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La odisea de La Guaira para Caracas

Más allá de las adversidades en horas de la mañana o de la inseguridad de las calles, solas en la madrugada, Daniela sale de su casa antes de que salga el sol con la esperanza de conseguir transporte desde La Guaira  para Caracas.

Normalmente enero es el mes más frío del año. También es cuando amanece más tarde y atardece más temprano.

Esta condición es una de las tantas que afectan a Daniela Rodríguez a la hora de salir de su casa a las 5:00 am en La Guaira, estado Vargas, para llegar a su trabajo tres horas después en La Trinidad, en Caracas, a las 8:00 am. Sin embargo, para ella no es la más importante.

Lo que a Daniela le preocupa en general, al igual que a miles de venezolanos más, es la inestabilidad del sistema de transporte, específicamente el de la línea que se encarga de subir y bajar a los varguenses a la ciudad capital.

El transporte se ha convertido en un martirio más para los venezolanos, quienes cada día tienen que despertar y salir de casa más temprano con la esperanza de llegar a tiempo a sus oficios o estudios, debido a las fallas del servicio.

Daniela sale de su casa ubicada en Las Perlas, Maiquetía, cuando aún el frío sereno de la noche le eriza la piel y la luz de las estrellas son las únicas que iluminan la calle. Recorre las tres cuadras de camino que la separan de la parada de Calle Los Baños, donde se toman los autobuses urbanos.

De allí toma un bus –y a veces hasta un convoy (un camión con la parte de atrás abierta) que ha dispuesto el gobierno como respuesta a la falta de unidades públicos-, por el costo de 1.000 bolívares, que la lleva hasta El Trébol, donde se agarran los buses para Caracas.

“A veces me toma un poco más de media hora llegar a un sitio que me queda a menos de dos o tres kilómetros solo porque no hay transporte y me da miedo caminar sola hasta allá tan temprano”,  dice Daniela a una amiga que se encuentra en la parada de Caracas.

Antes no era tan complicado y había otras opciones. A solo unas cuadras más de su casa hay otra parada frente al Puerto de La Guaira, donde solía ir para subir. Pero debido a la crisis de transporte en el estado la parada muchas veces se encuentra completamente sola o, en caso contrario, atiborrado de gente frustrada que ve pasar los autobuses provenientes de Caribe, Macuto y Naiguatá que ya vienen sin un alma más que quepa en ellos.

La clásica y venezolana fluctuación de precios

En un país donde el precio de la comida aumenta durante el tiempo que se tarda en hacer la cola para comprarla, lo mismo suele suceder con el transporte, con otras variantes, claro.

En el caso de Vargas, depende de a qué zona del estado se pretenda llegar. Para Caribe y Naiguatá (las zonas residenciales más lejanas del este de la región litoral) el costo de un autobús puede llegar en ocasiones a los 20.000 bolívares el pasaje. Para Macuto 10.000 bolívares suele ser lo más común; a Catia La Mar, la zona oeste, suele estar en 7.000 u 8.000. Daniela tiene la suerte de usar el autobús con el destino más económico: La Guaira.

Está un poco aliviada porque hoy llegó y no había demasiada gente en la parada. Solo tuvo que esperar dos autobuses –un poco más de media hora- para montarse en el servicio. Tampoco ha tenido que quejarse por los intentos de los demás de colearse en la fila al momento de montarse en el autobús. “Es un buen comienzo de día”, piensa y se alegra por el pequeño detalle circunstancial de conseguir un servicio eficiente un miércoles en la mañana.

-¿Cuánto es que es el pasaje? –pregunta una señora sentada ya en el puesto de adelante.

Como el peluche (el asistente del chofer encargado de cobrar) no le responde por estar atendiendo a otro pasajero, Daniela se inclina y le responde con educación que son 5.000 bolívares. La señora, con un amago de resignación le da las gracias y saca los billetes de su monedero.

Una ya tradicional oleada de quejas somnolientas se escuchan en gran parte de la unidad de transporte, dado que apenas hace unas semanas el costo oficial del servicio era de 3.000 bolívares, aunque los choferes de la línea en ocasiones cobraran más del doble de lo estipulado.

Hoy es distinto. El peluche, cansado de los constantes reproches de los usuarios, se dedica a aclarar que ese ha sido el nuevo precio acordado con las autoridades, quienes aseguraron que no iban a parar los buses de cobrar 5.000 bolívares. Los choferes aceptaron con la condición de no recibir menos.

Daniela se voltea hacia su amiga, quien se sentó junto a ella y le explica que, si bien 5.000 bolívares en un país donde la chuchería más barata como un pepito vale 10.000 bolívares, no es nada. Sin embargo, el golpe que representa un gasto de ese mismo monto a diario, cinco días a la semana y en promedio 20 días al mes, se carcome casi 80% del sueldo mínimo, sin contar el bono alimenticio: establecido en 279.000 bolívares desde el último aumento presidencial de Nicolás Maduro el 31 de diciembre de 2017.

Aunque Daniela es de personalidad afable y suele adaptarse rápidamente a los constantes cambios del país, cada día está un poco más desesperanzada porque sus esfuerzos por trabajar, estudiar y prosperar en el país, que la vio nacer y la acompaña a crecer, está cada momento más sumido en distintas crisis, piensa.

Tiene ya más de una semana escuchando el discurso de los distintos choferes y asistentes de la línea y hasta ahora han mantenido su palabra de mantener el costo del servicio estable. Sin embargo, en las noches es cuando esta realidad suele cambiar más rápido.

“Los repuestos están muy caros”, “El aceite está incomprable”, “Esta hora ya es peligrosa” y otro repertorio de argumentos más provenientes de los prestadores del servicio son los que ya ha escuchado la joven un centenar de veces y, aunque los comprende, no puede evitar sentir frustración cuando los escucha.

Siempre trata de tener un poco más en la cartera que el pasaje justo. Pero en ocasiones le ha tocado esperar hasta las 9:00 pm en la estación de Metro de Gato Negro para abordar un autobús que no cobre a exorbitantes precios: porque no le alcanza.

La visita de Daniela a cajeros y bancos es constante en la búsqueda de efectivo, que en los últimos meses ha decidido destinar únicamente al pago de pasajes. “Si no es para eso, prefiero no gastarlo”, asegura.

El principio de una odisea diaria

Aunque la salida de casa de Daniela en las mañanas está marcada por la espera de transportes y la constante amenaza de la inseguridad, admite que el viaje en autobús desde Vargas a Caracas no suele presentar mayores inconvenientes.

Desde El Trébol hasta Gato Negro no suele ser más de media hora, 45 minutos cuando hay un poco de tráfico en el camino. Se toma el poco tiempo para descansar del ajetreo de sus mañanas, que comienzan a las 4:00 am cuando suena su reloj y se prepara para el cambio de dinámica que hay en Caracas.

El Nacional

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