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Luis Fuenmayor Toro: El primitivismo en la política

 

La visión de gobierno de Maduro es una continuación de la de Chávez en muchos aspectos, incluso en los fundamentales, sin que esto signifique que ambos mandatarios son idénticos y que sus ejecutorias caminan exactamente en el mismo sentido. Decir que Chávez y Maduro son lo mismo es igual de erróneo que decir que son diametralmente diferentes. Buscar o inventar diferencias con miras a justificar posiciones políticas, a veces difíciles de comprender, no es sino una racionalización que tranquiliza a quienes la hacen, pues se ex culpan ante el mundo y sobre todo ante sí mismos. Justificaciones además que no tienen real sentido, que son innecesarias muchas veces. Nadie tiene por qué justificar sus creencias, sus ideas, sus convicciones; éstas son suyas y tienen derecho a mantenerlas y a no ser execrado por ello.

Son las acciones, los hechos, las realizaciones, los que pueden requerir de justificaciones públicas, so pena de una condena de naturaleza política o, incluso, de una sanción penal o administrativa. Los llamados chavecistas (seguidores de Chávez) que se oponen al régimen de Maduro no tienen por qué justificar las razones de sus creencias, así como los socialistas, los liberales, los social cristianos y los comunistas, no tienen que justificar las suyas. Nadie puede ser condenado por sus creencias. Lo que determina realmente un juicio de valor sobre el comportamiento humano individual o colectivo son las realizaciones de los mismos. El ex ministro Giordani no tiene por qué excusarse de ser chavecista o haber sido amigo de Chávez, no es eso lo que puede eventualmente condenarlo. Son sus decisiones como gobernante, sus ejecutorias, las que deben ser analizadas y juzgadas.

Como no se puede condenar a todos los que integraron gobiernos adecos y copeyanos del pasado de ser responsables del desastre final. Ante la lamentable muerte de Teodoro Petkoff, he leído afirmaciones de quienes sólo recuerdan que fue guerrillero, lo que sería tan grave como para condenarlo al infierno en forma definitiva. Otros lo recuerdan con Caldera II, para decir que fue un mal ministro, como si los resultados de aquel gobierno hubiesen dependido de un solo hombre. Teodoro fue un líder inteligente, valiente, dedicado, que predicaba con su ejemplo y que pensaba con cabeza propia, sin aceptar presiones indebidas. Estuvo enfrentado a Chávez y sin embargo no dudó en calificar como golpe de Estado el ocurrido el 12 de febrero de 2002, cuando las luminarias opositoras se empeñaban en demostrar la existencia de lo inexistente: el vacío de poder, la renuncia del Presidente y otra serie de sandeces que no sirvieron para mayor cosa.

Los sectores radicales de la oposición y del gobierno se solazan con las descalificaciones gratuitas, simplemente porque alguien es enemigo o íntimo amigo de alguna persona que apreciamos o rechazamos, respectivamente. El frenesí político generado por los enfrentamientos polarizados ha llevado a los extremos de la insensatez y la ridiculez las posiciones de muchos. Marx y Alí Primera han llegado a ser considerados los culpables del desastre del régimen de Maduro. Esos que sienten, porque no piensan, de esa manera gritan vivas a la elección de Bolsonaro, quien es muy bueno no por lo que ha hecho o promete hacer, sino por declarar en contra del gobierno venezolano. En sentido opuesto opinan de López Obrador, quien seguramente “llevará a México a la debacle que hoy consume a Venezuela”, juicio basado en la cercanía que creen existe entre el nuevo Presidente mexicano y Chávez o Maduro.

Este primitivismo político es anonadante y habla muy mal de la entereza, inteligencia y conocimientos de los venezolanos. Permite, por ejemplo, la existencia de programas televisivos bufos y sin calidad, presentados por “grandes líderes” del gobierno, donde las risas, las burlas, los silbidos y los aplausos de un público cautivo, acompañan y celebran las necedades del presentador quien, con un lenguaje por demás muy limitado, se expresa con muecas, “risitas” y gestos muchas veces grotescos. Como grotesca es la forma de comportarse de directores y ministros, quienes violan leyes, normas y procedimientos en sus dependencias. Hay inamovilidad, pero acaban de botar sin seguir ningún procedimiento, con una orden arbitraria de un jefe de personal o de un consultor jurídico, a Deillily Rodríguez del Metro de Caracas, y a Alejandro Negrete, trabajador minusválido de la OPSU, por protestar exigiendo mejores salarios y condiciones laborales. ¿Y éste es el gobierno de un Presidente obrero? ¿Dónde estamos?

Cuando un régimen escoge la arbitrariedad y la represión del pueblo y de sus trabajadores, como fórmulas de acallar las legítimas protestas, es porque está totalmente acorralado víctima de sus errores, omisiones y depravaciones, lo que necesariamente determinará su trágico futuro.

 

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