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Alfredo Toro Hardy: Venezuela y el mantra suicida del petróleo

El mantra petróleo lo cubre todo en Venezuela. Nos llenamos la boca repitiendo que poseemos las mayores reservas del mundo, al tiempo que el discurso oficial ve conspiraciones imperialistas por doquier para despojarnos de ellas. Mientras seguimos embelesados por el sonido de esa palabra, la realidad evoluciona rápidamente en otra dirección.

La convergencia entre las exigencias de descarburación del Acuerdo del Cambio Climático de París del 2015 y los extraordinarios avances tecnológicos en esta materia, hacen que los expertos le asignen unas pocas décadas de supervivencia económica al petróleo. A fin de cuentas, la edad de piedra no llegó a su fin porque se acabaron las piedras, sino porque los avances tecnológicos de la edad del bronce las tornaron  irrelevantes. La nueva edad de broce energética se expresa a través de un torbellino de saltos tecnológicos exponenciales, provenientes de las más diversas direcciones.

Las energías solares y eólicas, cuyos precios han caído en 85 por ciento desde comienzos de milenio o desde finales del anterior, duplican su capacidad cada dos años dentro de los parámetros de la Ley de Moore. De acuerdo a uno de los más reconocidos futurólogos de nuestros días, Jeremy Rifkin, dichas tecnologías se mueven rápidamente en dirección al cero costo marginal. La biomasa, hoy entrando en su segunda generación, avanza rápidamente. Tan rápido como la energía geotérmica y la de las olas. Las baterías de litio, cuyo precio ha caído en casi la mitad desde 2009, y cuya capacidad de almacenamiento ha aumentado dramáticamente, comienzan a hacer rentables a los vehículos eléctricos. Sistemas químicos con capacidad de replicar artificialmente y en gran escala a los procesos de fotosíntesis –siendo por tanto capaces de crear colectores solares que produzcan energía– están ya en camino. La biotecnología está a la vez en proceso de sustituir al petróleo en la producción de plástico. Las plantas autofertilizantes, derivadas de la biología sintética, amenazan con desacoplar a la agricultura de los fertilizantes derivados del petróleo. Y así sucesivamente.

Cierto, el señor Trump tampoco pareciera darse cuenta del tsunami tecnológico en marcha. Sin embargo, su interés no residiría en las reservas de petróleo convencional alojadas en el mundo en desarrollo, sino en la viabilidad económica de la industria estadounidense de los hidrocarburos del esquisto. Y ésta, no hay que olvidarlo, también es producto de los grandes avances tecnológicos en materia de fracturación hidráulica o de perforación horizontal. Si la edad de piedra puede encontrar algunos años de respiro gracias a la pervivencia de la mentalidad de Trucutrú, serán esas y no  nuestras piedras las que cuenten.

El contraste entre Venezuela, aferrada a su monoproducción histórica, y una pequeña isla de 600 kilómetros cuadrados llamada Singapur, resulta pasmoso. La ciudad-Estado asiática lleva décadas diversificando su economía y escalando posiciones de liderazgo mundial en los distintos renglones económicos que ha abarcado. Algunos ejemplos hablan por sí solos. Es el tercer centro financiero del mundo después de Londres y Nueva York; dispone del segundo puerto con mayor volumen de carga del planeta; sin ser poseedor de bellezas naturales o vestigios arqueológicos recibe veinte millones de turistas al año; su posicionamiento tecnológico lo coloca a nivel de vanguardia a nivel global (de hecho, dos de sus universidades están entre las quince más prestigiosas del planeta). Y así sucesivamente.

Pero la diferencia con Venezuela no sólo radica en el éxito extraordinario de su proceso de diversificación económica, sino en su temor permanente al rezago. Singapur pareciera haber hecho suyas aquellas palabras de Andy Grove, según las cuales sólo el paranoico sobrevive. Ello hace que esté siempre tratando de anticipar riesgos que pudiesen propiciar su desplazamiento económico. Un buen ejemplo de esto viene dado por su pertenencia al Consejo del Ártico. A primera vista luce absurdo que una isla tropical, situada en la línea del Ecuador, participe de las reuniones que dan seguimiento al deshielo ártico. Bajo su lógica, sin embargo, ello resulta fundamental: la apertura de rutas marítimas nórdicas, resultantes de ese deshielo, podría afectar su posicionamiento geográfico estratégico entre los océanos Índico y Pacífico. Sólo reaccionando con suficiente anticipación podría mitigarse el impacto desestabilizador de esa amenaza.

Entre tanto, Venezuela no sólo nunca tomó en serio los llamados a la diversificación productiva que desde los años treinta formulaban Arturo Uslar Pietri y Alberto Adriani, sino que rodeada de amenazas de desplazamiento económico, aún sigue hipnotizada por el petróleo. Peor todavía, aún dependiendo existencialmente de este recurso, se ha vuelto cada vez más ineficiente en su producción. En otras palabras, hace cada vez peor lo único que hace.

A no dudarlo, el mantra del petróleo está adquiriendo ya connotaciones suicidas.

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