Todavía no ha se ha celebrado la votación, pero ya pueden constatarse importantes hechos que marcarán la nueva configuración de la política nacional. Entre ellos destaca que en la disputa entre participación y abstención, la conducta electoral mayoritaria se ha inclinado a favor de concurrir a los comicios, tal como lo indican los sondeos de opinión, de modo que la lucha por el poder se mantiene anclada básicamente dentro de la horma del sufragio universal.
La naturaleza de los conflictos presiona desde hace muchos años para que esa horma estalle, lo que conduciría a que los antagonismos existentes se diriman por medio de otras modalidades de lucha distintas a las de las reglas e instituciones, que tendrían que prevalecer para garantizar la convivencia. El rostro de la violencia se asoma intermitente, como relámpagos de una tormenta que debe evitarse.
Como lo señala Elías Canetti en Masa y Poder a propósito de la democracia parlamentaria, el voto es “el instante decisivo, el instante en el que uno se mide realmente. Es el vestigio del encuentro sangriento que se imita de distintas maneras, amenazas, insultos, excitación física que puede llegar a los golpes y al lanzamiento de proyectiles. Pero el recuento de votos pone fin a la batalla”. En fin, el sufragio es la forma civilizada que sustituye el campo de batalla mortal.
La base esencial del sistema político y la inclinación general de los ciudadanos ha permanecido dentro de la horma del sufragio, a diferencia de lo ocurrido en otros momentos y países. El sector Gobierno continúa moviéndose dentro de esos límites, lo cual es de suma importancia, más allá de las contravenciones que puedan señalarse. Del lado del sector oposición se ha producido una división, pero todo indica que ha tenido lugar un reordenamiento en el que pudieran predominar los partidarios de mantenerse dentro del esquema electoral.
En el transcurso de este proceso, también se ha generado una nueva segmentación del electorado. La polarización en dos grandes bloques no ha desaparecido, pero han emergido nuevos perfiles de identidad, con sus propias variables de definición. Uno de esos espacios es el de quienes aspiran a un cambio pero sin grandes confrontaciones. Hasta hace poco eran votantes diluidos en el recipiente único de la Mud, pero ahora tienen fronteras propias que lo constituyen como un nuevo sujeto.
Otro perfil de identidad que ha surgido corresponde a franjas que tienen su núcleo en el sentimiento propagado por el cristianismo evangélico y que se ha implantado de manera difusa más allá de las fronteras de cada una de sus comunidades. El fenómeno no es nuevo en Latinoamérica y recientemente se manifestó con fuerza en Costa Rica.
En la nueva configuración de la política nacional que surgirá de la votación del domingo resaltan en consecuencia los siguientes elementos: anclaje de la política en los mecanismos del voto; constitución de un nuevo segmento opositor con una identidad distinta a la Mud y la emergencia de un espacio “evangélico” político con el que no se contaba hasta ahora.
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