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“Paquita Sitzer: Soy de una generación a la que le tocaba no existir”

Paquita Sitzer, salvada de la persecución nazi en Les (Val d’Aran)

Tengo 80 años. Nací en París y vivo en Caracas. Estoy jubilada. Soy viuda, tengo dos hijos y cuatro nietos (22 a 31 años): no hubieran existido si unos campesinos no me hubiesen salvado de Hitler. ¿Política? Una varita mágica para impartir justicia. Soy judía, Dios es mi copiloto

Paquita fue siempre consciente de ser superviviente del nazismo. Pero su memoria se activó cuando le contactó por Facebook el historiador leridano Josep Calvet: había localizado su nombre en un documento de Les, en Val d’Aran. La epopeya de esta familia judía, que representa a otras tantas, la cuenta el documental Perseguits i salvats. La generació que : véanlo mañana sábado, a las 22.00 h, en La Xarxa y en Movistar + (canal 159). Paquita, hoy venezolana “volátil, tempestuosa, detallista y apasionada”, es consciente de que está viva gracias al milagro, y el milagro es que hay buenas personas en cualquier rincón perdido del mundo, léase Les.

¿Cuál es su primer recuerdo?

Una vela en un sótano oscuro. Un niño llora. Yo tenía dos años y medio. Los nazis acababan de tomar París.

¿Qué hacía usted ahí?

Mis padres eran judíos, y poco antes habían dejado Alemania, por miedo a Hitler. Fueron a París, y nací yo: Françoise Belinski. Mi hermano había nacido en Alemania.

Y Hitler se presentó en París…

Encerraron a mi padre en un campo. Pero se escapó, y huyó hacia el sur. Allí contactó con un líder de la resistencia, Víctor, que vino a buscarnos a mi madre, mi hermano y a mí.

¿Dónde se reencontraron con su padre?

En Pau, villa del sur de Francia, donde vivimos dos años.

¿Qué hicieron allí?

Mi padre era sastre, y trabajó. Pudo alquilar una casita en las afueras, en el campo.

Por fin un poco de paz.

Bueno, sabiendo unos vecinos que éramos judíos, se sorprendieron de una cosa…

¿De qué?

¡De que no tuviésemos cuernos!

Qué cosas…

Estábamos bien, comíamos… Me daban un poco de vino caliente rebajado con agua. Calentábamos la cama con bolsas de agua caliente. Pero los nazis se acercaron…

Otra vez…

Huimos a Luchon, pueblo francés cercano a la frontera española. Mi padre pagó a unos pasadores que nos guiarían al otro lado.

¿Pasadores?

Conocedores de pasos de montaña, un vascoespañol y un vascofrancés. Uno de ellos me llevó a hombros. Yo tenía cinco años.

¿Recuerda la caminata?

En la cima, mi madre se asustó y se quedó clavada: se desbloqueó al ver que todos seguíamos adelante.

¿Eran ustedes cuatro, o alguien más?

Otra señora de apellido judío, y yo diría que una sexta persona…, pero no sé. Llegamos a Les, en Val d’Aran, un pueblo muy pequeño. En la plaza, la Guardia Civil nos arrestó.

¿Por qué?

Mi padre llevaba documentos falsificados, pero le faltaba un visado… ¡Desde entonces, me obsesiona la documentación!

¿Qué quiere decir?

¡Siempre llevo encima mis papeles de ­identidad! Se me grabó muy hondo que vivir o morir puede depender de un papel…

¿Morir?

Sí, la Guardia Civil decidió devolvernos a Francia. Y entonces vi a mi padre llorar…

¡Nos enviaban a morir a algún campo de exterminio! Yo hubiese acabado en ceniza.

¡Pero aquí está!

Sí, porque los vecinos de Les, humildes campesinos, se opusieron. Y el sargento era buena persona. ¡Ojalá pudiese agradecérselo!

¿Qué hizo el sargento?

Nos arrestó, en teoría para enviarnos al campo de reclusión de Miranda de Ebro, pero… hoy sé que hizo la vista gorda.

¿Cómo lo sabe?

El historiador leridano Josep Calvet ha descubierto una carta en Miranda de Ebro, remitida desde el cuartelillo de Les: “Han desaparecido”, explicaba de nosotros.

Les dejó largarse…

¡Debo la vida a la buena gente de Les! Y mis dos hijos. Y mis cuatro nietos. ¡No deberían existir, según el plan de Hitler!

Es bonito poder contarlo ahora.

“¿Cómo te llamas?”, me preguntaron en Les. “Françoise”, dije. Y aquellos catalanes decidieron llamarme Paquita. ¡Y hasta hoy!

¿Y por qué cambió su Belinski natal por su actual apellido, Sitzer?

Era el apellido de mi marido, otro superviviente del Holocausto. Le conocí en Estados Unidos, ¡yo quería una hija estadounidense! Eso ofrece mucha protección en el mundo.

Ya, su obsesión por tener papeles…

Sí. Llegamos desde Les a una pensión de Barcelona, y dos organizaciones judías, Hias y Joint, nos ayudaron a llegar a Vigo.

¿Por qué Vigo?

Mi padre tenía pasajes en el barco Cabo de Buena Esperanza, con destino a Venezuela. Yo tenía casi seis años y nos instalamos en Caracas, sin un céntimo… ¡pero vivos!

¿Y cómo ha sido su vida en Caracas?

Ha habido muchas revoluciones, sobresaltos y altibajos, pero pudimos trabajar duro y prosperamos. Mi marido vendía relojes.

¿Y ahora qué tal, con el chavismo?

Venezuela es mi mamá. Me dio de comer, me educó, me crió. Ahora está vieja, en malas condiciones, pobre… ¡Pero sigue siendo mi mamá! No puedo ser desagradecida.

Se le entiende todo… Pero no se irá.

No. Venezuela exportaba petróleo y ahora exporta personas, por la ruina económica, con miles de judíos entre los emigrados.

¿Qué hace usted ahora en Catalunya?

Honrar a los que me salvaron por los pelos. Me tocaba ser uno más entre el millón largo de niños judíos asesinados por Hitler… pero fui uno de los 10.000 exiliados que pasamos a Catalunya por los Pirineos, y nos ayudaron personas anónimas, en Les. Si otras personas anónimas no hubiesen colaborado con Hitler, el Holocausto no hubiese existido.

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