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César Malavé: El éxodo y nuestra lucha

El viernes en la tarde, cuando bajaba al segundo piso de la gobernación del estado Nueva Esparta, me enteré que uno de mis mejores discípulos en los cursos de formación política que suelo dictar en el Partido del Pueblo, se marcha al Perú. En ese momento me sentí estremecido por un inefable y lacerante sentimiento. Definitivamente nuestros mejores talentos nos dejan y Venezuela luce de manto en el suelo. El gobierno de Maduro se ha empecinado en acabar con el sistema de libertades públicas que disfrutábamos desde 1958 y desmoronar la eficiente economía que exhibía el país en la década de los noventa.  Pareciera que, para  quienes se marchan, no existe forma ni fórmula para cambiar las políticas que nos han provocado este gran caos.  Los venezolanos, y sobre todo los más talentoso y de futuro brillante en un país de oportunidades,  han encontrado una sola vía de escape en un intento de salvarse del desastre: El éxodo,  que, por cierto, nos recuerda la gran caminata de los judíos huyendo de Egipto en busca de la tierra prometida. La gran diferencia es que a los judíos Dios los protegía en el camino y les había colocado un guía. Nuestros muchachos se “expatrian” sin brújula ni destino cierto, pero en la esperanza de encontrar las oportunidades y las libertades políticas y económicas que en este país ya se esfumaron.

Entendemos que todos los días crece la  desesperanza el  pesimismo y  el desánimo. Y no es para menos, el hambre y la escasez de recursos se agrava envolviendo a la Nación en una sombría burbuja alimentada por la desfachatez de personajes a los cuales solo les importa el beneficio personal y no la alegría y bienestar de sus congéneres. Y reconocemos que a muchas de  las víctimas de todo el desbarajuste solo les queda danzar alrededor de los que han convertido el país en grandes ghettos donde impera la pobreza con fatales consecuencias, otros luchamos y resistimos sin caer en la trampa del conformismo y una tercera parte de la población se marcha. La desesperanza hace crecer el maremágnum de una diáspora que lo envuelve todo a su paso y no permite deserciones no controladas. Los falsos profetas siguen prometiendo paraísos ficticios para quienes juran fidelidad ante sus altares en rituales recurrentes, que se repiten a cada momento en sus medios controlados y asépticos, y aunque ya no tienen la credibilidad de antaño no dejan de tener efectos en aquellos de escasa conciencia política para sobreponerse a la enorme carga mediática de los mensajes transmitidos. El Bravo Pueblo es hoy una frase hecha que sabemos de memoria, poco convincente, sin contenido real, solo para escucharla en las paradas oficiales. La rabia nos invade cuando recordamos, por ejemplo a Albert Fuenmayor, secretario juvenil de Acción Democrática en el estado Bolívar. El joven ingeniero venezolano que viajó al Perú a buscar una esperanza. Estuvo realizando cualquier tipo de trabajos, nada que ver con su profesión de ingenieros. Hasta que por fin, desnutrido, anémico, se vino a morirse allá en Bolívar. Frente a situaciones como ésta, la lucha nos invita a seguir dentro de ella para lograr cambiar al gobierno y a todo lo inherente a él, para parar esta tragedia, enrumbar al país a un nuevo derrotero y evitar que más nunca  se nos muera un muchacho más ni aquí, ni afuera ni en ninguna parte.

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