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Alberto Mansueti: Por qué los artistas odian el capitalismo

 

El marxismo siempre ha estado contra el industrialismo, desde sus inicios, cuando la Primera Revolución Industrial, en Inglaterra, a fines del siglo XVIII, allá en Manchester. Y el cine se ha hecho eco del marxismo, con infinidad de películas, para cada generación, sobre (y contra) las “pésimas condiciones de trabajo” de los obreros “explotados”, o sea el “proletariado”, etc.

En 1936 el por entonces ya célebre Charles Chaplin hizo la película Modern Times (“Tiempos modernos”). Su mensaje es: el obrero es víctima de la industrialización, de la “línea de montaje”, o producción en cadena. Siempre lo mismo: en el cine europeo tuvimos I Compagni (“Los compañeros”), de Mario Monicelli, en 1963, sobre una huelga en una fábrica textil de Turín, Italia, a fines del siglo XIX. Y “Germinal”, película francobelga de 1993, dirigido por Claude Berri, con Miou-Miou, Renaud y Depardieu en los papeles principales. Se basó en la novela homónima del francés Émile Zola, año 1885, clásico folletón de propaganda anticapitalista, sobre una huelga de mineros en el norte de Francia, en la década de 1860. Publicada y traducida en más de cien países, este bodrio “Germinal” ha inspirado nada menos que cinco adaptaciones para cine, dos para TV, y un musical, en más de siglo y medio.

Dejemos aparte a los profesores, esos “intelectuales” de izquierda, habladores de tonterías socialistas, en clase y por escrito, con título en Filosofía, Antropología, Sociología, Cs. Políticas, etc. Pongamos atención a los actores y actrices, directores, guionistas y productores de cine; y a todos los creadores de bellas artes (algunas muy feas), con o sin diplomas: músicos, cantantes y letristas, teatreros, pintores, grabadores y escultores, también poetas y novelistas, literatos en general.

Ludwig von Mises (1881-1973), líder de la Escuela Austriaca de economía en el siglo XX, disfrutaba mucho el teatro con su esposa Margit, actriz en su juventud. En su libro de 1954 “La Mentalidad Anti-capitalista” dedica un delicioso capítulo a “Los comunistas de Broadway y de Hollywood”. Broadway es al teatro lo que Hollywood al cine. Una avenida de Nueva York, la más famosa de Manhattan. Cruza la plaza Times Square, y abriga una veintena de teatros del “Circuito Broadway”. Los Premios Tony son al teatro lo que los Oscar al cine.

Explica Mises que los artistas deberían estar agradecidos del capitalismo, porque desapareció la estrechez económica que impedía a las grandes mayorías disfrutar de sus obras de arte. Así les liberó de la férula de reyes, príncipes y obispos en rol de “mecenas”, y les abrió la opción de que el gran público, a través de las taquillas, juzgara sus obras de arte. El capitalismo creó la industria del entretenimiento, que enriquece a los artistas. La gran multitud abarrota cines y teatros, y los actores más populares viven en palacios, con piscina y mayordomo. ¿Por qué son tan malagradecidos?

“El Capitalismo y los Historiadores”, de 1954, es un libro editado por Friedrich Hayek, con análisis de diversos autores sobre cómo los historiadores, de izquierda principalmente, nos han mentido sobre los orígenes del capitalismo, y sus supuestamente funestas consecuencias para los obreros fabriles, cuando la Revolución Industrial. Tratan también sobre los artistas, y señalan varias razones de su odio al capitalismo y amor al socialismo.

(1) Hayek menciona la ignorancia. Una persona que quiera entender mínimamente cómo es el proceso de mercado, debe dedicar varias horas diarias de buenas lecturas, durante cierto tiempo. Y todos los artistas, celebridades buscadas por la prensa, opinan siempre sobre los temas públicos, para no lucir ignorantes; pero carecen de tiempo, muy atareados con sus novelas o cuentos, sus obras musicales o esculturas, pinturas, canciones y poemas. Dan conciertos en giras, firman sus libros en las librerías, organizan exposiciones. Y sobre todo: están pendientes de los certámenes, concursos y premios. ¿Informarse antes de opinar? ¿En qué tiempo?

