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Enrique Meléndez: El otro país

 

La impresión, que se tiene, es que estamos en otro país; además de una añoranza, por aquél que se perdió. Entonces todo era más fácil, como lo recuerda un señor en una cola, para comprar pan, y que ese es el deporte de ahora de los venezolanos; caerse a hablar mal del gobierno en esas esperas en las panaderías; cuando no a recordar aquellos tiempos; cuando un sueldo de diez mil bolívares alcanzaba para todo. ¿Pañales? Eso era una cosa que se regalaba: doce pañales en un paquete. Entonces los valores de las cosas andaban por los cien o doscientos bolívares; de modo todo se podía comprar: carne para bistec, para mechar y moler.

-Dígame el pollo –agrega el señor-. Un pollo no pasaba de ciento cincuenta bolívares. En la carnicería de la esquina de mi casa, ahí compraba yo todo. Entonces tenía los muchachos chiquitos.

Ellos se han ido del país. Porque ese es el otro tema de conversación: lo que se está conociendo en estos instantes como el síndrome del nido vacío: éste tiene un hijo en Perú; aquél uno en Chile; el otro en Colombia; lo que Nicolás Maduro llama con todo el despecho del mundo, los lava pocetas; aun cuando más de uno de ellos gana más que un profesor titular de una de nuestras universidades, y como se lo ha demostrado más de uno, que vive en estas condiciones, a Maduro por las redes sociales.

Por eso es que suena cínico ese anuncio de Maduro, de que diseña un plan para aquellos venezolanos, que se han ido; lo han perdido todo, a propósito de la aventura, que los llevó al extranjero, y ahora quieren regresar a su país. En efecto, hay más de un venezolano, que no le ha ido bien; como el caso, que me cuenta un amigo, que vive en España, de tres familias: el padre, la madre y otros dos hijos casados; que viven en un apartamento en Madrid hacinados. No consiguen trabajo o lo que ganan no les alcanza, para que cada uno forme su tienda aparte. Sin embargo, en estas condiciones se consideran, que están mejor que en Venezuela.

Porque esa era otra cosa: el venezolano no se desprendía totalmente de la casa; pues la mayor parte de los nietos se criaban con los abuelos; cuando no vivía con ellos bajo el mismo techo, y eso es lo que más intensifica la pena de la sensación del nido vacío. Es un dolor que se lleva adentro; pero que no se manifiesta, porque cada padre siente que, así su hijo esté pasando trabajo en el extranjero, es mejor que no esté aquí. Más de uno lo ha escrito: es un riesgo vivir hoy en Venezuela, y en todos los sentidos: hambre, falta de medicamentos, inseguridad, abuso de autoridad, colectivos armados, además de persecuciones políticas, y con esto de los colectivos armados se ha vuelto a revivir la antigua figura del cacique local; la Venezuela pre-gomecista; tomando en cuenta el poder que abrigan los llamados pranes de estos colectivos; que son los que controlan todo en este momento; desde la droga, hasta la distribución de las cajas CLAP, y este es el otro tema, que también sale a relucir en las conversaciones en esas colas: la caja de los CLAP ahora no llega completa.

Una señora se pone a enumerar los productos que trae: cuatro atunes, dos paquetes de harina de maíz, dos aceites, un paquete de arroz, un paquete de azúcar… 32 productos; muchos de los cuales no llegan completos. ¿Por qué? Esa es una cuestión de Freddy Bernal, que es quien está al frente del sistema. ¿Estará al tanto de esto? Sí lo sabe; sólo que se hace el pendejo; porque conoce bien de cerca al monstruo, partiendo del hecho de que el pran es de los que dicen que Maduro mandará en Miraflores, pero que en el barrio manda él. He allí en consecuencia la Venezuela de los caciques locales, y que son los que le garantizan al gobierno el control total del barrio, a la hora de votar; a cambio de que le permitan el rebusque: a cada caja le sacan uno o dos productos, y el resultado es que hacen una caja de 32 productos, que no entra en la contabilidad, y a esa los pranes la venden en el mercado negro.

En efecto, nuestro espíritu buscón nunca más fue tan abyecto, como lo vemos hoy en día, y esto sin duda por efecto del hambre; una economía de guerra, sin atravesar por un conflicto bélico, y donde lo único que nos salva de los días duros de nuestra guerra de independencia es que ya no hay generales crueles, que decapitaban a pueblos enteros; mientras violaban a las mujeres y a los niños; pero todo lo demás, lo tenemos: gente que muere a diario por desnutrición, por falta de medicamentos, por atraco a mano armada; cuando, además, no deja de ser cruel la circunstancia de que Maduro anuncie que ahora sí se va a ocupar de la economía; sacar de la miseria a aquellos que él volvió miserables. De hecho, todo lo que es la política de las cajas CLAP,  no deja de ser una forma de jugar con el hambre del pueblo.

¿No es pobre y desventurado un pueblo, al que su presidente le tiene prometido un regalito, si votan por él? Pues ese regalito no deja de ser un caramelo de cianuro; por el hecho de las consecuencias que traerá a la larga a la economía; teniendo a la vista que se trata de una oferta monetaria, sólo que sin respaldo alguno, y esto va a presionar sobre ese fenómeno, que estamos padeciendo en nuestra economía, que se conoce como hiperinflación, y la cual Maduro no siente; puesto que, como se observa, se mantiene en una torre de marfil en Miraflores, rodeado de Cilia y de un asesor español de nombre Segundo Serrano Mancilla, quien a cada instante le sopla en el oído, que las cosas van de mil maravillas; a cambio de un sueldo de unos cincuenta mil dólares, según se ha estimado en las redes sociales, que le tiene asignado; especialista en política antineoliberal. Por lo demás, Venezuela tiembla por estos días, con motivo del 1 de mayo, y la amenaza de Maduro de venir con un nuevo aumento salarial.

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