No podemos negar que estos cortos párrafos posean, en la calina de nuestro espíritu, una profunda remembranza hacia Venezuela, tierra de gracia que nos abrió sus puertas ofreciéndonos paz, trabajo y libertad durante un largo tiempo de nuestra larga existencia, y ahora, lejos de ella, en un pliegue del mar Mediterráneo, rumiamos aquellas hermosas dichas.
A ella le ofrecemos estas palabras sueltas sobre la libertad.
Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville, cinceló un pensamiento al que nos unimos: “Pienso que yo habría amado la libertad en todos los tiempos; pero me siento inclinado a adorarla en la época en que vivimos”.
Y el temible Robespierre, al que tanto temía y a la vez adulaba Fouché gritaba: “Huid de la antigua manía de querer gobernar demasiado; dejad a los municipios el derecho de organizar sus propios asuntos, en una palabra, devolved a la libertad de los individuos todo lo que se les ha arrebatado ilegítimamente”.
Corría el final del siglo XIX faltando algunos años para encontrarnos con las páginas de “Extraterritorial”, a cuyo autor, George Steiner, uno lo recuerda en el discurso pronunciado al recibir en la ciudad de Oviedo el “Premio Príncipe de Asturias” en Comunicaciones y Humanidades 2001.
Vino a su recuerdo aquel tiempo grumoso del pasado siglo. No era nueva la luz alargada sobre los muros, y con todo coexistía el respeto al ser humano y la certeza de ser portadores de valores inconmensurables enraizados sobre la propia esperanza tan necesaria en toda época.
Años después llegaría la barbarie sobre una cruz svástica y el horror inundaría el horizonte de millones de personas hasta hacerles preguntar al cielo protector la razón desmesurada del tal agónico calvario.
Sin la libertad de pensamiento y acciones, cuya base es la escritura, el grito y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media.
Y si hoy algunas naciones y no otras (miró adolorido hacia Venezuela) están en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque hombres y mujeres imbuidos de coraje han abierto rendijas con sus propias manos entre los años más oscuros, para enseñarnos la luz de la emancipación.
En sus escritos “On libeerty” – “Sobre la libertad” – John Stuart Mill escribió: “… Los déspotas tampoco niegan que la libertad sea excelente; sólo que no la quieren más que para sí, y sostienen que todos los demás son indignos de disfrutarla”.
Esas expresiones que Venezuela hoy soporta no deben obligarnos a poner rodilla en tierra: Vivir en democracia es hacerlo con riesgo a tratarse de una forma de civilización que por su inestabilidad exige, más que ninguna otra, pensamiento, análisis, reflexión y decisiones.
Añadamos coraje.
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