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Simón García: Decisiones cruciales.

Febrero es un mes que recuerda que se puede obtener tiempo reorganizando el modo de medirlo. Es el mes que tiene menos días y cuando fue creado, al reformar el primer calendario romano,  tuvo la peculiaridad de tener un día más cada cuatro años. Un mes que se consagraba a limpiar mentes, cuerpos y casas.

Febrero llega como momento de decisiones cruciales: o adoptamos las que favorezcan salir de este régimen o nos condenamos a perpetuarlo. Si incurrimos en tomar las segundas Maduro será reelecto y resultará aún más difícil superar la desmoralización de la sociedad que lo que costó en el 2005, después que la abstención, bajo el lema de no legitimar al gobierno, le entregó el parlamento y lo convirtió formalmente en poder absoluto.

En circunstancias decisivas para el futuro del país, los partidos y fuerzas de oposición deben resolver si aceptan o no una negociación que, aunque incompleta e insatisfactoria, disminuya algunas de las reglas ventajistas impuestas por el gobierno a un proceso electoral ilegalmente convocado. Luego hay que decidir si se participa o no en esas elecciones donde se juega, no unas gobernaciones o alcaldías, sino el corazón mismo del poder. Finalmente hay que garantizar, si se  decide participar, una oportuna selección por consenso del candidato con más fortalezas para enfrentar y vencer el fraude. Henry Falcón ha presentado una propuesta que puede ser mejorada.

Hay condiciones de éxito que dependen de partidos y ciudadanos. La primera es enfrentar la prédica contra los partidos democráticos y negarse a reproducir la campaña que descalifica a los políticos de oposición. No se trata de renunciar al derecho a la crítica y menos de abandonar el deber de ser exigentes con las figuras dedicadas a la actividad pública, sino de frenar una labor destructiva de la oposición que sólo contribuye a fortalecer a la dictadura. Especialmente hay que desestimular los ataques que son promovidos desde un sector político que compite, desde posiciones extremistas, por la dirección de la oposición.

La segunda es volver a dar, así de repetitivo es el ejercicio de la democracia, el debate sobre si la abstención es o no una estrategia eficaz para derrotar a una dictadura cuya fuente de legitimidad no es la ley ni los votos. La experiencia indica que después de cada abstención el gobierno ha salido más fuerte y la oposición más deprimida. La abstención frente a la dictadura adquiere el significado de una renuncia a luchar, de apartarse del escenario real y arrinconarse en una condena moral del régimen. Dejar de votar no es precisamente ser dignos ni responsables con el país. Es renunciar a un derecho a cambio de nada.

Finalmente hay que darle al país una perspectiva de reunificación y exigirle a la dirección política, que ha demostrado saber su oficio aunque no siempre lo haga bien, una actuación unitaria. No hacerlo sería suicida.

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