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Alirio Pérez Lo Presti: Historia parcial de la mentira

 

Si en una especie de cruzada inmaculada se nos ocurriese decir exactamente lo que se nos pasase por la cabeza, terminaríamos siendo rechazados por aquellos que nos rodean, incluso por los seres que apreciamos. Es por eso que mentir es necesario para sobrevivir.

Al exponer una opinión en los diálogos de la cotidianidad, revelamos parte de nuestro mundo interior a los demás, así que por más que quisiéramos que nuestros dictámenes fuesen capaces de trascender, nos vemos en la obligación de mitigar la crudeza de los mismos y hacerlos amables a los otros para evitar el aislamiento.

Al referimos a alguien, debemos hacerlo en términos socialmente adaptativos, de lo contrario nos haríamos de un enemigo, porque se suele personalizar aquello que se señala. De ahí que surja el que más de uno se esconda en el anonimato para señalar lo que tenga en mente, porque ser anónimo es una manera falsa de conducirse. Es temerario y paradójicamente propio de lo civilizado el hacerse responsable de aquello que se señala. La cobardía se oculta en las sombras de lo secreto.

Nuestra propia imagen es un modo de falsear la realidad. La palabra personalidad, viene del antiguo idioma etrusco y que en latín pasa a ser personare, que es en el teatro la manera como se señalan las máscaras que se utilizan para representar a los distintos personajes. La personalidad es el conjunto de máscaras que utilizamos para presentarnos ante los demás y encararnos con nosotros mismos. Todo un canto a la apariencia.

De hecho, la imagen en el espejo corresponde al lado contrario de lo que refleja. Si alzamos nuestra mano derecha veremos alzada en el espejo la izquierda. Por una parte, la personalidad es la manera de representar lo que queremos ser ante los demás, pero por otra, la propia imagen que queremos proyectar se encuentra imbricada con aquello que no podemos ocultar. A fin de cuentas “el espejo de la personalidad”, muestra lo que somos y también lo que no somos.

Intentamos mostrar a los demás nuestro deseo de cómo nos gustaría ser vistos o interpretados. La imagen es propia de lo hondo de nuestro mundo, porque cuando se quiere mostrar el reflejo de lo que parecemos, tras ese retrato existe una representación profunda que es el ser.  Por eso la imagen es ambigua y nuestro mundo interior es consustancialmente relativo a lo que queremos proyectar.

Cuando pretendemos conquistar a una persona, le mostramos nuestra apariencia y ocultamos nuestros defectos. Incluso, si hacemos alarde de nuestras imperfecciones, en realidad se trata de un juego de ocultar y mostrar. De ahí que nos enamoramos hasta de los defectos del otro, pudiendo acostumbrarnos a los mismos o simplemente hastiarnos.

La mentira como mecanismo de supervivencia nos lleva a ser falsos por acción, pero también por omisión. Como dijo el buen filósofo Miguel de Unamuno y Jugo, oriundo de Bilbao, rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, en las terribles horas que vivía España de frente a la guerra civil, en el paraninfo, frente al Obispo, el gobernador civil, la esposa de Franco y el “necrofílico” general Millán Astray: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”. Un ejemplo universal de los alcances de apegarse a la verdad.

Somos embusteros al callar o al pensar. En el caso que nos ocupa, se falsea de obra, acción, palabra y por supuesto, de pensamiento. Como forma adaptativa, debido a que mentimos, no le decimos al jefe lo que pensamos de él, preservando el empleo y poder llegar a tener relaciones de trabajo más o menos armónicas. La falsedad nos lleva a no comentarle a la vecina lo que sentimos por ella, de lo contrario la vida se nos complica.

Una versión de mitología griega señala que Pandora fue la primera mujer, creada por Hefesto por orden de Zeus; madre de Pirra. Los dioses la dotaron de todas las gracias y talentos; Zeus le dio una caja donde estaban todas las desgracias y la mandó a Prometeo, que desconfiado la mandó a su vez a Epimeteo. Éste se casó con Pandora,  abrió por curiosidad la caja y dejó salir todos los males: Sólo quedó en el fondo la Esperanza.

Como instrumento político, embuste y acto van de la mano. ¿Acaso alguien puede imaginarse un político que no prometa? ¿Un político pesimista o uno que señale a las cosas directamente por su nombre? Pensaríamos que se trata de un humorista desenfadado y cínico. Es tan propio del político el tener que engañar como de quien lo escucha esperar por las promesas y esperanzas que tenga que ofrecer. La esperanza es el germen de la política y las promesas son el artificio del éxito. Nietzsche pensaba que la esperanza era el peor de los males porque prolongaba el sufrimiento humano. ¿Acaso ese término que llamamos “esperanza” no es sencillamente una manera de mentirnos y prolongar nuestros tormentos?

@perezlopresti

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