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Thays Peñalver: Escenarios post-electorales

Los campeones olímpicos del voto sostienen que hasta la gallina de Arias Cardenas le ganaría hoy a Maduro. Enarbolan las mismas encuestas que decían que en las regionales “si la participación llega a cerca del 60% la oposición ganará” o “no está en discusión de que ganará la oposición, sino cuántas gobernaciones”, en fin, que las mismas encuestas que sostenían la imposibilidad de que perdiera Feo La Cruz en Carabobo porque la proporción era 71-28 o las mismas que sostenían que de votar el 60%, Henri Falcón arrasaría en Lara se quedaron con sus números congelados porque no terminan de entender el modelo político al que estamos enfrentados. Todas las encuestadoras le daban un mínimo de 13 gobernaciones a la oposición y es mentira que fue a votar menos gente, porque hubo más participación que en 2012.

Por eso el problema que tiene Falcón no es otro que viene de perder estrepitosamente su gobernación y digo esto porque los chavistas, contra todo pronóstico y lógica, votaron “completo” por su adversario, es decir tras dieciocho años de desvarío opositor de que un “chavista” nos daría más votos, la actual gobernadora con mayor participación que en 2012 (64 vs 57,1) se llevó el 58.33% de los votos, es decir un 2% más que los sacados anteriormente por Falcón. Lo que demostró que ningún chavista estadísticamente hablando, votó por la oposición o extrañamente contra todo sentido común, aún comiendo de la basura y renunciando masivamente, ningún chavista se abstuvo o se fue del país.

En palabras más claras, Falcón ganó cuando acudió a votar el 54%, volvió a ganar en 2012 cuando la participación fue del 53% pero perdió por culpa de la abstención cuando fue a votar más del 64% en un estado en el que todas las encuestas lo daban ganador, los empleados públicos eran mayoritariamente opositores, la maquinaria de transporte no era oficialista, el PSUV estaba en su peor momento de popularidad (18%) y había dejado de ser el principal partido opositor, mientras que solo el 20% de los votantes se consideraban chavistas (Datánalisis).

Digo estrepitosamente porque luego culpó a la abstención y en especial a los partidos políticos Primero Justicia y Voluntad Popular de su derrota. Aunque su teoría tiene una asombrosa debilidad, para ganar bajo semejantes premisas Falcón necesitaba unos 150 mil votos más y para ello necesitaba de dos milagros, es decir que votara más del 76% -una cifra que jamás se ha dado en Venezuela- y que todos, es decir el 100% de esos votos restantes, fueran para él.

En esas elecciones, al acudir los partidos sin la tarjeta unitaria, demostraron varias realidades. La primera es el fin de la fantasía, la cobarde quimera opositora de que un chavista que brinca la talanquera atrae el voto chavista. De acuerdo a los resultados, Falcón no solo no atrajo el voto chavista, sino que su partido luego de 18 años gobernando en su estado, con todo el poder de la gobernación y la principal alcaldía, no tuvo el respaldo de casi un 90% de los votantes inscritos. Por eso Falcón, o perdió porque la trampa fue descomunal o por mérito propio, pero jamás perdió por la abstención.

Por eso acudir a una elección presidencial habiendo perdido bajo esas premisas, sin popularidad real en las urnas (el 89% votó en contra o por otro partido), no habiendo logrado captar el interés de los votantes a concurrir, sino lo contrario (la intención bajó 14% en un mes), con un rechazo altísimo en los votantes opositores, contra la maquinaría electoral del chavismo agrupada en una aplastante mayoría de gobernaciones y alcaldías, carnets de la patria, un CNE que como dijo Smarmatic puede decir cualquier cifra, sin maquinaria propia para defender los votos en más de 30 mil máquinas, contra los designios de los partidos políticos que representan la aplastante mayoría opositora y que no concurrirán, cuando la abstención real será del 70% (Datanálisis) sería a todas luces un suicidio, para cualquier político.

Como Falcón necesita 7 millones de votos para vencer a la trampa y al ventajismo, posiblemente apuesta –pienso- por lo único que puede hacer que gane las elecciones, otro milagro. Y este milagro se refleja en que las bases del chavismo se abstengan ese día masivamente, que el Carnet de la Patria no funcione, que su maquinaria coercitiva no acuda el día de las elecciones, que su sistema de votación “asistida” actúe en contra o en protesta, que la movilización de la gobernaciones y todas las alcaldías se detenga, que todas las trampas y el ventajismo cesen, que sobre todo el CNE diga las cifras sin edulcorarlas y que encima, a última hora millones de abstencionistas opositores salgan a votar. ¿Puede ganar? Solo si se da este milagro.

Ahora bien, en consecuencia los escenarios post-electorales pueden ser reales o irreales. Frente a una Europa y América unidas en desconocer los resultados, en medio de la mayor hiperinflación y abstención en la historia del país, el gobierno no puede encima aparecer con poco más de cinco millones de votos. Maduro no puede mostrarse frente a la comunidad internacional con menos de los siete millones de votantes que dice tener y deben ser mucho más de los casi seis millones que fueron a votar –contra toda lógica- en las regionales. Digo contra toda lógica porque no faltan quienes nos han tratado de convencer que en el medio de la crisis más grande de nuestra historia, cuando los chavistas renuncian en masa y se marchan del país, nos siguen vendiendo la teoría de que se ha fortalecido en votos.

Por lo tanto el CNE jamás dirá que fue a votar solo el 40% y encima el voto fue dividido en unos cuantos millones, mientras que Falcón necesitaría más votos que Capriles para ganar si la participación es mayor del 60%. Así que lo más probable es que la primera sacrificada de la noche, nuevamente sea la verdad.

