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Antonio Pérez Esclarín: Educar en y para la solidaridad

Educar en y para la solidaridad supone  despertar  la responsabilidad, la compasión y el sentido de justicia. En palabras de Juan Pablo II, “la solidaridad es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos responsables de todos”. La solidaridad verdadera nos libera de la demagogia y  retórica, de la ambición y  egoísmo, del afán de poder y de tener.  El dinamismo de la solidaridad comienza cuando el otro deja de ser extraño y entra a formar parte de nuestra vida, de nuestros sentimientos, preocupaciones y ocupaciones. Tenemos que empezar a sentir el hambre de los otros como nuestra propia hambre, la falta de trabajo de los desempleados  como nuestro desempleo, los golpes a los otros como si nos los dieran a nosotros;  y  trabajar por superar los problemas de la violencia,  la injusticia,  el hambre, la falta de medicinas…  Sólo cuando las personas aprenden, a través de procesos educativos, a ver,  sentir,  y sufrir  por los demás, podemos hablar de una educación que empieza a transformar las vidas. La ausencia de esa capacidad de encuentro profundo con los semejantes no sólo es reflejo de una educación distorsionada, sino  que es también la causa de que la sociedad siga sin desarrollar una auténtica cultura de derechos humanos.

Educar en y para la solidaridad implica trabajar con ahínco para establecer  un país y un mundo  donde todos podamos vivir con dignidad,  como conciudadanos y hermanos, y vaya desapareciendo la violencia, la injusticia, la opresión. Por ello, exige no sólo ponernos al lado  de los que sufren cualquier discriminación o maltrato, sino también en contra de quienes excluyen y oprimen, o  viven  en la opulencia y el derroche sin importarles la suerte de los demás.

Educar  en y para   la solidaridad va a exigir también educar  en y para la austeridad,  la sencillez, el compartir y el adecuado aprovechamiento de los recursos,   para que los educandos comprendan y vivencien que nuestro planeta tierra no aguanta tanta destrucción, y  que el desarrollo consumista no es sustentable.

Si queremos  educar en y para la solidaridad y no meramente hablar de ella y proponerla,  los educadores debemos organizar las aulas y centros educativos como espacios en los que se viva cotidianamente la solidaridad. Esto  exige  combatir la cultura del individualismo, donde se enseña a competir más que a compartir y  cada alumno busca su éxito particular sin importarle el fracaso de los demás,  y fomentar el servicio,  la cooperación,  y  la ayuda especial a los alumnos más necesitados.  Sólo si logramos que todos los alumnos se involucren en los aprendizajes de todos y sean capaces de  aportar su colaboración y tiempo en beneficio de los más necesitados o  con mayores dificultades,  estaremos educando en y para  la solidaridad..

En estos tiempos de escasez, hambre e inseguridad, educar en y para la solidaridad va suponer, entre otras cosas, revisar las exigencias de uniformes, libros  y útiles, las tareas para que no supongan gastos innecesarios y tratar de garantizar  a todos los alimentos imprescindibles  mediante esfuerzos comunitarios. Y va  exigir también trabajar para que en los centros  educativos se viva un ambiente de alegría,  seguridad y acogida, desterrando toda amenaza, discriminación  y ofensa. En definitiva, la solidaridad es un modo práctico y eficaz  de expresar el amor, que siempre es cuestión de obras y no de meras palabras.

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