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Pedro R. García: “Revolución Bolivariana” como emergencia trágica…

 

“El águila ratonera no suele reprocharse nada. Carece de escrúpulos la pantera negra.
Las pirañas no dudan de la honradez, de sus actos.
Ni el crótalo a la autoaprobación constante se entrega.
El chacal autocrítico esta aún por nacer.
La langosta, el caimán, la triquina y el tábano
Viven satisfechos de ser como son:
En el tercer planeta del sol,
La conciencia limpia y tranquila
Es un síntoma primordial de animalidad”.
Tomado del paisaje con grano de Arena de la poeta polaca Wistlawe Szymborska

Ubicando algunas pistas…

Todo en el inicio en el 99, después de la rabia y los cálculos, eran sonrisas y requiebros con el poder que se estrenaba. La Realpolitik, para algunos, exigía olvidarse de principios y moralismos; pensando que el gobierno de Chávez era uno más, el cual, sin duda, se hipnotizaría con una sonrisa vagamente prometedora; como había pasado con no pocos de los políticos emblemáticos de los gobiernos anteriores. Y sonrieron, pero fue la suya como la sonrisa de los tontos de pueblo, yamando la atención a cualquiera que pase a su lado. Pensaron que el tonto era el ungido y el ungido los hizo quedar como tontos. En la demencia de la coyuntura se intentó algo que, en puridad, no tiene precedente: invertir las relaciones del mundo civil y del mundo militar en la administración del Estado. Juan Vicente Gómez gobernó con lo más granado de la intelectualidad civil positivista, a cuyos integrantes encargó, dentro de su terrible mandato, poner las bases mínimas del Estado moderno. Sobre la “paz” gomera y sobre esa plataforma acometió después, exitosamente, Eleazar López Contreras el comienzo de la modernización del Estado venezolano, iniciando un posgomecismo que, se extiende hasta 1958. Pero Gómez, y también, después de él, López y Medina, mantuvieron a los militares fuera de la gestión política. Pérez Jiménez, por su parte, aunque fue producto de un golpe de Estado en el cual de manera formal y explícita, por primera vez en la historia inconstitucional de Venezuela, la Fuerza Armada, como institución, asumieron la responsabilidad de la conducción de la República, no usó la administración pública como botín prioritariamente reservado al estamento castrense. En el chavismo y el poschavismo, el panorama es distinto. Más allá de las migajas burocráticas dadas a ciertos civiles del MBR, primero, y del PSUV, después, hoy acontece lo contrario. Se contempla cómo la alta burocracia estatal está plagada como nunca de militares (la elección de Gobernadores y los reciclados gabinetes de Maduro es un ejemplo), como si, a los ojos de quienes gobiernan, la condición marcial facultara, por sí misma, para cualquier desempeño en indistinto campo de la vida nacional. Los altos militares del chavismo no parecen adornados ni de competencia ni de honestidad. Los resultados están a la vista. Y son tan desastrosos porque se ha buscado, para este militarismo sui generis y a todas luces anacrónico, a aquel que, con toda precisión analógica con el Lumpenproletariat de Marx, puede ser yamado Lumpenmilitariat. Quizá por ello la institución más afectada en la perseverante demolición institucional que el  gobierno de Chávez inicio y con mayor radicalidad ha continuado Maduro en la amplia participación de la institución militar. El chavismo, en efecto, ha resultado ser la expresión de una perversa alianza de tres factores por cierto no creemos que con empatías recíprocas: el Lumpenmilitariat, el Lumpenproletariat y la Lumpenintelligentsia. En el poschavismo aflora un grave problema, el Lumpenmilitariat no tiene otro compromiso que con su propio bienestar y acomodo. No existe en él, en realidad, lealtad a lo que antaño los caudillos y sus cuarteleros yamaron la Causa; es decir, lo que ahora, por vergüenza semántica, algunos de los