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Enrique Meléndez: Mendoza en la calle

 

El boom de popularidad que se vive en torno a la figura de Lorenzo Mendoza, recuerda mucho el mismo boom que se vivió con Carlos Andrés Pérez en el año 1988; cuando éste reventaba las encuestas en vísperas de las elecciones presidenciales, pautadas para ese año; mientras en su partido Acción Democrática nadie lo quería; pues la corriente de Jaime Lusinchi, que era la que dominaba la maquinaria partidista, había lanzado otra fórmula electoral, como era Octavio Lepage, y así que estaba planteada una disputa interna, y que terminó del modo más racional posible; pues al final Lepage se dio cuenta de esa situación, que se vivía en torno al liderazgo de Pérez, y terminó renunciando a sus aspiraciones.

Es por eso que se dice que la candidatura de Pérez ese año se fraguó por aclamación exterior, y eso era algo que venía sonando desde años atrás. Yo recuerdo un artículo de Juan Liscano escrito en un momento en que ni siquiera Pérez había asomado públicamente su candidatura; donde éste reconocía que Pérez a la larga se iba a imponer con ese liderazgo de rancio populismo adeco, como lo caracterizaba; siendo no obstante considerado por figuras como este Liscano y un grupo de señores, encabezados por Arturo Uslar Pietri, que se hacían llamar los Notables, entre otras cosas, como “el choro mayor” de Venezuela, y esto debido a un proceso judicial, que se le había seguido a raíz de su primera presidencia, y con motivo del escándalo suscitado alrededor de la negociación de un barco frigorífico, que se había comprado, supuestamente, con sobreprecio; que, aunque dicho proceso no pasó de una condena política; mas no así administrativa, que hubiera sido el motivo, para llevarlo a la prisión, con los años se alimentó el prejuicio de que era el político más corrupto, que se había conocido en Venezuela, y no obstante, para ese año 1988 reventaba las encuestas; pues la gente pensaba en ese momento que con un segundo gobierno suyo se iba a tener el mismo estatus económico, que se tuvo durante su primer gobierno en plena década de 1970; cuando todo sobraba en este país, pues estábamos reproduciendo el reino de Jauja, la Venezuela saudita, y donde el presidente se daba el lujo de regalarle un barco a Bolivia.

Claro, a esta altura el pueblo venezolano ya no es tan elemental; como aquél de la década de 1980; que era muy simplista en sus apreciaciones, y entonces con sólo pensar en un Pérez colocado en el solio presidencial, se imaginaba que éste iba a reproducir su gobierno de vacas gordas; que es el reverso que se observa en el caso de la popularidad de Mendoza; pues este señor lo que transmite es trabajo y producción; que es algo que encaja en su condición de empresario, y no un liderazgo mesiánico, que por medio de decretos va a reproducir una situación de bonanza económica; y esto porque durante todos estos años se ha aprendido que el problema, que nos ha llevado a esta vida miserable en la que estamos, es de orden económico; de modo que hoy en día, en cuanto a las soluciones, en el que se piensa, para instrumentarlas, es un empresario; lo cual parece una tendencia que se impone en el mundo; partiendo de Piñera en Chile, Macri en Argentina, Macron en Francia, Trump en EEUU…

En el caso venezolano el líder político, a partir de 1928, con la famosa revolución protagonizada por un grupo de estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, se gesta en las aulas universitarias. Se trata de un liderazgo burocrático, profesional; en ruptura con el liderazgo que se había forjado en las montoneras, sobre todo, en el siglo XIX; cuyos últimos representantes habían sido Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez; un liderazgo del tipo caudillesco; para dar paso al hombre de ideas, de doctrinas; siendo los más conspicuos representantes de esta generación Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera.

Fue lo que dio origen a la democracia de partidos; tomando en cuenta que estos tres liderazgos apadrinaron maquinarias organizativas, que se expandieron por todo el territorio nacional, y que promovieron un febril activismo político; que terminó en pugnas, en descrédito de los unos contra los otros, en defenestraciones partidistas en el medio de la dirigencia política; mientras se generaba en el alma del venezolano el sentimiento de la antipolítica: un campo abonado que conseguía Hugo Chávez, a propósito de la narrativa de su proyecto político.

Que es también la otra ventaja comparativa que tiene el liderazgo de Mendoza en esta oportunidad: estamos ante una clase política, a la cual le ha hecho mucho daño la capacidad de maniobra del gobierno; a partir del momento en el que le escamotea la Asamblea Nacional; cuyo rotundo éxito se lo reduce a nada; de pronto uno se consigue, que se ha elegido una representación legislativa, a la que no se le hace caso, y a la que se le termina relegando con la elección de un aparato; que vendría a arrogarse la parte legislativa de aquélla: además de convertirse en un aparato de terror del régimen; un tumbacabezas, la llamada constituyente cubana; al igual que lo es la Sala Constitucional del TSJ y el resto de poderes públicos; donde la arbitrariedad contra los partidos de la oposición está a la orden del día; de modo que la imagen que ha quedado de estas organizaciones es que su dirigencia es claudicante, sobornable, apaga fuegos; que es la imagen que quedó a raíz de los cuatro meses, que se tuvo de protestas callejeras, y cuyo enfriamiento se debió, supuestamente, a una negociación política; donde estaba de por medio la elección de gobernadores.

En estas condiciones nadie se atreve a votar por esta gente; convirtiéndose la actitud abstencionista en una forma de protesta contra uno y otro polo político, y que es lo que, al parecer, de acuerdo a los resultados de las encuestas, está en capacidad de revertir una candidatura como la de Lorenzo Mendoza. Es decir, otro caso de aclamación exterior.

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