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Mario Villegas: Un corazón sureño que llora en silencio a Venezuela

En diciembre recibí una carta que hacía días quería compartir con mis lectores. A reserva de su identidad, el autor me autorizó a hacer pública esa carta y una segunda, las cuales se explican por sí solas.

Carta número 1

“Estimado Mario. No sé si algún día leerá este mensaje, pero igual me voy a arriesgar a escribir algunas líneas.

Nos conocimos en la avenida Lecuna, donde tenía su sede la CUTV, de la cual su padre, el señor Cruz Villegas, era presidente y nos prestaba el local para hacer mítines de solidaridad con mi país. Años oscuros y aciagos.

Tampoco voy a entrar en detalles porque sé que usted y su familia fueron muy solidarios con nuestra causa y siempre estuvieron informados de lo que acontecía en el Sur.

Arribé a Maiquetía un día de enero de 1976 y ya en febrero estaba en el aula frente a mis niños, haciendo lo que me habían enseñado.  Llegué con dos maletas, una muy ligera de solo 20 kilogramos y otra muy pesada, donde iban todas mis saudades y mis sueños.

Mi integración a la sociedad venezolana fue  sacada de una chistera. Allí empecé a rodar por las calles de Caracas. Era joven y caminar nunca ha sido un problema para mí. Sí, subí a los cerros de Petare, entré a La Charneca, San Agustín del Sur y Norte, 23 de Enero, La Vega, La Yaguara, me desplazaba como pez en el agua por el Centro de Caracas.

Iba a donde se me diera la gana, siempre buscando solidaridad y ayuda para mis hermanos del Cono Sur. Jamás, así como lo lee, jamás nadie me atracó, jamás nadie me tocó ni con el pétalo de una flor. Amo y echo de menos no solo esa Caracas tan benigna para la vida.

Recorrí su país, mi país, nuestro país de cabo a rabo, cuando todos o casi todos solo querían ir a Miami.

Claro, quería regresar a mi terruño. Luego nacieron mis dos hijos que son venezolanos, ambos nacieron en el Hospital Universitario. Y el tiempo fue pasando y en mi país no tenía cabida, habían demasiados genios y los imbéciles como yo no teníamos lugar.

Querido Mario, no me arrepiento de nada. No soy de los que van disociando la vida, en los aciertos, derrotas y errores. Todo lo veo como parte integral de mi vida. Y jamás dejaré que me soben el ego, prefiero que los hechos hablen por mí.

Hoy no puedo vivir sin las aguas tibias del Caribe, el calor de los Llanos y el silencio de las montañas de Mérida. Aunque mi perfil diga otra cosa, sigo aquí y aquí con mis hermanos venezolanos seguiré dando la pelea por una sociedad más justa, más solidaria y más vivible.

Y si por alguna razón, no entiende mi posición, se la resumiré así. El 4 de febrero de 1992 le dije a mis colegas: ‘No miren a los cuarteles. Es muy fácil sacar a los militares de los cuarteles, lo difícil es volver a meterlos’. Desgraciadamente, nadie escuchó. Y hoy vivimos la propia tragedia, donde los tartufos sobran.

Las pocas veces que he ido a mi Caracas en estos últimos años, mi corazón llora en silencio. Y digo esa no fue la Tierra de Gracia que me recibió y jamás me pidió que me nacionalizara. Era uno más y así lo haré hasta que el cuarto de hora que me queda se agote.

Querido Mario, omito detalles no por cobardía, no quiero que me agarren y me boten a un país donde no sé vivir. Los conozco y en primera persona y sé como son. Y usted sabe leer entre líneas.

El haber luchado en la clandestinidad me enseñó que no es más valiente el que grita más.

Un abrazo y siga escribiendo lindos artículos. Lo sigo semana a semana”.

Esta carta la respondí el 31 de diciembre, a horas de que finalizara 2017. Luego recibí esta otra.

Carta número 2

“Estimado Mario. Te agradezco de corazón y  en nombre de mi familia que se patea el día a día en esta  Tierra de Gracia, tus escuetas, pero  valiosas y  hermosas palabras. Cuando te escribí, lo hice con  pocas esperanzas de que algún día me leyeras. ¡Y qué hermoso regalo de fin de año!

También te deseo que 2018 sea portador solo de cosas buenas para la vida a ti y a toda tu familia.

El tú que hoy uso es el tú caraqueño, un tú cargado de solidaridad, amistad y hermandad.

Tienes mi autorización para publicarla. Solo encarecidamente te pido mantener mi anonimato, no es cobardía, es  simpleza, humildad, y no quiero que los esbirros otra vez me lancen al limbo. Y sigo luchando en formar generaciones de buenos profesionales, que los necesitaremos para la reconstrucción.

Nunca me nacionalicé, no, porque quería preservar la mía.

Cuando necesité la nacionalidad venezolana, apareció la solidaridad de mis hermanos venezolanos  y por vía de excepción me permitieron seguir mi hoja de ruta y de ahí para adelante solo recordaba mi nacionalidad cuando iba a viajar.

Omite mi nacionalidad, pon cualquier cosa, di que soy de Tabarnia, y nunca digas dónde trabajo y cuál es mi profesión. Los esbirros con esos datos llegan rápidamente a mí.

Gracias por haber leído mi mensaje. Un Abrazo. Tu amigo de Tabarnia”.

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