que tuvieron formación marxista auténtica califican como el Proceso. Telones de opereta. En el fondo, el culto a la revolución no es más que un forzado y tanático culto a Chávez y queda como una alcabala, desagradable pero necesaria, para obtener honores, distinciones y recompensas. No me parece exagerar si digo que, de los responsables de la actual crisis política nacional, el Lumpenmilitariat es más responsable que cualquier otro sector humano de la abrumadora invasión de fealdad y miseria, material y moral, que se abate sobre la sociedad venezolana, particularmente en los grandes núcleos urbanos como Caracas. El afán de lograr un Estado forajido requiere una sociedad que se parezca a él. La política como guerra. Esa es la constante de los libros y artículos de Alberto Garrido (q.e.p.d) sobre Chávez y el chavismo. A veces luce casi como un determinismo. Pero algo tiene de realidad. La concepción tosca de que la política es guerra, resultó la propia del primitivismo rural de la Venezuela campesina. No era, no, una especie de concepción Von Clausewitz al revés. Nadie de nuestro escasamente alfabeto universo de caudillos chatos (los cuales figuran en la historia como dotados habitualmente con una crueldad y cerrazón mental directamente proporcional a su cinismo), nadie, repito, manifestó jamás un conocimiento, siquiera epidérmico, de las teorizaciones del prusiano sobre la guerra. Tal fue, sí, en el pasado venezolano, el reduccionismo enfermo de la política a la fuerza, en un país devastado por el incendio bélico (nunca plenamente apagado) de 1810 a 1903. Fue el drama sin grandeza de nuestro siglo XIX postindependentista, a partir de la “bolivariana” Revolución de las Reformas contra José María Vargas el albacea testamentario del Libertador, el rector de la Universidad de Caracas, la “casa que vence las sombras” en 1835; hasta el inicio del siglo XX, con la Liberal Restauradora, que trajo la hegemonía de los mandamases andinos. Chávez, influenciado inicialmente por un singular personaje sureño yamado Norberto Ceresole (q.e.p.d.) y guiado, luego, por ese supuesto Corán revolucionario yamado El oráculo del guerrero (hasta que Boris Izaguirre dijo, con propiedad, que era un texto paradigmático de la literatura homosexual), no procuró la incorporación de ninguna región preterida (la recentralización chavista resulta un intento de acabar con lo que de federal tenía el sistema venezolano), ni tampoco de aquellos sobre los cuales teorizó Franz Fanon, (“Les damnés de la terre, los condenados de la tierra”). Bajo el slogan de la unión del ejército y el pueblo se escondió y se esconde, en cruda realidad, la neutralización de las fuerzas armadas, dándoles, para su entretenimiento y desnaturalización, las fruslerías de las más disímiles tareas no castrenses y los guisos derivados de la mayor bonanza fiscal de Venezuela desde la aparición del petróleo. En Chávez y el chavismo se presentó, pues, según la percepción dejada por Garrido, la identidad entre la política y la guerra. Se le intenta apresurar su  continuidad en post-chavismo de Maduro-Cabello-Padrino. Ello, evidentemente, no resulta un dato positivo. ¿Cuál fue, históricamente hablando, el producto de la identidad entre guerra y política? Sus tristes resultados no son un secreto. Entre otros desaguisados, merecen mencionarse la anemia institucional de la República y el agotamiento (casi al límite) de un civilismo carente de las fuertes raíces de una extendida conciencia de ciudadanía. Anemia y agotamiento, éstos, que permitieron aquél unión, paz y trabajo de la Causa: la unión (en los grillos), la paz (de los sepulcros), y el trabajo (en las carreteras) en el largo absolutismo tiránico de Gómez. El tiempo gomero (además de otras endemias y horrores) supuso 27 años de alergia provocada a la política de ideas. Alergia provocada, desde un poder omnímodo y excluyente: gobierno personalista