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César Malavé: El pésimo alumno de un extraviado maestro

Se acerca el día del Maestro Venezolano, obra indiscutible  del Maestro de América Luis Bertrán Prieto Figueroa. Quien retando la tiranía gomecista, no sólo fundó la primera organización sindical en Venezuela, sino que fue un digno Maestro con excelentes discípulos. Su obra nos hace reflexionar sobre el apotegma popular  “De las manos de un buen docente, surge un mejor discente”. Ya lo decía parafraseando a Plutarco “Da a tu hijo a un esclavo para que lo enseñe y en vez de uno tendréis dos”. Esto es lo que padece Maduro, el síndrome del maestro esclavo. El difunto presidente, fue un encadenado de su frustración y luego cautivo del Castro comunismo,  nunca gobernó. Desperdigaba sus delirios y ocurrencias en profusas jornadas de retórica, que vaciaban lo más hondo de sus visiones.  Espejismos. En sus manos, la República sufrió una profunda quiebra institucional. Lo mismo ocurrió con las libertades, públicas e individuales; en suma, con la democracia, y con la salud económica del país. Chávez se aferraba a una prejuiciada forma de descifrar el pasado y, peor aún, el porvenir. Sus criterios estaban marcados por una óptica arcaica a la hora de observar el mundo. Y en su mesianismo se dejó arrastrar por una confusa mezcla de dogmas, credos ideológicos y procesos históricos estruendosamente fracasados Pero no vivió lo suficiente como para presenciar el derrumbe de su alucinación. El desplome de su ensayo de revolución. Era algo irreversible, un pesado desastre en marcha, que pudo sortear todo este tiempo gracias, fundamentalmente, a la bonanza petrolera y a una suicida política de endeudamiento  Es ahora cuando se le ven las costuras a la era Chávez. El balance es pavoroso. Condenados al subdesarrollo, somos más dependientes y vulnerables que nunca.

En 1998, la deuda pública en Venezuela era de 34.000 millones de dólares. Hoy aparece multiplicada por diez, y eso ha ocurrido cuando a las arcas oficiales le ha entrado la inconmensurable cifra de más de un billón (un millón de millones) de dólares. Y, ¿por qué los venezolanos van, ahora, de un lugar a otro en busca de medicinas, repuestos, material de construcción, margarina, harina precocida, y, para mayor vergüenza universal, hasta papel higiénico? La respuesta es tanto trágica como sencilla: el aparato productivo fue aplastado en nombre de un socialismo utópico. De manera que ha ocurrido lo que tenía que ocurrir. A punta de controles, leyes coercitivas, amenazas, expropiaciones, criminalización de la iniciativa privada, ausencia de reglas de juego claras, y, más criminal todavía, el favorecimiento de economías y gobiernos autoritarios extranjeros, el “milagro” se dio. La población se ha depauperado. Exhibimos la inflación más negativa de Latinoamérica, la primera en el mundo, y eso, en dos platos, significa miseria, hambre, explosión social latente. Ese es el verdadero legado que recibiera Maduro. Una herencia insostenible. Y el sucesor le ha agregado, de su propia cosecha, otros ingredientes no menos alarmantes. Su absoluta falta de preparación para afrontar la crisis. Su carencia de piso político. Sus muestras de indecisión. Su ausencia de auctoritas. Su torpe fanfarronería.  Esa desangelada imagen que desconcierta hasta a los propios partidarios del oficialismo. Pero, por encima de todo, ahí están las dudas que acosan la entredicha legitimidad de sus victorias electorales. El autodenominado “presidente obrero” es una incógnita. Una exasperación ambulante. El pésimo alumno de un extraviado maestro.

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