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Alberto Mansueti: El Estado, sus límites y el lavado cerebral

El “Estado” es una institución para prevenir la guerra, reprimir el crimen, cobrar impuestos para estos dos fines, y para contratar la construcción y el mantenimiento de “obras públicas” en beneficio del común: represas y embalses en los ríos, calles en las ciudades, y carreteras en los campos.

“Guerra”, no es ataques e invasiones a otros países, sino la “defensa” contra ellos, defensa nacional, según los principios cristianos o “liberales” antes aceptados en el “mundo occidental”. En cuanto a “crimen” es el uso de la fuerza o el fraude para atentar contra la vida, libertad y propiedad.

Para nada más existe “el Estado”. Sólo en estos casos es legítimo el uso de la violencia, la “fuerza pública”; y sólo para los tales fines es legítimo el cobro de impuestos. Y para sus tres propósitos, cuenta con sus entidades “represivas”, tales como las Fuerzas Armadas y policía, y también las Oficinas de Recaudación de Impuestos.

En las funciones represivas, hay riesgo de abusos de autoridad. Para evitarlas y prevenirlas, cuenta el Estado además con instituciones “burocráticas”: (1) la Diplomacia, para tratar “asuntos exteriores”, Foreign Affairs en inglés; (2) la Justicia para resolver pleitos y juzgar los crímenes, y cuidar que las víctimas reciban justas “reparaciones” de los responsables, o de no ser posibles, “compensaciones”; y (3) el Parlamento, para control de lo relativo a impuestos, servicios y obras públicas, y en general la política del “Gobierno”, la “Rama Ejecutiva”.

Es decir: por su trascendencia y gravedad, las funciones represivas se acompañan de ciertas “formalidades”, incluso solemnes, respectivamente para (1) las relaciones diplomáticas con los otros países; (2) juicios y “debido proceso” en las Cortes; (3) sesiones y actuaciones del Parlamento. Estas no son actividades represivas sino “burocráticas”.

Dificultad I: el carácter limitado del Estado no se entiende, porque hace 100 años que el socialismo recarga al Estado de funciones adicionales, para las cuales recibe facultades y poderes y adicionales, y colecta toneladas de impuestos adicionales. Ideólogos y jefes socialistas han inventado gran cantidad de falaces pretextos para justificar esta indebida extensión.

Todas las instituciones sociales, públicas y privadas, como todo lo que existe sobre la faz de la tierra, encierra posibilidades, pero al mismo tiempo límites, que son determinados por su propia “naturaleza”, que es “específica”, o sea privativa y exclusiva suya, de nadie más. Por ejemplo con las herramientas: las hay de jardinería, de cocina, y de aseo personal. Y el Estado es una herramienta.

Las herramientas de jardinería son la pala, el pico, el azadón y el rastrillo; y el veneno para los insectos. Las herramientas de la cocina son los cuchillos, el colador, las ollas y sartenes para guisar y freír. Las de aseo personal son jabón, peine, cepillo de dientes y pasta dental, champú para el pelo, hojas de afeitar, y tijeras para uñas. ¿Quién podría “confundirlas”, ignorando sus usos específicos?

Nadie en su sano juicio usaría las del jardín para cocinar, o las de la cocina para el aseo personal. Porque las herramientas tienen sus límites, no pueden usarse para todo o cualquier propósito; sería un “despropósito”. Un sinsentido, algo absurdo, ilógico, anormal, irracional, “antinatural”.

Sin embargo, hay una clase de seres que ha incurrido en estos despropósitos: los socialistas, los cuales nos han lavado el cerebro; por eso hoy la gente no puede imaginar solución para problema alguno que no venga del “Estado”, una herramienta esencialmente represiva y burocrática, la cual puede servir eficazmente para sus propósitos específicos, pero no para otros. De tanto pretender que se use para todo, la herramienta se ha averiado y arruinado, se ha “corrompido”; y las otras herramientas están en desuso, y sus usos nos son desconocidos.

Dificultad II: las ideas de límites y naturaleza no se entienden, porque otra clase de seres, los “motivadores”, esos “oradores motivacionales” y escritores de tonterías de “autoayuda”, tienen convencida a la gente de que “no hay límites, no existen”; todo puede lograrse, es sólo cuestión de buena voluntad, determinación e “imaginación creativa”. Otra clase de seres les hacen eco: Pastores “cristianos” que te convencen de que “los límites son sólo mentales”; ¡hay que tener fe!”

Así (1) el “marxismo clásico”, en el siglo XX pasado, nos ha convencido que la naturaleza de las instituciones puede ser variada, cambiada y moldeada a voluntad por el poder. Le han atribuido al Estado facultades de empresario, educador, médico, cuidador de ancianos, huérfanos, discapacitados y desvalidos. (2) Y ahora, en nuestro siglo, el XXI de la que antes fue la “Era Cristiana”, el marxismo cultural nos quiere convencer de que también la naturaleza de las personas puede cambiarse, como por ejemplo el sexo, así que un hombre puede transformarse en mujer, y viceversa; y que además la “institución” del matrimonio entre hombre y mujer, también puede ser alterada “por ley”, o sea de manera obligatoria.

¿Cómo fue esto? Para lavar cerebros, cambiaron las tres “herramientas del aprendizaje”, según la educadora británica Dorothy Sayers: Lenguaje, Lógica y Retórica, que en la “Era Cristiana” de antes componían el trívium, un terceto de asignaturas que se enseñaban como “propedéuticas”, es decir preparatorias para las otras ciencias, las cuales se veían como encargadas de investigar la verdad.

Esto era así en todas las escuelas elementales y medias, para los niños y adolescentes. ¡Pero eso se desapareció hace cientos de años!

Dificultad III: La Gramática se olvidó. Pretenden reemplazar la lógica normal por “lógicas no binarias”, donde la verdad no es verdad y lo falso no es falso; así nos impiden identificar las falacias. Y transformaron la retórica en arte de hablar bonito pero sin respeto ni amor a la verdad. Por eso en el lenguaje corriente, nos han obligado a aceptar el “Estado de Bienestar”, que es fuente de todo el “malestar” actual. Nos quieren obligar a hablar de “género” en vez de sexo; y así imponer el “matrimonio igualitario”. El colmo: nos dicen que la verdad es “relativa”, ¡o que “no existe”!

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