y de fuerza que sólo entendía a sus adversarios como “los malos hijos de la Patria”; y, en consecuencia, no podía concebir para ellos otra situación que su silencio, generado por el destierro, la prisión o la muerte. Algo semejante pretendió Chávez y pretenden con mayor énfasis sus devaluados herederos políticos. La crisis política actual tiene, sin duda, a pesar de los rasgos que la tipifican, mucho de un salto atrás concebido como brinco al futuro. De saltos conocidos está llena la historia trágica contemporánea. Cabrera Infante, refiriéndose a Fidel Castro, escribió en una ocasión: “Por obra de una extraña cabriola hegeliana dio un salto hacia adelante y cayó hacia atrás”. Chávez, factor principal de esta crisis apocalíptica de Venezuela, manifestó sentimientos filiales hacia Fidel, repetidos hasta la asquear por Maduro. Lo que tenemos de Cuba está en lo que vemos. Y más aún en lo que no vemos. Lo que tenemos aquí en Venezuela de China no es la transformación del Pequeño Timonel y sus seguidores, sino los fracasos proclamados como éxitos por el Mao prepotente y sectario del Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural. Los partidos formados desde el poder.  Hay partidos formados para alcanzar el poder y partidos formados desde el poder. Los partidos formados para alcanzar el poder intentan hacer Estados ideológicos. Los partidos formados desde el poder son reflejo necesario de la gestión gubernamental que los gesta y mantiene. Los partidos formados desde el poder duran mientras dura el poder. Acción Democrática y COPEI fueron partidos para alcanzar el poder y, desde él, aspirar a realizar un programa. Fueron expresiones ideológicas de la socialdemocracia y la democracia cristiana. Su decadencia vino como consecuencia del clientelismo y la corrupción: la ilusión popular en sus banderas justas se marchitó con la incongruencia de quienes se decían sus representantes. El caso del PSUV es distinto. No es un partido formado para alcanzar el poder, sino formado desde el poder mismo, para aspirar a perpetuarse en él. El origen no es una juventud con formación ideológica, como fueron las surgidas de la FEV y la UNE. El origen remoto del PSUV es la logia militar golpista del 4F. Así el MBR está en la base de las evoluciones posteriores, que siempre supusieron la transformación del Ejército en Partido. Luego vinieron, por consejo, modelo y matriz cubana, la ilusión de dotar de una organización de masas a lo que, diciéndose “revolución”, era un revoltijo indigesto de apetencias personales y radicalismos de decorados, sin ninguna trama política seria. En Cuba la sustitución del viejo PSP (el comunismo histórico de esa isla) por el PCC de factura castrista (excluyendo al núcleo duro pro-soviético: la yamada Microfracción de Escalante) pasó por el intento de las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas) y por el PURS (Partido Único de la Revolución Socialista). El PCC fue hecho a la medida de Fidel. En Venezuela el intento de unificación encontró fuertes resistencias hasta en el PCV. Pero el PSUV fue hecho a la medida de Chávez, y ahora Maduro-Cabello tratan de entalladlo a sus corpulencia física y a su delgadez intelectual.  La muerte de Chávez ha supuesto un rápido proceso de desintegración. El fenómeno no es nuevo en Venezuela. Indica que están resintiendo el poder y que el PSUV desaparecerá cuando las mieles hegemónicas del ejercicio arbitrario del control del Estado desaparezca.