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Néstor Francia / Análisis de Entorno: Oposición vs oposición (14-03-2018)

Con la detención el día de ayer de Rodríguez Torres se sigue desarmando la trama de conspiración militar que se venía urdiendo como uno de los caminos que se plantea la derecha para derrocar a Maduro y acabar con la Revolución Bolivariana. Se continúan cerrando los atajos que han pretendido retomar la contrarrevolución desde que Maduro tomó el puesto de mando que dejó vacante Hugo Chávez al separarse del plano físico.     Las razones del fracaso de los intentos opositores por tumbar a Maduro son varias y es bueno analizarlas porque esto podría ayudarnos a profundizar nuestros aciertos y también a detectar nuestros errores. Una de estas razones es sin duda la falta de liderazgo. Más de una vez hemos dicho, en conversaciones informales, que si la oposición tuviese un hombre con la capacidad de liderazgo de Rómulo Betancourt, tendríamos mayores problemas. Betancourt, que fue un político zamarro y pragmático, estuvo vinculado a la izquierda en sus años jóvenes y hasta militó en el Partido Comunista de Costa Rica, de cuyo Buró Político formó parte. Ya a mediados del siglo pasado comenzó su claro deslizamiento hacia la derecha y estando en el exilio neoyorquino entró en tratos con el imperialismo y volvió a Venezuela, después de la caída de Pérez Jiménez, a cumplir la tarea de contribuir a la apertura de nuevas fórmulas para la dominación imperial en América Latina. En esos trances se convirtió en un importante líder de la derecha continental, enfrentó divisiones en su partido y también competencia en otros personajes como Rafael Caldera y Jóvito Villalba, y acciones guerrilleras revolucionarias, pero su capacidad de liderazgo lo llevó a superar todo eso hasta su retiro a Europa.

El problema de la oposición en ese sentido es que su “dirigencia” ha estado conformada por una mezcla de viejos dinosaurios con un largo currículum de segundones y mediocres, como Ramos Allup, y una cáfila de jóvenes provenientes de la gran burguesía y de la clase media alta que le aportan una dosis de prepotencia, banalidad y malcriadez propia de una concepción de la vida que les viene de familia.

Otra lacra de la oposición es su permanente desconocimiento de la realidad. Ni la conocen ni la reconocen. Han vivido todo lo que va de siglo XXI en un país ficticio, en el que ellos son la mayoría enfrentados a un gobierno débil y a punto de derrumbarse. Por más que la realidad ha insistido en decirles otra cosa, ellos siguen en sus trece construyendo fracasos. Eso hace que hasta cuando ganen, pierdan, como ocurrió con su victoria electoral circunstancial de diciembre de 2015, de la cual hicieron una lectura fallida que les llevó a dilapidar lo poco que habían logrado. Entonces dijo Oscar Schemel que no habían ganado ellos sino el descontento (ayudados por algunas meteduras de pata nuestras, como el triunfalismo, otra forma de desconocer la realidad). Si lo hubieran escuchado acaso otro gallo cantaría. Pero se embriagaron con su triunfo relativo y todavía están sufriendo los efectos de la dura resaca.

Hay un debate en el chavismo acerca de si la oposición tiene o no un proyecto. Esto se fundamenta en el hecho de que todos los revolucionarios sabemos lo que quieren: restaurar el neoliberalismo y alinearse en el bloque continental del imperialismo ¿Pero es eso un proyecto?  Un objetivo estratégico, quizá. De todas formas, la percepción generalizada es que no lo tienen, es lo que entiende el pueblo mayoritario. Han esbozado borrosas líneas gruesas e ideas sueltas, como endeudarnos con el FMI, privatizar empresas y servicios, y ahora Falcón la dolarización de la economía. Más no han presentado nunca algo como un Plan de la Patria, el proyecto del chavismo.

La oposición vive enredada en asuntos que conciernen poco a las reales preocupaciones de los venezolanos: la “democracia”, la “libertad”, la liberación de los “presos políticos”. No han logrado posicionar en el seno de nuestro pueblo la idea de que en Venezuela hay una dictadura. Más bien hay en mucha de nuestra gente la percepción de cierta debilidad en nuestro Gobierno, sobre todo ante factores económicos que están haciendo daño. Sea cierto o no, hay en el fondo de esto último una razón que tiene fundamento histórico: las revoluciones siempre han sido actos de fuerza, pues siempre han enfrentado enemigos colosales e implacables.

Finamente hay algo muy importante: la dramática falta de unidad opositora. Sus ambiciones, el tamaño de sus ansias individuales y grupales de poder, sus agallas, los han llevado a ser percibidos por el pueblo como una camada de alimañas voraces que no generan ninguna confianza, ni siquiera entre los que votan por ellos, y que por lo tanto no están capacitados para gobernar.

Nos hace bien a nosotros mirarnos en ese espejo. Chávez nos los pidió encarecidamente todo el tiempo: Unidad. Por eso los revolucionarios debemos rodear con firmeza a Nicolás Maduro y nuestra dirección política, por más que haya algunas cosas y algunos dirigentes que no nos agraden del todo, por la razón que sea ¡Qué triste espectáculo el de esos ex chavistas, llamados ahora “chavismo democrático” por la derecha, colocados a la cola de los enemigos históricos del pueblo!

El chavismo verdadero tiene liderazgo, tiene proyecto, es realista y se mantiene unido. Bien, también hay algunas cosas malas, nadie es perfecto.

 

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