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Simón García: Votar para elegir y ganar para gobernar

 

Es hora de preguntarnos si lo que hacemos ayuda al cambio y si es una adaptación inteligente a las situaciones que están emergiendo. Es conveniente examinar si miramos hacia lo nuevo con ojos habituados al pasado. Preguntarnos qué es lo que aceptamos como nuevo, deshojar su empaque, verificar si efectivamente nuestras opiniones han sobrepasado o no, su fecha de vencimiento.

Todos queremos, opositores y sectores que aún siguen al gobierno, salir de la crisis que está sepultando a la gente y usando el hambre como programación acelerada de la sumisión de la sociedad al autoritarismo de un Estado controlado por una minoría.

Existe mayoría suficiente para poner fin a esta época de costosos fracasos de Maduro. Pero sin acuerdo sobre la vía eficiente para poner en marcha una transición, Ese es el debate que nos desafía. Aunque algunos, apremiados por actuar como francotitadores de las opiniones diferentes, quieren encunetarlo en las  descalificaciones ad hominem  y pegarle, desde lejos, un disparo a la candidature de Falcón para reducir el riesgo de que trastoque hegemonias en el gobierno y en la oposición. Ese equilibrio de años que ha permitido mantener un interegno no formalizado donde actúan sectores y personajes que no están seguros de conseguir una mejor zona de confort.

La oposición se ha fragmentado en tres segmentos: los que de palabra piden pasar de derrotar  electoralmente a Maduro a derrocarlo; los que dicen manejar la abstención como medio para negociar mejores condiciones con el gobierno y los que creen que es posible derrotar al poder y están hacienda lo necesario, no sólo para desligitimar el poder, sino para quitárselo a Maduro democrática, pacífica y electoralmente. No así constitucionalmente porque ese poder sitúa su interés por encima de la Constitución y ha demostrado que el olmo autocrático no puede dar peras democráticas.

Reaparece la mitologia abstencionista y sus argumentos a la moda, contra la cual ha tenido que forjarse la cultura cívica desde que surgió el parlamentarismo. Se repiten frases sin sentido como dictadura no sale con votos; votamos pero no elegimos; elecciones para escoger el segundo o cualquier manpara para eludir la responsabilidad de enfrentar al regimen en la lucha por los votos y en la dura tarea de volver a ganarle al que los cuenta.

El obstáculo a vencer es la muralla eregida por el sistema comunicacional del regimen, incrustado hondamente en la conciencia colectiva, de que no hay nada que hacer sino rendirse por cuotas. La primera, dejar de votar, que es donde aspira concluir el sistema comunista cuando se le deja andar sin resistencia.

La candidatura Falcón ofrece la posibilidad de una concurrencia de electores que provengan de los dos proyectos rivales, el democrático y el autoritario, para regresar progresiva y seguramente en medio de tensiones, a la gobernabilidad plural y a la estabilidad de un país que, tocando fondo, está dejando piel y huesos en un martirio que invade a todas las clases, estamentos e instituciones sociales. La evolución de los hechos reales, la falta de consenso en la MUD y el repudio chavista a Maduro, han convertido a Falcón en el el candidate bisagra.

Pero sólo se gana votando y eligiendo abrir una transición y un gobierno plural de salvación nacional, donde haya espacio desde Maria Corina hasta Gustavo Márquez. Y más.

 

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