¿Precedentes? Está el caso de las Cívicas Bolivarianas de López Contreras y del yamado PPG (Partido de los Partidarios del Gobierno). También está el caso del PDV (Partido Democrático Venezolano) medinista. Este último tuvo, según Ramón J, Velásquez, la mayor concentración de intelectuales y artistas que haya tenido partido alguno en la historia de Venezuela. Y después del 18 de octubre de 1945 desapareció sin dejar rastro. Los partidos hechos desde el poder se evaporan cuando el poder ya no es hegemónico o pasa a otras manos. Por eso la resistencia organizada desde el gobierno y consentida por el voluntarismo de cuello corto de los sectores opositores a que se realizara el referéndum revocatorio, esta negado cualquier acto electoral transparente al menos que haya una negociación. El PSUV no es una excepción. Como todos los partidos hechos desde el poder y ahogándose en sus contradicciones  aferrado a el sin constrictores aparente pero se percibe el inicio de su  agonía. Y la logia militar golpista original del 4F ya no tiene recambio histórico. La inteligencia y el imaginario colectivo. Hemos observado, sin la capacidad de respuesta que hubiera sido necesaria, la prostitución de nuestra memoria histórica. Desde las payasadas sobre Cristóbal Colón y un supuesto irredentismo indígena, ajeno a nuestra realidad; hasta la exaltación de lo menos perdurable de la Federación, contemplando espejismos, con miopía fingida, suponiendo socialismos agrarios en el acratismo y en el descoyuntamiento del sentido de comunidad nacional que produjo la barbarie anárquica. Esa barbarie confusa generó tal anemia ciudadana que permitió que se consolidara, cruzada la curva de la mitad del siglo XIX, por tres décadas, la egolatría deshonesta de Guzmán Blanco. Éste se concentró en el ejercicio del poder central y en el disfrute de una inmensa riqueza amasada con dolo, en perjuicio de la sociedad cuyo control poseía. Gobernó Antonio Guzmán, hijo, desde Caracas o desde París. Cuando Guzmán, en el epílogo del guzmancismo sin Guzmán (para usar la terminología de Augusto Mijares) se dio cuenta de que el Gran Partido Liberal Amarillo ya no respondía a sus caprichos sino a los intereses de los caudillos segundones (es decir, que lo que parecía impensable se había dado: que quien mandaba de verdad en estos predios era Joaquín Crespo) exclamó, más con cansancio y desprecio que con ira, en su casona de Antímano: Vámonos, que las gallinas están cantando como gallos. Y se fue. ¿Adónde podía retirarse un hombre como Guzmán Blanco, que se jactaba de ser el hispanoamericano más rico de su tiempo, un marginado por exceso (para usar la terminología del extinto  Arístides Calvani). Pues a París, por supuesto. Una de sus hijas resultó la consorte del duquesito de Morny. La aventajada plutocracia post federal criolla unió su sangre, su fortuna y sus destinos con la aristocracia del II Imperio francés. Allí, en París, murió, en 1899, Guzmán Blanco, mientras por estos predios, entonces más semibárbaros que lo que son ahora, una bala indocumentada acabó antes, en 1898, con la vida de Joaquín Crespo en la Mata Carmelera. Así finalizó el agitado siglo XIX venezolano. Chávez yevó a Guzmán al Panteón. El orador que hizo su apología, el historiador de filiación comunista Federico Brito Figueroa, no pudo menos de reconocer que había sido uno de los gobernantes más deshonestos de la historia republicana. ¿Se irán los herederos de Chávez igual que Guzmán? ¿Adónde irán? Me parece que ninguno, en realidad, lo sabe. Son más predecibles los destinos con que sueñan los más conspicuos representantes de la yamada nueva burguesía “bolivariana”) Corsi e ricorsi que diría Giambattista Vico. Desaparecido Chávez parece que desaparecerá el chavismo. Cuando Guzmán se fue de verdad y mataron a Crespo (aún se discute de dónde salió la bala) se acabó el guzmancismo sin Guzmán. Y entonces vinieron los andinos. Los sesenta fue la aventura iniciada en la frontera occidental, en el Táchira. Desde allí arrancaron los compadres, Castro y Gómez, para imponer (con Gómez) la paz forzada y hacer del siglo XX un siglo andino en la historia de Venezuela. Al comienzo fue el delirio, la monserga nacionalista y la adulación sin límites al Cabito por parte de algunas Logias y de la oligarquía valenciana y caraqueña. Historia de