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Néstor Francia / Análisis de Entorno: El discurso de Trump (II) (22-09-2017)

Hoy continuamos con nuestro análisis del reciente discurso que ofreció Donald Trump en la Asamblea General de la ONU. Comenzaremos con una de las cuestiones medulares de esa intervención, la convocatoria a sus aliados: “Nuestro éxito depende de una coalición de naciones fuertes e independientes que adopten su soberanía para promover seguridad, prosperidad y paz para ellas mismas y para el mundo”.

Hasta bastante más allá de la primera mitad del siglo XX, Estados Unidos se consideraba autosuficiente para emprender intervenciones militares directas por sí mismo, aun pasando por encima de cualquier organización o leyes internacionales. Esto ocurría, inclusive, existiendo el poderoso contrapeso que significaba el llamado bloque soviético. Entrados los años 90 del siglo pasado, eclosiona con fuerza la crisis estructural del capitalismo que dura hasta nuestros días y comienzan a surgir nuevas fuerzas y países que apuntan a la estructuración de un mundo multipolar. Eso ha llevado al Imperio a una situación  de vulnerabilidad económica y política que le obliga al cambio de sus estrategias de desestabilización e intervención en países con gobiernos “incómodos”.

Dentro de esas estrategias se incluyen los métodos propios de la guerra no convencional, de cuarta generación, que se fundamentan en los usos del sabotaje, el bloqueo financiero y económico en general, la acción de fuerzas internas de los países con la adición de ejércitos privados de índole paramilitar o mercenaria, la generación de conflictos bélicos regionales de baja intensidad. También las incursiones aéreas tardías (que entran al terreno después de que las fuerzas internas pro imperialistas han creado las condiciones conflictivas adecuadas) o los bombardeos misilísticos a distancia. La intervención estadounidense directa, con fuerzas aerotransportadas, marines, infantería, artillería, etc., parecen ser cosa del pasado. La única forma en que se dan ahora esas incursiones es a través de coaliciones de países (incluso sin la participación directa de Estados Unidos) o de la acción de terceros apoyados por el imperio, con cualquier pretexto, como disputas territoriales, étnicas, religiosas y de otro tipo.

El llamado de Trump a sus aliados es a que asuman a plenitud el papel que se les asigna, a que se radicalicen en la aplicación de diversos tipos de sanciones contra los “enemigos” y a que, si fuese necesario, asuman la acción militar coaligada con Estados Unidos o hagan la tarea por sí mismos. El discurso de la ONU es la declaración de guerra mundial imperial que ya venía existiendo pero que se hace ahora explícita, una guerra planteada para la defensa de su hegemonía en peligro.

Trump propone de manera hipócrita y taimada, acudiendo a eufemismos, la defensa del mundo decadente que él representa: “Nosotros no esperamos que los diversos países compartan la misma cultura, tradiciones o hasta sistemas de gobierno. Pero sí esperamos que todas las naciones sostengan estos dos deberes fundamentales: el respeto a los intereses de sus propios pueblos y a los derechos de toda otra nación soberana”. Es decir, no queremos que seas como nosotros, solo que te rijas por nuestros conceptos sobre qué es bueno para los pueblos y los países, y que aceptes nuestro rasero de las relaciones y el derecho internacionales. No seas como nosotros, pero “parécete igualito”. De esta manera se dividen las aguas de la lucha de clases mundial: por un lado, los aliados del Imperio, por el otro, sus enemigos. Son los dos frentes que se han venido conformando, cada vez más excluyentes, cada vez más imposibles para los que quieran ser indiferentes o “medias tintas”. Ya sabemos de qué lado está Venezuela y por qué es tratada como lo es por parte del poder imperial y sus secuaces.

Esta intención de establecer el pensamiento único trata de ocultarse tras una máscara que es, en realidad, transparente: “En Estados Unidos no buscamos imponer nuestro estilo de vida a nadie, sino dejarlo brillar como un ejemplo para que todos lo vean”. Si resumiéramos todo lo dicho hasta ahora, le ecuación quedaría clara: “somos los poderosos, he aquí nuestros enemigos, que se nos unan todos nuestros amigos para que seamos el espejo del mundo, es ahora o nunca”.

Haciendo honor a su principal consigna electoral (We will make America strong again), Trump plantea una supuesta recomposición de las políticas imperiales: “En asuntos exteriores, estamos renovando este principio fundacional de soberanía. El primer deber de nuestro gobierno es para con su pueblo, con nuestros ciudadanos, para servir a sus necesidades, garantizar su seguridad, preservar sus derechos y defender sus valores… Pero construir una vida mejor para nuestro pueblo también requiere que trabajemos juntos en estrecha armonía y unidad para crear un futuro más seguro y pacífico para todas los pueblos”. Traduzcamos esta idea al lenguaje crudo de la realidad: Estados Unidos, sumido en una crisis que amenaza inclusive la paz social interna, tiene que ocuparse de ese espinoso asunto, pero al mismo tiempo debe defender su supremacía mundial, para lo cual requiere, como condición sine que non, de una “pequeña ayuda de sus amigos”. El llamado de Trump es a la globalización de la guerra mundial en defensa de la burguesía acechada por “los espíritus subterráneos que conjuró”, como asomaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.

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