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Vladimiro Mujica: Gaslighting en red

 

A mi amigo Ernesto Medina, quien fue el primero en advertirme sobre el uso del gaslighting.

Aparentemente el término gaslighting proviene de una obra de teatro inglesa de 1938 “Gas Light”, en la cual un marido intenta enloquecer a su esposa usando una variedad de triquiñuelas y engaños, hasta llevarla a cuestionarse sus propias percepciones y realidades.  Posteriormente la obra fue llevada al cine en 1940 y en 1944. En psicología la palabra comenzó a usarse unos años más tarde, y es ahora definida como una forma de abuso mental, en la cual se intenta confundir a la víctima para que dude de su memoria, de sus percepciones e incluso de su cordura. Es interesante que esta forma de atropello mental y psicológico se emparenta cercanamente con la implantación de memorias, una técnica empleada por algunos terapeutas inescrupulosos, o simplemente incompetentes, para crear recuerdos que el paciente juzga como reales a partir de una distorsión de los hechos cuyo origen son las memorias reprimidas. Ambas técnicas de deformación de la realidad ocurren frecuentemente en casos sutiles de ventajismo sexual que no involucran violencia física.

El uso de gaslighting, una palabra para la cual no hay una traducción adecuada al español, y la implantación de memorias en el terreno personal sería, de por sí, suficientemente condenable, pero en verdad este hecho palidece frente a su uso como estrategia de control y dominación de la sociedad, especialmente bajo regímenes autoritarios o totalitarios. Aunque sin ir tan lejos, el fenómeno ha sido inclusive analizado en el caso de los Estados Unidos de Donald Trump en un libro muy reciente y revelador de Amanda Carpenter “Gaslighting America: Why We Love It When Trump Lies to Us” (Gaslighting a los Estados Unidos. Porqué nos encanta cuando Trump nos miente). En el mismo se explora la tesis de que los propios paradigmas culturales y políticos de la sociedad norteamericana pueden contribuir a que esta sea víctima de las abiertas manipulaciones y mentiras verificables del gobierno.

La situación en Venezuela es particularmente preocupante porque el régimen, indudablemente con la asesoría de los cubanos, ha desarrollado una maquinaria de construcción de verdades a la medida, el equivalente de la implantación de memorias, combinado con el creciente uso de técnicas de dominación psicológica como el gaslighing, para demoler la psiquis colectiva de los venezolanos y hacernos ver que el régimen es indestructible. Eso conduce a un debilitamiento de la voluntad de lucha contra la oprobiosa dictadura que gobierna a Venezuela y a la resignación de los ciudadanos. Es innegable que esta criminal estrategia de destrucción del espíritu de la nación ha tenido un éxito importante, y es uno de los elementos claves a tener en consideración para buscar salidas al hueco histórico en que está hundido nuestro país. Una de las manifestaciones más extremas de esta estrategia de control es la represión, incluyendo el asesinato y la prisión de sus opositores, y la total insensibilidad del gobierno frente a los padecimientos, el hambre y las enfermedades de la gente, y sus oídos sordos frente a las protestas nacionales e internacionales. Ustedes hagan lo que quieran, parece ser la única respuesta del gobierno ante las protestas y el sufrimiento de su pueblo. Nosotros somos eternos.

Uno de los mecanismos prácticos más importantes para el uso del gaslighting es la manipulación de los hechos y la construcción de verdades a la medida en los medios sociales. El reciente escándalo que ha rodeado el descubrimiento en Facebook de un ataque articulado de distorsión dirigida sobre individuos y hechos en la red social, probablemente emparentado con el ataque ruso contra la candidatura de Hilary Clinton durante las pasadas elecciones presidenciales, ha dejado nuevamente al descubierto la vulnerabilidad de los sistemas de información públicos. Mucha gente dejó de leer periódicos y libros y de consultar fuentes independientes, y su realidad, tanto para tomar decisiones personales sobre compras y diversiones, como sobre asuntos políticos, proviene exclusivamente de una limitada red de contactos y sitios web.   Ello crea una vulnerabilidad extrema cuyos alcances apenas estamos empezando a entender. La construcción de la post-verdad, un término acuñado a propósito del manejo de información para el diseño de realidades a la medida, se ha convertido, dada su enorme relevancia, en un área de investigación en periodismo, sociología y ciencias políticas.

De vuelta al caso venezolano. Tan preocupante como las perversas estrategias del régimen para la manipulación y control de la sociedad venezolana, es la facilidad con que la oposición democrática es presa y víctima de estas estrategias. ¿Qué duda cabe de que buena parte de las mentiras y distorsiones sobre el liderazgo opositor provienen de laboratorios del gobierno? Para muestra basta un botón, con la reciente campaña en relación a la doble nacionalidad del presidente del TSJ en el exilio, orquestada por el chavismo para deslegitimar a la institución. Todos deberíamos saber a estas alturas de lo que el régimen es capaz. Sin embargo, no deja de sorprender como la gente se hace eco de las campañas de destrucción de individuos, partidos e instituciones. El asunto va inclusive más allá, porque es nuestra propia gente la que usa las redes sociales para aniquilar a buena parte de la dirigencia opositora, como si se creyera el ingenuo discurso según el cual el país está en añicos por culpa de un mal gobierno y una mala oposición y que en consecuencia es necesario salir de ambos, como si en verdad las responsabilidades fuesen iguales. Un reciente artículo de Thays Peñalver, titulado “Aquí todos somos necesarios” discute en excelentes términos un tema que yo he planteado insistentemente y que puede resumirse en una frase: O nos salvamos todos o no se salvará nadie. La conclusión inescapable y desconcertante es pues que las técnicas de gaslighting e implantación de memorias que usa el régimen triunfan en buena medida porque nuestra propia gente está dispuesta a aceptarlas y a convivir con ellas, como si se tratara de un perverso gen cultural. Precisamente este ángulo del problema es explorado en nuestro reciente libro “La Rayuela de Pablo. Un Laberinto de Reflexiones sobre Venezuela”.

Entender las ramificaciones y complejidades del uso de las herramientas de la psicología social para entender el hecho político, más allá de las consideraciones del materialismo histórico en el que muchos de nosotros crecimos, es un reto intelectual fascinante. Pero, trascendiendo el disfrute intelectual, aterra la fragilidad de nuestras mentes individuales y nuestra psiquis colectiva ante la manipulación estructurada y planificada como instrumento de dominación social. Hace mucho tiempo que deberíamos haber entendido la naturaleza del enemigo al que nos enfrentamos.

 

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