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César Malavé: Ley por el odio a la disidencia

Por variadas razones, persuadidos estamos que la mayoría de los venezolanos desconocen el contenido y los alcances de la “novísima” ley aprobada por la espuria ANC, sin que figure entre sus facultades despachar leyes. Este adefesio jurídico está dirigido no a abonar el terreno de la tolerancia en el país sino, todo lo contrario, a recrudecer la persecución del adversario, y afinar aún más su mordaza carcelaria contra todo signo de disidencia, hasta penetrar las redes sociales, las únicas herramientas de comunicación que, todavía, escapan a sus controles y a sus patrañeras cadenas huecas y tediosas. La llamada Ley contra el odio promovida por el Ejecutivo Nacional, está hecha para exterminar la disidencia, las opiniones contrarias a las del gobierno y convertir al venezolano en un eunuco político-social. Se busca, hasta donde se pueda, evitar las constitucionales protestas ciudadanas, huelgas o cualquier otro medio establecido en la Carta Magna, que le permita al venezolano esbozar su descontento popular. Se pretende que los ciudadanos, conscientes de lo insólito que ocurre en la Patria de Bolívar,  le expresen  al gobierno que está por el rumbo equivocado desde hace 19 años y que el pueblo se hartó de sus mentiras y migajas, después de acabar con la patria próspera y en camino al desarrollo que encontraron en 1999.

En virtud de no tener con exactitud  una definición de lo que llaman odio, un lector nos sugiere elaborar un decálogo para evitar equivocaciones y posibles carcelazos porque muchos de nosotros tenemos sentimientos encontrados sobre el odio. Por ejemplo;  odiamos, con razón, los aumentos de precios que sufrimos la mayoría de los venezolanos, odiamos las enormes colas a que somos sometidos diariamente, odiamos por ejemplo, el desborde del hampa en nuestras ciudades, también odiamos la carencia de medicamentos en las farmacias y en los hospitales, a los bachaqueros que se aprovechan de esa escasez para vendernos multiplicados sus productos y odiamos a las bandas que operan sin control en nuestros barrios causando pánico y desolación entre los más humildes. Odiamos los momentos en que irremediablemente tenemos que ir a los aeropuertos a despedir a los hijos que se marchan en busca de mejores oportunidades para sus vidas, igual sentimiento nos embarga y amarga nuestra vida cuando cobramos salarios miserables en bolívares y se nos obliga a pagar en dólares. No podemos ocultar nuestro odio cuando no encontramos en los centros de consumos los alimentos de la cesta básica y nos ponemos irascibles de rabia al ver a centenares de niños deambulando por las calles en busca de un mendrugo de pan ante la indiferencia de los que tienen la obligación de proteger nuestra infancia. De tal suerte, que el odiar es un espectro continuo cuando son razonados y no sectorizados para que sirvan de pretexto político para acallar las voces de tanta gente que prefiere amar antes de odiar a sus semejantes. Al final, todos odiamos al odio precisamente por eso, por odioso.

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