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Óscar Vallés: Sin respaldo popular no hay paraíso

Viendo las cosas en retrospectiva, el secreto socialista es tomar por asalto las fuentes del poder político de la sociedad y sus instancias burocráticas del Estado. En Venezuela no vayan a pensar que eso fue «por diseño». Chávez se tropezó con las fuentes del poder porque las circunstancias se las mostraron con crudeza. Con el golpe del 2002, comprendió que la FAN es una fuente demasiado determinante de poder y era preciso «personalizarla» poniéndola a su servicio. Desde entonces son bolivarianas, socialistas y chavistas. A finales de ese año y principios de 2003 lo sorprendió el paro petrolero de una PDVSA meritocrática e institucional, y entendió que la fundamental fuente de poder financiero del país debía también ponerla a sus pies. La industria se declara «roja rojita». En 2004 los ciudadanos de Súmate le mostramos lo volátil que es el respaldo popular como fuente de poder con el referendo revocatorio de su mandato. Lo enfrenta montando el más fastuoso y corrupto sistema de clientelismo político, con el pomposo y marcial nombre de «misiones». Finalmente, la derrota que los chamos universitarios le propinaron en 2007 a su pretendida reforma constitucional, le enseñaron lo peligrosa que puede ser la libertad de expresión e información para sus propósitos de dominación. Decide terminar con esa fuente de poder diezmando canales televisivos, cadenas radiales y periódicos, siendo además Chávez, técnicamente, un demagogo muy eficiente. De esa manera accidentada de intentos sucesivos de desalojarlo de Miraflores, el fundador de la revolución conoció y manejó a su antojo las cuatro únicas fuentes del poder político en Venezuela, porque otorgan la capacidad de producir cambios históricos profundos o de impedirlos.

Cuando Maduro hereda esas fuentes del poder las recibe con dificultad. La FAN tendría que desplazar de su comandancia en jefe a uno de los suyos para adoptar un civil con bajos créditos curriculares. Desde entonces, mantener esa fuente de poder le ha salido muy costosa a la revolución y al país. La voracidad de la camarilla del ministro «rojo rojito» y el traspaso de esa fuente al inquilinato militar fue suficiente para desmantelar PDVSA y quebrarla definitivamente. La industria es un pesado e ineficaz componente burocrático sin visos de reversión a corto plazo. El respaldo popular al líder carismático de la revolución que se mantenía alrededor de unos 45 puntos, se vino al piso con Maduro que apenas se acerca a un 25 por ciento, en el mejor de los casos, y tal vez esa cifra refleje más el temor de los encuestados al no saber si la encuesta es del gobierno. Finalmente, aunque se mantiene el sistema de medios públicos que crea Chávez, su capacidad para producir matrices de opinión que ayuden a revertir el rechazo popular y ampliar las bases sociales de soporte a su gobierno ha llegado a su punto de saturación. Luego, la única fuente de poder que le queda a la revolución es la militar, dado que no hay más fuente de financiamiento a la vista y la credibilidad de la revolución ya no tiene más aliento ni nuevas esperanzas. La otra fuente, el respaldo popular, es precisamente lo que ahora está en juego en Venezuela y lo único que puede nivelar la balanza política.

Desde la perspectiva de las fuentes del poder, el rechazo al gobierno debe transformarse en respaldo popular articulado para producir un cambio político. Lo que está de bulto en el horizonte es esa gran tarea pendiente de la oposición de liderar una política de masas dirigida por una estrategia unitaria de cambio político. Así entendí las jornadas de abril a julio del año pasado. Las fotos de miles de personas en la autopista del este contenidas por tanquetas y lacrimógenas eran la expresión gráfica de esas dos fuentes de poder político luchando por imponerse. La remembranza de aquellas semanas gravita cada vez que pienso la fuente de poder que logramos acumular, sabiendo que lo que una vez fue, evidentemente, jamás sucederá igual otra vez. Las movilizaciones y los propósitos del 2017 son una referencia de lo que somos capaces, pero no hay una fórmula mágica para que puedan ser replicados, menos aún sin el componente unitario que lo hizo posible. Un solo puño de tierra no hace esa montaña.

Desde esa perspectiva no tiene nada de sorprendente que la revolución intente por todas las vías a su alcance demoler la única fuente de poder que desafía su dominación. El gobierno puede sostenerse con un enorme repudio de la gente, mientras no se colmen las calles de protestas «políticas» y no se produzcan avalanchas «electorales». Esta cuestión es de altísima importancia. Hay que repetir hasta el cansancio que no hay otra manera de articular el respaldo popular por el cambio. Sin concentraciones y sin votaciones, el respaldo popular no existe ni el cambio llegará. La revolución lo sabe muy bien. Los sucesos de 2017 le sirvieron para dejar bien claro al país y al mundo que ellos están dispuestos a preservar el desierto en las calles a cualquier precio: 6.729 protestas reprimidas y 163 muertos registrados desde el 1 de abril hasta el 31 de julio, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, además de 5092 arrestos y 1325 personas privadas de libertad de acuerdo al Foro Penal Venezolano, en esos 4 meses. El balde de agua helada que los jefes políticos de MUD les dieron a las protestas con la tesis de «preservar los espacios», también vino en auxilio para apagar el infierno desatado por el gobierno en las calles y los hogares venezolanos.

Clausuradas las protestas, este 2018 será el año elegido por la revolución para hacer lo propio con el voto. Le toca el turno a la clausura de las mesas y centros electorales. El Rasputín electoral del gobierno siempre le impone a la oposición unos lapsos y condiciones de decisión «maximin»: la mantiene en ese dilema de decidir estrategias donde es muy costoso lograr el máximo provecho de lo mínimo posible. Diferir las elecciones presidenciales de abril a mayo solo modificó el espectro de los agentes porque los incentivos maximin se mantuvieron igual. De haber mantenido las elecciones en abril ni siquiera Henri Falcón se hubiera apuntado en la aventura. Pero diferirla para mayo lo logró, aun cuando la aventura sigue siendo la misma. Cuando faltan 28 días para la elección presidencial, si no se vislumbra una nueva ventisca opositora que pueda impedir que esa aventura electoral se convierta en un éxito político de Maduro, presenciaremos un golpe tremendo contra la fuente de poder respaldo popular. Incluso, si continua esta «calma chicha» será muy propicio para los candidatos minimizar pérdidas y abandonar ese barco para resguardar oportunidades futuras. Mientras tanto, la revolución tiene todo listo para proceder a ponerle el candado al sufragio en Venezuela. Al menos esa fue su pretensión al tratar de imponer una mega elección que borrara del calendario nuevas elecciones en los próximos cuatro años. Se les coló la Asamblea Nacional. Imagino más por problemas operativos del CNE que por respetar el ordenamiento constitucional. La revolución prefirió dejar pendiente esa elección dentro de dos años antes de otorgarle a la oposición unos meses más para organizarse, porque están conscientes que una sociedad movilizada electoralmente puede articular más eficientemente su descontento a favor del cambio político. Si no se produce una alineación estratégica con sentido unitario en las semanas por venir, después del 20 de mayo nos quedará entonces el camino más difícil: concebir y dirigir esa articulación en las calles. En ese terreno donde Maduro cree que su última fuente de poder político las tiene todas consigo.

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