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Rafael Del Naranco: Irracional actitud catalana

Aún existiendo desiguales facetas nacionalistas, todas parten de un patriotismo exacerbado, retrógrado y fuera del contexto de una Europa unitaria, siendo el más aborregado el que ha imbuido hace una semana a la Generalitat de Cataluña.

Al relente de una organización nacida en 2015 con motivo de las elecciones parlamentarias, denominada  “Juntos por el Sí” y formada de varios partidos nacionalistas con el único objetivo de conseguir la independencia de los “países catalanes”, se ha conseguido que los españoles estén viviendo uno de los momentos más difíciles de su historia a partir de la muerte del general Franco.

Lo que parecía quimérico, una alucinación desatinada, algo demencial, lo está consiguiendo una variopinta recua de mentes incendiarias que, aún siendo concisas en algunos planteamientos, vuelven a demostrarle a la realidad que el raciocinio enaltecido no es ninguna garantía de poseer un sentido proporcional de lógica.

En medio de ese pandemónium desatinado un conglomerado minoritario antídoto, denominado la CUP (Candidatura de Unidad Popular), consiguió, únicamente con 10 diputados, desalojar en enero 2016 al presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, y llevar al cargo  a Carles Puigdemont, un secundario político que comenzó a presentarse desde el primer día como el jefe de un Gobierno “rebelde” cuya meta estaba centrada en la independencia de Cataluña y de los Países Catalanes, concepto que abarca la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares bajo un slogan un poco largo y, aún así, reflejo inequívoco de lo que pretenden conseguir: “Una nación independiente, desligada de las formas de dominación patriarcales”.

No hay duda de que los sectarios políticos catalanes conceptuaron que la  realidad gubernamental comenzó cuando apostaron sus asentaderas en el Salón de los Candelabros del palacio de la Generalidad, al relente de su venerable patrón  San Jorge de Capadocia.

El patriotismo chauvinista es un nacionalismo atiborrado de complejos  que siempre la izquierda emergente aprovecha a favor de su propia mitomanía sembrada de un concepto de nación que, si no falso, es cumplidamente engañoso. En él imperan los sentimientos sobre la razón y sirve de comodín para manejar ciegamente a las masas.

Hace unos meses, viendo ya venir el desbarajuste en que Cataluña está convirtiendo a España, recordaba en otra columna una frase manoseada y  no por ello menos válida: “La política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación”. Innegable verdad.

Cualquier exaltado de ton y lomo puede salir al remolino del irreverencia y crear con sus ínfulas mesiánicas un hatillo público, ya que siempre tendrá quien le siga cual piara en descampada.

El periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski recibió, en 2003, el “Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades”. Ese día nos hallábamos en Oviedo haciendo parada y fonda en una ciudad que ha ido congregando, desde hace más de 30 años, a destacadas personas e instituciones que han hecho invalorables aportes al conjunto de la humanidad.

Ahora aquella presencia literaria ha regresado al vislumbrar a esa Cataluña admirada y hoy tachonada de odios. Si hace unos meses, aún viendo la escalada de nacionalismo desatado, nos hubieran dicho lo que iba suceder hace unos pocos días en esa comunidad de tan inmenso valor histórico, lo hubiéramos negado con total firmeza.

Indudablemente los nacionalistas confesos no aprenderán nada de esas palabras de Kapuscinski al estar envueltos en la penumbra de la “caverna de Platón”.

Glosaba el autor de “Los viajes de Herodoto” la manera en que el nacionalismo se asienta en dos aspectos especialmente peligrosos y aborrecibles. El primero, una petulancia y soberbia que enclaustra la convicción de que la cultura propia es superior a la de otros. Lo segundo, presentar como enemigas a las comunidades y sociedades vecinas. El nacionalismo, para solidificarse con fuerza, “debe que disponer de la imagen amenazadora de un enemigo. Cuando el nacionalismo no dispone de un contrario real, lo inventa, porque lo necesita de manera inapelable”.

Y otra observación a los olvidadizos de la realidad: el nacionalismo se aprovecha al máximo de la propaganda en medios de comunicación como instrumento de manipulación. Recodemos “Técnica de un Golpe de Estado” del italiano Curzio Malaparte.

Alfonso Guerra, vicepresidente en el gobierno de Felipe González, comparó la secesión catalana con el nazismo de Adolf Hitler, recordando a su vez que “todos los fascismos habidos  han nacido de un movimiento nacionalista”.

Y lo más demoníaco si aún cabe añadir algo más: Puigdemont y la CUP dieron un golpe de Estado y, aun con todo, de forma malévola, acusan de malhechores a la Policía Nacional española por intentar impedirlo.

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