(2) Soberbia, orgullo. Los artistas suelen ser egocéntricos y tienden a darse mucha importancia a sí mismos. Un público fanático les sigue y aplaude constantemente, cualquier cosa que digan a la prensa, así sea una idiotez. Muchos han recibido premios, y nominaciones; y se creen más inteligentes y más preparadas que el resto de la humanidad. “Es el viejo y extendido pecado de la arrogancia”, afirma en su artículo “Los intelectuales europeos y el capitalismo” el politólogo liberal-conservador Bertrand de Jouvenel, inventor de la “Futurología”. Los artistas creen saber más que nadie lo bueno o malo para todos. La publicidad comercial capitalista sostiene el cine y la TV, que de ella viven, y ellos también, indirectamente. Pero la detestan “porque fomenta el consumismo”. ¡Como si ellos fueran ascetas frugales, y no grandes consumidores de sofisticados y caros artículos de lujo!

(3) Envidia e ingenuidad. No todo artista tiene éxito comercial, y lo que su arte le rinde le parece pequeño comparado a sus ambiciones. Pasa pobre la primera parte de su vida, y por eso señalan la “desigualdad”. ¿Qué “desigualdad”? Pues un vulgar empresario o gerente, gana millones por vender cosas vulgares como sardinas o carne de vaca enlatada, a gente vulgar, en un mercado libre orientado a los deseos de las masas incultas, creados por la publicidad.” O sea: “¡Esta es una sociedad injusta!” Los socialistas en cambio, le prometen al crédulo artista un sistema de arte subsidiado por el Estado, pagando tanto a los estetas, como al público consumidor de arte. ¿Cómo no apoyarles?

Todas estas explicaciones son válidas, y complementarias. También la mía: me parece que el socialismo les atrae a los artistas porque son muy creativos e imaginativos: imaginan un mundo todo planificado y dirigido a voluntad, tal como ellos planifican y dirigen las obras de arte que crean. Confunden realidad con ficción. Vocacional y profesionalmente, habitan mundillos hechos a voluntad por sus creadores. Y en el clima de irracionalidad hoy reinante, también el público, y la inmensa mayoría de los políticos y de sus simpatizantes y electores, tienden a creer que la sociedad puede ser amoldada a voluntad y “manejada” por los gobernantes metidos a “ingenieros sociales”, tal como pasa en la ficción.

Por eso los directores de cine adhieren a una nefasta ideología “dirigista”, que aspira a que un Presidente caudillo nos “dirija” nuestras vidas y destinos. Ellos eligen a los actores para cada nueva producción, reparten los papeles, y dirigen todo en el set de filmación: a los guionistas, camarógrafos y ayudantes. Sus órdenes se obedecen. Corrigen, y regañan. ¿No les gusta cómo quedó una escena? La mandan a repetir. ¿Una parte del guion? Lo mandan a reescribir. ¿Hace falta más dinero? Llaman al productor. Y tienden a creer que todo puede ser así en una nación entera. O que “debería” ser así.

En el teatro es igual en este aspecto; y en el ballet y en la ópera. Creatividad es “crear” un mundo aparte de lo real cotidiano: un universo de formas y colores, de sonidos, o palabras, según la voluntad del artista. Entender la realidad no es tan necesario en el arte: la materia prima obedece, se amolda y se adapta, plásticamente. Así el pintor combina formas y colores sobre su lienzo, que no se resiste; el escultor talla las figuras sobre madera, bronce o yeso, conforme en su mente se le ocurren; el músico escribe a su gusto las notas que quiere sobre su pentagrama. El papel aguanta todo. Y en los tiempos de hoy, con tanto increíble apoyo de las maravillas tecnológicas, más que nunca antes en la historia.

Por todas estas razones, los artistas odian el capitalismo y en cambio aman esa entelequia que llaman “el socialismo”. ¡Y el mundo ama a los artistas!

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