El título que encabeza este artículo parte I, lo resume todo. Es claro como el agua cristalina y preciso; es sin ambages, sin titubeos. Al mismo tiempo es el más doloroso, el más compatible para calificar el padecimiento por el cual nos encontramos los pocos que hemos quedado inermes en nuestra querida y amada Venezuela. Por razones obvias, las edades ya no nos permiten movilizarnos, tal cual cuando jóvenes con sobradas energías e ideas. Sencillamente, nos conformamos con las enclenques fuerzas que aún nos quedan para hacerle frente a la escasez, empleando largas e interminables filas o colas en mercados, farmacias, estaciones gasolineras, con sitios para expedir el gas doméstico. Muchas veces con 20 o más horas, sin luz, gasolina y agua. Aunque no han decretado oficialmente el paredón para nosotros los viejos -recomendación a la cubana- nos están liquidan lentamente y así tengamos tiempo de preparar las exequias en vivo. Seguramente, no quedaremos registrados para las crónicas de la historia, como muertes diarias, inducida por este gobierno, que por cierto son muchas más, que las causadas por balas certeras de sus esbirros y de francotiradores, pagados con presupuestos de nuestra nación, que perfectamente podrían ir a resolver la grave situación de los hospitales para beneficiar a miles de personas menesterosas, agonizando y por carencia de medicinas y alimentos. Ahora, obligados a cruzar las fronteras en busca de la benevolencia de los hermanos colombianos, o brasileños.
Entre tantas muertes tóxicas solo me referiré a tres de ellas: La primera emblemática, la del productor agrícola, Franklin Brito, a quien junto a él y su familia le despojaron sus tierras y lo dejaron morir en forma tortuosa, durante un largo calvario. Su figura de un hombre robusto y alto, quedo reducido a un esqueleto de unos 30 kilogramos a la vista de todos. También recordemos, de la manera vil de cómo fue asesinado el niño tachirense-deportista Kluievert Roa, liceísta de 14 años, apenas empezaba abrir los ojos ante la vida. No voy a referirme a la más reciente lamentable muerte de Fernando Albán, Concejal de Caracas. Qué todos conocemos, la de un hombre ejemplar y apreciado por la sociedad. Su alcance implica clara violación de los Derechos Humanos. Esta tragedia ha quedado en manos de la justicia Internacional, para ultimar detalles.
Dentro del descalabro humano, se encuentra la diáspora representados por millones de hijos, sobrinos, familiares, amigos que cruzan y deambulan por caminos, por trochas, de países vecinos y se ven obligados a quedarse, donde les agarra mejor la noche, huyendo hacia un exilio forzado; ante esta calamidad, los jerarcas del gobierno dicen en forma burlona y despiadada: Es la nueva moda de hacer turismo. Diría, emigrando despavoridos como si se tratara de la inclemente peste negra, persiguiéndolos como en aquella nefasta época, que azotó a la Europa del medievo y cobró millones de vida y las familias quedaban desintegradas, o cuando Atila, quien comandaba hordas bárbaras, primitivas para someter a pueblos civilizados, los familiares huían y se dispersaban. Era un verdugo con sus tropas sanguinarias y el caballo y sus cascos diabólicos. Cuenta la historia que donde pisaba la hierba, quedaba chamuscada y no volvía renacer. Paragonando estos hechos históricos, el actual gobierno ha descalabrado el núcleo familiar, lo ha desintegrado: Unos y otros se han ido a tierras lejanas. Sin saber si algún día nos volvamos a encontrar. Los viejos obligados a quedarnos, a veces con la función de proteger a los nietos de aquellos que no pudieron marchar con sus padres y también para recordarles a los jóvenes, lo que fue nuestro Terruño Grande, en cuarenta años de Democracia y Libertad. Ahora laméntanos haberla perdido. La pesadumbre se ha apoderado entre nosotros.
Finalmente, el Descalabro Nacional pudiera paragonarse con las narraciones de la novela: Casas Muertas, referidas al pueblo de Ortiz, escrita por: Miguel Otero Silva, quien describió en forma fehaciente y patética la manera como languideció aquella comarca guariqueña, próspera, bajo la férula del Dictador Juan Vicente Gómez. En la II parte, escribiremos del Descalabro de Instituciones como PDVSA, el bolívar como moneda desapareció, ni el emblema del Libertador se salvó. Ahora van por El Petro, que no llegó a su gestación. La Constitución original del 99, de Chávez, vuelta trizas, ni siquiera su memoria y su hija política predilecta, han sido respetadas y sus seguidores perseguidos. Nos preguntamos, ¿Qué más daños les falta por hacer?