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Earle Herrera: La mustia noche de la MUD

La voz cavernosa de Gerardo Blyde rasgó la medianoche. Con la engolada grandilocuencia del derecho constitucional y la cursilería del derecho de nacer, eructó: “Ellos saben que no son mayoría”. Un mapa rojo en todos los canales lo desmentía, pero sobre todo, la cara lívida de sus conmilitones. La demacrada palidez de Ramos Allup se acentuó cuando el ojeroso vocero de la MUD tronó: “no reconocemos los resultados electorales”. No excluyó las gobernaciones ganadas por AD y PJ.

Ramos ya saboreaba las mieles del poder en Anzoátegui, Nueva Esparta, Mérida y Táchira, incluso, hacía y deshacía una lista mental de los directores de despacho que el partido, o sea él, impondría en cada gobernación. De hecho, el veterano adeco estaba y no estaba allí cuando Blyde le arrebató el caramelo de la jeta. ¿Qué vaina es esa, Blyde? ¿Acaso ese CNE no es el mismo que te declaró a ti alcalde de Baruta y lo reconociste, ah? ¿Ahora no lo reconoces después que te chupaste las maduras? La democracia, chico, es el arte de que todos chupemos, teorizó con profundidad.

Era la primera diferencia insalvable después de la colosal derrota. Otra lluvia de facturas se precipitaría al despuntar el día. Guanipa en Zulia, Barreto en Anzoátegui, Díaz en Margarita, Guevara en Mérida y Gómez en Táchira escucharon a Blyde con estupor y odio. ¿Qué se cree este? La noche se hacía pesada y pegajosa, como un sietecuero sin cuero. Blyde prosiguió con su indigerible seriedad y ya descompuesta solemnidad: “Volveremos a la calle”. Una risa chillona de hienas en celo apuñaló la madrugada infausta. ¡Oh, Lautreámont!

La MUD se bamboleaba en su incesante péndulo existencial: derrotada en la calle guarimbera, volvía a las urnas electorales; aplastada con los votos del pueblo, retornaba a las guarimbas callejeras. O sea, de María Corina a Ramos Allup y de Ramos Allup a María Corina, hasta el infinito, como un Sísifo en la casa del partido. O en la OEA. Blyde amenazaba con un lugar donde nunca ha estado: la calle. Pasó de burgomaestre fracasado a fracasado estratega electoral. Pero no era el padre de la derrota. Muchos otros participaron en el engendro de la criatura incestuosa que abortó la noche mustia.

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