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Víctor Maldonado: Tres hipótesis sobre este socialismo

 

Hace unos años me pregunté sobre lo que hay detrás de toda esta parafernalia del socialismo del siglo XXI. Y no es una pregunta banal sino esencial para poder desentramar sus consecuencias más nefastas, porque supone un esfuerzo de comprensión que muchas veces desechamos para asumir en su lugar los prejuicios que todos disfrutamos cuando nos referimos al régimen. Esto que estamos viviendo no es el producto del caos, aunque sus principales resultados sean el desorden y la devastación. No nos equivoquemos, el destruccionismo socialista es el objetivo. Necesitan destruir para intentar imperar. No es que no saben lo que hacen. Ellos pretenden tener un plan que pasa por arrasar todo lo que hay para edificar sobre las ruinas esa patria nueva que ofrecen decenas de veces al día.  Fue Max Weber el primer sociólogo que sistematizó el reto que nosotros tenemos ahora por delante. Para el sabio alemán no había atajos a la necesidad de intentar comprender el sentido y el significado de la acción social, y el compromiso para alejar el análisis serio de los propios juicios de valor, sean estos optimistas o pesimistas, comprometidos o antagónicos a lo que se está observando. Sólo así se pueden construir hipótesis plausibles y manejables.

Volvamos a nuestro problema transformado en hipótesis trabajables. La primera hipótesis es que debe haber un ensamble razonable y racional entre los medios que se usan y los fines que se persiguen, aun cuando podamos también creer que las metas de este gobierno son una locura de destrucción e iniquidad. Este socialismo del siglo XXI tiene metas y ha definido una constelación de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas, sobre las cuales trabaja con una dedicación envidiable. Que nosotros no sepamos cuál es su encuadre estratégico, o peor aún, no queramos reconocer que nosotros estamos ubicados en el cuadrante de aquellos factores que hay que suprimir o eliminar es otra cosa muy diferente a creer que detrás de esa conducta no hay un conjunto persistente de intenciones que ellos quieren transformar en realidades.

La segunda hipótesis es que la principal palanca de apoyo de esa conducta racional es la ideología, entendida como una versión “interesada” de la realidad que en el caso del socialismo del siglo XXI es una doctrina política compleja que intenta ser consistente, que se usa como medio de represión social, que intenta dar respuesta a las incoherencias que presenta la realidad y que como todo “ismo” está organizada para satisfacción de sus adherentes, que a partir de esa ideología pueden explicar cualquier hecho deduciéndolo de una única premisa: la necesidad urgente de superar lo que ellos entienden que ha sido la explotación del venezolano por un tramado de injusticias que ellos identificaron y que son capaces de resolver. Esta revolución tiene una connotación ideológica fundamentalista, del mismo tenor de todos los fascismos y socialismos reales. Ambos “ismos” desarrollado un plano de justificaciones que les ha permitido eliminar con sistematicidad organizacional a aquellos que han identificado como sus enemigos. Si esta hipótesis se comprueba nos obligaría a revisar con mucho detenimiento si vale la pena desmontar consignas para sustituirlas por otras.

La tercera hipótesis es que todos los regímenes ideológicos sufren la corrosión producida por la confrontación constante con la realidad. Ninguna ideología sobrevive demasiado tiempo a la disonancia entre lo que promete y lo que produce. Y en este caso, corresponde poner el énfasis en las diferencias entre lo que se dice y lo que efectivamente se hace. Prometen igualdad y generan más inequidad. Prometen liberación y organizan el sometimiento. Prometen prosperidad y han ocasionado un desastre económico. Prometen decencia y se han convertido en un aquelarre de corrupción como nunca antes se había experimentado en el país. Esa es la trama de debilidades y donde se puede golpear con fuerza la entereza de esta revolución. Sin embargo, esta evidencia requiere una constante confrontación cuyos requisitos todos conocemos.

Si de lo que se trata es dar la batalla en los flancos débiles, entonces hay que mantener la disciplina estratégica y el foco en la realidad. Eso significa sobre todo no comprar ni convalidar la agenda del régimen. El poder conjurar la vigencia del socialismo del siglo XXI no es un trabajo que se pueda realizar exitosamente al margen de un preciso conocimiento de las causas, consecuencias, principios y precedentes que están planteados luego de veinte años de infamia programada. Tampoco se puede encarar desde los eufemismos y las correcciones que se imponen desde una lógica del “sálvese quien pueda”. Si se entiende bien la trama, se podrá identificar con facilidad las decisiones y sus efectos contraintuitivos. La ideología marxista no da para otra cosa que la debacle que siempre provoca. Pero su combate no es ni para improvisados ni para pusilánimes. Max Weber sentenciaba que a una organización sólo la puede vencer otra organización. Y tenía razón. Desde el diletantismo nada de lo que hagamos puede ser lo suficientemente fructuoso como para deponer al socialismo del siglo XXI.  Eso sería como intentar domesticar a un animal salvaje. Tarde o temprano su verdadero temperamento se volverá contra sus domadores. No hay forma de convivencia con una propuesta cuya ideología sólo tiene sentido porque todos sus adversarios son aniquilados, reprimidos, apresados u obligados a la desbandada. En ese tipo de reflexiones no hay que perder el tiempo, ni los recursos. O ellos, o nosotros.

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