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Alberto Mansueti: Camionero, inventor, empresario

 

En el calendario de memoriales consagrado por la izquierda, hay un “día internacional contra la pobreza”: celebran los “planes sociales” como gran remedio contra la miseria. Así los “progresistas” nos retrotraen a la época del Imperio Romano decadente: “papá Estado” regalando comida. En Roma era trigo, aceite y vino; ahora es arroz, plátanos y pollo. En Roma se añadía “Circo gratis”; ahora es “Fútbol para todos” (y todas).

La verdad va por otro lado: los planes sociales y el estatismo perpetúan la pobreza; la globalización la reduce. Y ese es el verdadero remedio. La globalización amplía los mercados, incrementa el comercio internacional, y por ende la producción mundial, creando nuevos empleos por doquier, y enriqueciendo los existentes: los hace más productivos, y mucho mejor pagados.

En el año 2002 el economista Javier Sala i Martín hizo un estudio sobre la pobreza en el mundo entre los años 1970 y 1998, con datos del Banco Mundial: la gente viviendo con un dólar al día o menos (eso es “pobreza extrema”) cayó del 20 % al 5 %. Y con 2 dólares diarios, del 44 % al 18 %. Y ha sido por causa de la globalización, no de los “planes” ni la “ayuda internacional”.

¿Y qué dio un enorme impulso a la globalización? Un invento maravilloso: el “contenedor” (container), un vagón desmontable para el transporte marítimo o fluvial, terrestre y multimodal, que se usa para llevar motores, maquinaria, vehículos, cualquier clase de mercancía, incluso carga a granel.

Los pobres del mundo le deben su progreso a Malcolm McLean (1913-2001), simple camionero, que inventó semejante prodigio. Nacido y criado en una granja rural, en una familia de siete hermanos, comenzó su carrera de niño, vendiendo huevos. Apenas terminada la escuela media, se empleó en una gasolinera. Y en medio de “la Gran Depresión”, hizo ahorros como para comprar un viejo camión usado, por 120 dólares (de antes), año 1934. Con sus hermanos Clara y Jim, cargaba pacas de cigarrillos, cuando “papá Estado” no extorsionaba a fumadores y empresas tabacaleras ni sus distribuidoras.

Una tarde de 1937, en el Puerto de Hoboken, New Jersey, esperaba que los estibadores terminaran de pasar una carga de bolas de algodón desde su camión al barco. Y se preguntó: “¿Y por qué no podría cargarse directamente en el buque la caja del camión, si fuese desmontable, usando una grúa?” ¡Había inventado el “contenedor”! Pero una idea tan genial e innovadora, al comienzo fue rechazada: poca es la gente que busca soluciones a los problemas; ¡la inmensa mayoría busca problemas a las soluciones!

Malcolm tuvo que esperar. Pero no lo hizo de brazos cruzados, ni pidiendo ayuda al Gobierno. En los años ‘40 había aún suficientes libertades económicas, y menos barreras de ingreso a los mercados; en 1955 había hecho de su negocio familiar la McLean Trucking Co., segunda empresa de transporte en EE.UU., con más de 1.700 camiones, 32 terminales y cotizando en Wall Street.

Malcolm se propuso navegar. Pero el Gobierno era un estorbo: las estúpidas “leyes antimonopolio” prohibían tener una naviera a una firma de transporte terrestre. Y Malcolm corrió el riesgo: vendió su parte en la empresa de camiones y compró una naviera, la Pan-Atlantic Steamship Co., a la que le añadió unas instalaciones portuarias en Florida, todo por U$S 25 millones. Después otra naviera, la Waterman Steamship Co. Sorteando dificultades legales, fusionó estas empresas, y les compró dos viejos cargueros militares de la guerra, que modificó para transportar contenedores bajo cubierta.

El primer viaje se hizo en 1956: su buque “Ideal-X” zarpó con 58 contenedores desde el puerto de Newark (Nueva Jersey) hacia Houston (Texas). Malcolm demostró que se podía; y redujo el coste de cargar un buque desde U$S 5,36 hasta 0.19 por tonelada, 39 veces menos, y en mucho menos tiempo.

Para hacer posible este milagro, Malcolm también introdujo mejoras en el proceso de “paletización” (embandejado): poner la mercancía sobre un palé o bandeja para su almacenaje y transporte. Así se logra uniformidad y facilidad en la manipulación, se ahorra espacio, y se reduce el tiempo de carga y descarga. Pero debió contratar seguridad personal, habiendo recibido amenazas de muerte de los sindicatos de estibadores, y de muchas empresas “competidoras” que no saben competir.

La historia no había terminado. Con su lema “un barco sólo gana dinero cuando está en el mar”, siguió innovando. Estandarizó las medidas de los contenedores, y de los chasis de los trailers, patentó las medidas y las registró como norma ISO, ¡pero las dejó abiertas al uso público! En los ‘60 amplió sus instalaciones en varios puertos. Y sus rutas comerciales en EE.UU., y el mundo: hasta Rotterdam y Bremen, en 1967; hasta Hong Kong y Taiwán, en 1968.

Nosotros, los liberales clásicos del Movimiento Cinco Reformas, celebramos el “Día del Empresario” el 14 de noviembre, cumpleaños de Malcolm McLean, porque nos identificamos con su historia. Y con la de otros empresarios como Henry Ford, que no inventaron un producto, sino unas formas nuevas de industrializarlo, con iguales “materias primas” que los otros fabricantes.

Ford no inventó el automóvil, sino la línea de montaje, un medio más eficiente, más rápido y menos costoso para producirlo en masa, y ponerlo al alcance de las familias. Mclean vio que el problema de los costos no estaba en los productos, sino en la manera de conducirlos a sus destinos.

Somos emprendedores políticos, cansados de la ineficacia de los “tanques de pensamiento”, esas grandes “Fundaciones” liberales que llevan años y años predicando “las ideas de la libertad” en el aire, con loable rigor académico, pero en abstracto, sin Programa concreto capaz de enamorar a la gente, mostrando el camino para sacar a nuestras naciones del estatismo, paso a paso. Trabajamos con un producto que ya existe, el liberalismo clásico, y que los “tanques” pretenden vanamente vender en bruto, como materia prima sin procesar. Y descubrimos ciertas maneras inéditas para procesarlo, “empaquetarlo”, etiquetarlo, y lanzarlo para su distribución al gran público.

Hasta ahora, los “tanques” y Fundaciones no se convencen, porque están demasiado aferrados a sus viejos métodos, aunque sin mucho éxito. Nos ignoran; ¡fingen que no existimos! Ya llegará el día que aguardamos, porque somos el futuro; si es que nuestra América mestiza tiene futuro.

¡Saludos a los buenos y hasta la próxima!

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