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Gustavo Tovar Arroyo: Piratas, colectivos y el chavismo

 

El rostro enterrado de la monstruosidad

Este será un artículo áspero, tocará tu entraña y la mía. Deriva de una búsqueda intestina que hice sobre lo que somos los venezolanos, sobre lo que eres tú, sobre lo que soy yo, sobre las raíces antropológicas de nuestra sociedad.

Busqué y rebusqué, lance una piedra sobre el espejo de nuestra memoria histórica y detrás de los cristales estallados, de los mil pedazos fracturados que somos los venezolanos, me encontré con un monstruo.

Un monstruo que yace enterrado en lo más recóndito de nosotros mismos; me topé con un desalmado bucanero, con un pirata.

Sucre: entrañar mis dientes en su dulzura

Esta reflexión tiene su origen en el último viaje que hice tierra adentro en Venezuela. Sabía que no podría volver en mucho tiempo, la dictadura había asesinado amigos, encarcelado compañeros de lucha y torturado a miembros de nuestra organización, nos perseguían delirantemente porque habíamos hecho una fiesta mexicana, lo cual era -para su amargura- un delito.

Emprendí junto a mi esposa e hijos un peregrinaje hacia la región que más me admira y deleita de Venezuela: el estado Sucre. Quería atar mi espíritu a las enigmáticas costas de la península de Paria; al arcoíris petrificado de Araya; a San Juan de las Galdonas; Macuro (y la pisada de Colón); Playa Medina; Cumaná; quería suavizar mi lengua con su cacao líquido (entrañar mis dientes en su dulzura); inundarme en la saliva termal de sus montañas.

En fin, quería amontonar en mi pecho una última brisa costeña de Sucre, vivir a la Venezuela originaria, llevármela conmigo.

Santuario de piratas

El viaje fue a un tiempo delicioso y aterrador.

Les cuento: mientras navegábamos por las costas de la península de Paria -esa esplendorosa “Tierra de Gracia” bautizada así por Cristóbal Colón­- de Playa Medina hacia San Juan de las Galdonas, fuimos interceptados por dos lanchas piratas que amenazaron con violar a mi hija y esposa y raptar a uno de mis hijos, si no les entregábamos dinero y pertenencias. El motín personal era mínimo, cosa que disgustó a los piratas y que sólo fue remediado por la sagaz gestión del capitán de nuestro barco, quien conocía a uno de los asaltantes y le rogó que nos dejase en paz. Como despedida, los piratas del Caribe intentaron hundirnos, daban furiosas vueltas alrededor de nuestro endeble bote que se llenaba de agua, se tambaleaba y naufraga entre la convulsión de olas. Al final, sin explicación alguna se marcharon.

Llegué a pensar que aquello era parte de la persecución política, parte de la crueldad chavista, sin embargo, aunque en alguna medida lo era, entre la angustia y la zozobra los marineros nos explicaron que Sucre se había convertido en santuario de piratas, controlado por el narcotráfico y sus jefes: los militares chavistas. Aquello era lo cotidiano.

En esa conversación lo entendí todo, especialmente al chavismo.

Mineros de nuestra psique nacional

Piratas, colectivos, militares narcotraficantes, políticos saqueadores, violadores y terroristas son el rostro monstruoso del chavismo. Un rostro despiadado que descansa enterrado en la más honda antropología del venezolano, por ello, cada cierto tiempo, aparecen -como relámpagos devastadores- aberraciones feroces como la de Boves, Zamora, Gómez o Chávez en el cielo histórico venezolano.

Para comprendernos como pueblo, como cultura, para entender esa brutal malicia que es el chavismo, debemos ser mineros de nuestra psique nacional, escarbar y excavar, hundirnos en nosotros mismos y develar lo que somos. Lo hice, como expreso antes, busqué y rebusqué, descubrí un monstruo, un pirata cruel, un bucanero saqueador, un colectivo, un chavista.

Esa es la antropología del chavismo, eso es lo que debemos comprender y extirpar.

Ese el reto de nuestro siglo…
Continuará…

@tovarr

 

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