Un estudio de Cifras & Conceptos mide el impacto de la llegada de venezolanos a Colombia
Seis de cada diez votantes probables tienen o ha tenido una persona natural de Venezuela en su entorno inmediato. Así lo revela un estudio realizado por Cifras & Conceptos para EL PAÍS durante esta campaña. La impresionante cifra casa bien con las impresiones que día a día se viven en el país andino: en cualquier conversación casual la cuestión de los vecinos llegando es inevitable. La mayoría de veces adquiere un cariz personal: amigos, conocidos, compañeros de trabajo e incluso familiares. Al fin y al cabo, en los años ochenta y noventa fueron muchos los colombianos que hicieron el viaje inverso. No en vano la mitad de los encuestados afirma conocer a algún colombiano de nacimiento que ha terminado por regresar debido a la crisis que vive la nación que un día les acogió.
En la costa Caribe estas cifras aumentan hasta un 77% y un 83% respectivamente. Históricamente, la franja norteña que divide a los dos países ha sido una de las fronteras más porosas del continente. La actual situación la ha puesto a prueba, tensando tanto esta región como el Oriente colombiano. Aquí, hasta un 67% de los posibles votantes afirma conocer a inmigrantes venezolanos. Una cifra similar a la de Bogotá, que por ser la capital y centro económico del país ha atraído una cantidad particularmente alta de nuevos llegados. No tanto de nacionales retornados, que parecen concentrarse (o al menos tal es la percepción) en las dos regiones ya mencionadas y en el Valle del Cauca. Un departamento que, a pesar de encontrarse relativamente alejado de Venezuela, es un emisor histórico de emigración dadas las difíciles condiciones de vida que muchos enfrentan en él.
Para siete de cada diez encuestados, el contacto con las personas de origen venezolano se produce en la calle. Un 34% cita el transporte público (y aquí hay que tener en cuenta que no todas las zonas del país cuentan con este servicio en iguales proporciones, como se verá), mientras que uno de cada cuatro los cuenta como vecinos y uno de cada cinco, como compañeros de trabajo. Sólo un 5% afirma no haberse cruzado con ninguno. Una cifra irrisoria.
De nuevo es particularmente interesante comparar los resultados por regiones. En los departamentos orientales, donde la llegada masiva de venezolanos ha implicado una crisis humanitaria en toda regla, hasta un 80% afirma haberse encontrado con ellos por la calle. En Bogotá, por el contrario, gana la percepción en transporte público. En otra expresión de la misma crisis humanitaria, la presencia de ciudadanos venezolanos solicitando algún tipo de ayuda a los usuarios del sistema de buses Transmilenio de la capital se ha convertido en una parte de la rutina de los bogotanos.
Todos estos datos conforman un espejo en el que se refleja la profunda crisis por la que atraviesa Venezuela. Son el reverso de los que revelaba la Encuesta de Condiciones de Vida de la venezolana Universidad Católica Andrés Bello el pasado febrero: un 8% de hogares con al menos una persona viviendo en el exterior, y casi 250.000 emigrados a Colombia entre 2012 y 2017 (una cifra probablemente inferior a la real). Algunos de los motivos están en el mismo estudio: un 87% de núcleos familiares están en condición de pobreza (61.2% llegando a la pobreza extrema), una cifra similar asegurando que los ingresos no son suficientes para comprar alimentos, y en consecuencia un 64% de venezolanos perdiendo peso en el último año (con 11.4 kg de media). Una situación que, como cabría temer, afecta más a los que tienen menos recursos: entre el 20% más pobre de la población, tres de cada cuatro menores de 18 años dejan de ir a clase al menos alguna vez por falta de comida, una cifra que desciende hasta poco más de uno de cada cuatro entre el 20% más rico (aún así, escandalosamente elevada).