por una forma desastrosa de gobernar. Por lo tanto, tomar esta experiencia de diálogo o negociación como una oportunidad para la demagogia o el contrapunteo inútil equivaldría a echarle un fósforo a un tanque de gasolina.
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