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Víctor Maldonado: La verdadera guerra económica

Todo socialismo tiene como objetivo subyacente el colocar a la sociedad en condiciones de servidumbre. Para lograrlo debe acabar con el sistema de mercado y transformar al estado en la única entidad con capacidad para distribuir y garantizar control social. Lo que logra es el sometimiento por esclavitud. Necesita exacerbar la dependencia de los individuos respecto de Leviathan, que a la vez no siente tener ninguna obligación recíproca con sus gobernados. El régimen requiere que cada uno se relacione con el gobierno en condiciones de extrema sobrevivencia. No acepta competencia. Le parecen repugnantes las comparaciones. Necesita demoler cualquier modelo de gerencia. Pretende que todos y cada uno desgranen las horas de todos sus días en colas implacables que al final solo son la reiteración de las cadenas a las que están atrapados todos los que viven bajo su dominación. Repudia el trabajo productivo, degradándolo hasta hacerlo víctima de los comisarios políticos que privilegian la ideología sobre cualquier criterio de productividad. Niega la verdad, porque es desoladora.

El socialismo del siglo XXI es un depredador de la propiedad privada y un obsesivo conformador de monopolios. Ellos son una hegemonía política que también son dueños de sectores productivos completos. Las empresas siderúrgicas están en sus manos, perfectamente quebradas y abatidas en su operatividad. Las empresas del aluminio están también en sus manos, y también demolidas en su capacidad para aportar bienestar y recursos a las finanzas públicas. Las empresas cementeras fueron nacionalizadas para transformarlas en la representación más perfecta de la incapacidad y el desinterés. El 69% de las centrales azucareras del país (11 de 16) son propiedad del gobierno y ya sabemos cómo ha caído la producción de azúcar y cuánto cuesta conseguir un kilo del producto. Por ejemplo, los cañicultores afirmaron en 2017 que la cosecha de caña de azúcar se había contraído en un 70% ese año, lo que solamente permitía atender al 21% de la demanda de azúcar del país. Así podríamos narrar hasta el infinito la tragedia de cada uno de los sectores agrícolas, agroindustriales, y en general todos aquellos sectores donde el régimen ha metido la mano. Lo mismo se podría contar del sector eléctrico, del servicio de agua potable, de la recolección de la basura, de las escuelas públicas, de los hospitales, de la prevención de epidemias y enfermedades, del suministro de medicinas. La lista es tan amplia como los tentáculos intervencionistas del régimen y su afán por destruir todo lo que le haga sombra. Y por supuesto, el logro más sorprendente: la quiebra de la empresa petrolera.

La verdadera guerra económica se ha fraguado contra el sistema de mercado, la libre competencia, el respeto por los derechos de propiedad y el ánimo inversionista. Los comandantes de esa guerra económica han sido los ideólogos y ejecutores del socialismo del siglo XXI. Las armas de exterminio han sido el intervencionismo a través de la ley de la superintendencia de precios justos, el régimen de control de cambios, la inflexibilidad de una ley laboral que ha generado desempleo y desinversión, la fijación unilateral de salario mínimo, la competencia desleal de empresas públicas, la inseguridad en las carreteras del país, la arbitrariedad y el decomiso ilegal que se practica en las alcabalas, la corrupción de puertos y aduanas, la destrucción de los servicios públicos, el abatimiento del bolívar, la indisciplina fiscal, la intervención cubana de notarías y registros públicos, la expoliación generalizada de los bienes, activos e inventarios privados, el bloqueo del mercado internacional, el colapso del transporte aéreo nacional e internacional, y ahora, como resultado de todo esto, la caída del consumo por el empobrecimiento atroz de los venezolanos.

Los costos de esta guerra contra la economía venezolana se cuentan por miles. Miles de industrias que han cerrado. Miles de comercios que han quebrado. Miles de empleos que han desaparecido. Y la permanencia de un gobierno obeso que tiene más de 2.7 millones de empleados públicos, que presionan el desorden fiscal y provocan ingobernabilidad e ineficacia. El país ha sido víctima del desfalco de sus activos sociales, del tiempo que se ha perdido en estos experimentos, del atraso progresivo en relación con el resto de los países del continente y de la pérdida de una generación que no ha visto otra cosa que este desmontaje atroz de las posibilidades del país. La guerra económica emprendida por el socialismo del siglo XXI es parte de la trama de destruccionismo que intentan todos los comunismos para transformar a los ciudadanos en esclavos. Esas colas que se aprecian en todo el país, la gente comiendo basura, la desbandada que se aprecia en las fronteras, la crisis humanitaria que todos aluden, son caras del mismo esfuerzo: el socialismo en acción, emprendiendo contra todo indicio de modernidad y libertad. ¿La ganará definitivamente el régimen?

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