El escenario previsible real, es que Falcón pierde las elecciones con poco menos del 50% de participación (5 y algo vs 4 y algo millones) y esa misma noche acepta los resultados, advirtiendo que perdió no porque él se lanzó contra todo pronóstico y en busca de un milagro o no fue, como en el caso de su estado, capaz de seducir a los votantes, sino por culpa de la abstención y los partidos democráticos que atentaron en todo momento contra su candidatura. De la misma manera se voltea contra el ganador y le dice que sus escasos votantes, es decir los pocos millones de votos obtenidos reflejan  su escasa popularidad. Y a partir de allí todo se radicaliza nacional e internacionalmente.

Mientras el gobierno arrecia con la política de Hugo Chávez de “creer o reventar”, que es un equivalente de “socialismo o muerte”, hará del estado socialista una realidad absurda. La Comunidad Internacional continuará su presión, todos los países de América y Europa aplican sanciones durísimas como las de Zimbabue, Estados Unidos aplicarán sanciones económicas severísimas mientras millones de emigrantes desbordaran las fronteras en un drama humanitario sin precedentes en América Latina. Aquí ocurre el milagro que esperan algunos, el gobierno colapsa finalmente desde adentro, y se impone en Venezuela un plan Marshall, ya anunciado.

El previsible irreal. Se anuncia una cifra fantástica de votos y una participación que nadie vio mayor al 60%, (casi 7,1 vs 5,36 millones). De pronto y contra todo pronóstico o encuestas, cerca de trece millones de votantes se agolparon en mesas que todos vieron vacías. El ganador con un apoyo cercano al de su última elección llama a felicitar a su contrincante, emulando una fiesta electoral como la anterior de Capriles. El perdedor, que en sus comprobantes tiene muy pocos votos tiene dos opciones, la primera se queda callado, agradece la inmensa confianza de sus “millones” de votantes y dice que a partir de ese momento deben enfocarse a la construcción de una nueva Venezuela.

Aprovechando semejante retórica Zapatero dirá al mundo que lo que vio fue un ejercicio democrático como nunca antes y llamará a las partes a un gobierno de colaboración como en Zimbabue. Cuyas comisiones de enlace se anunciaran en los días sucesivos. Con esto se intentará desradicalizar a la comunidad internacional, mientras se da la orden, como en Zimbabue, de continuar la vía soterrada al socialismo. A los pocos días se llama de nuevo a la votación general legislativa, donde arrasan con la Asamblea Nacional, consejos legislativos y municipales, mientras ya se esboza la nueva Constitución. Al año, disminuida la presión internacional, también como en Zimbabue se impone el Estado Socialista. La segunda alternativa del perdedor es mostrar los pocos millones reales que ambos sacaron y entonces ocurre lo mismo que el primer escenario.

Por supuesto que también está el escenario milagroso, cuando producto de una gigantesca abstención y desmovilización del chavismo gana Henri Falcón. Que también tiene varios escenarios posibles, el primero es que, superada la sorpresa, durante ocho meses el presidente electo se quedará en su casa hasta 2019, fecha en la que tendrá que juramentarse frente una Constituyente que acelerara la nueva Constitución Socialista. Y puede pasar cualquier cosa, desde una impugnación por corrupción, hasta la creación de un defensor de Venezuela, que a través del TSJ ilegítimo convierta al nuevo presidente en un jarrón chino o hasta una relegitimación de poderes, esta vez bajo el esquema electoral de la nueva constitución comunista.

El segundo escenario milagroso es que Falcón gobierne con la Constituyente, es decir que no pueda hacer absolutamente nada de lo que ha prometido en su plan de gobierno, limitado a seguir los designios de ésta y que se lo coma la hiperinflación. Hasta que en un proceso de relegitimación vuelva a gobernar el chavismo. El tercero es el escenario más milagroso, es decir que todo colapse y las pocas instituciones restituyan la democracia con Falcón a la cabeza de un programa de reformas, apoyado por un Plan Marshall establecido por la comunidad internacional, como ya han anunciado.

La realidad es que manejaríamos cualquier escenario en el supuesto de unas elecciones con posibilidades, pero ese escenario no existe en Venezuela desde el 2015 cuando el chavismo solo sacó unos cinco millones de votos y perdió la Asamblea Nacional y optaron por el plan B: no más riesgos, es decir no más elecciones parcialmente libres como esas que los hicieron perder el Poder Legislativo. De modo que este presente nos obliga a los venezolanos a hacernos la siguiente pregunta: ¿qué hemos ganado participando en cada elección?

Es cierto que hemos ganado elecciones. Ganamos la consulta sobre el Estado Socialista y al día siguiente arrasaron con el mandato constitucional, con una emergencia por lluvias imponiendo por la vía de la fuerza el doblemente inconstitucional socialismo. Es cierto que ganamos el Alcalde Mayor, pregúntenle a Ledezma. Es cierto que ganamos muchas alcaldías, pregúntenle a Ceballos, Smolansky, Scarano y otros doce más. Es cierto que ganamos gobernaciones, pregúntenle a Enrique Salas, a Capriles o a Liborio Guarulla y es más cierto aún que arrasamos con el Poder Legislativo, pregúntenle de que sirvió a cualquier venezolano.

Por eso el problema que tienen hoy tanto los campeones olímpicos del voto, como los guerreros del abstencionismo es el mismo, ambos bandos acusan al otro de “sembrar falsas expectativas”, ambos esperan un milagro y sus problemas son exacta y paradójicamente el mismo ¿cuál es tu plan para el día siguiente?, sobre todo si no ocurren los milagros.

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