opereta. Ayuna de grandeza. Mezcla continuada de cuadros risibles y dolorosos. Miseria moral y material. Cadena tragicómica. Siempre por la tangente del caudillismo o de las roscas nauseabundas de intereses de grupo, económicos y políticos. La patria como ficción. La República como aquella amarga carcajada de la que hablara la pluma cebada en el dolor de José Rafael Pocaterra. El terremoto de comienzos de siglo XX y Castro saltando con un paraguas por un balcón de la Casa Amarilla, terminando, como es lógico, desmayado por el golpe. muy bolivariano, despertó lanzando un discurso a la asombrada guardia que acudió en su auxilio con aquello de si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca, y otras sandeces propias del histrionismo del Cabito. Precedentes, esos, de otros histrionismos grotescos más cercanos. Las secuelas fueron más prosaicas: una pierna rota y el abandono del antiguo y céntrico palacio de los capitanes generales, la Casa Amarilla, y luego (hasta él) de los presidentes de la República, buscando en la mansión crespera de Misia Jacinta, Miraflores, un lugar antisísmico más seguro. El Bloqueo de 1902 y la arenga (dicen que fue escrita por Manuel Landaeta Rosales o Francisco González Guinán) que todos conocen por sus primeras palabras: “La planta insolente del extranjero ha hollado el sagrado suelo de la Patria”. ¿Intentó Chávez imitar a Cipriano Castro? Su obsesión contra “el Imperio” pareciera indicarlo. Pero el suyo fue un antiimperialismo de pacotilla: los Estados Unidos siguieron siendo el primer cliente del petróleo venezolano, asi como de la obscena importación de plantas termoeléctricas, y lo mas nauseabundo la compra de alimentos con dólares controlados lo que con la demostrada sobre facturación permitio el mas descomunal robo de divisas en cualquier pais y en cualquier tiempo histórico salpicando todo el estamento chavista y u  innumero de aparentes opositores demócratas, con respecto  al despropósito  reciente del régimen, con milagrosos anuncios  y frente a lo expresado por enterados y no enterados, quiero traer dos opiniones al debate. “El sacerdote jesuita y rector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), José Virtuoso, lamentó que los anuncios “económicos” hechos por el presidente Nicolás Maduro hayan generado más incertidumbre y desconfianza. “Estamos en un momento de shock e supuestamente las medidas perseguían”. Destacó que los anuncios del ejecutivo han profundizado la incertidumbre, el miedo y la indignación porque no hace falta ser un gran economista para entender que los problemas de base como la hiperinflación, la falta de divisas, la falta de apoyos externos y la falta de productividad no se solucionaran, el jesuita considera que el país requiere orientación política para saber cómo enfrentar esta situación. “Estamos en un momento de gran orfandad política. Uno de los grandes dramas que tenemos es que la gran mayoría del país quiere un cambio político, social y económico porque lo que ve es que veníamos mal y vamos hacia peor, la gente anda buscando direccionalidad política”. Hay que sugerirle al inadvertido Rector releer a Eric Voegelin, o hacerlo con las seminales conclusiones del debate promovido por el Instituto de Teología para Religiosos (ITER) de la UCAB, intitulado Meditación interdisciplinaria sobre el Poder ¿Construcción o Deconstrucción? Y en la que participaron pensadores casi todos S. J. y profesores de esa casa de estudios de la talla de Alfredo Vallota, Juan Carlos Rey, Ricardo J. Márquez, Asdrúbal Baptista., S. J. y Rector es ese momento, Luis Ugalde, Eduardo Frades, Pedro Trigo, Juan Pablo Perón, Rafael Luciani, allí con claridad profética, pero de una diversidad de áreas de la ciencias hicieron el diagnostico y visualizaron el porvenir, para no hacerme tedioso están recogidas en el Nro 30-31 de la Revista de Teología, Enero-Agosto 2003. Para el beneplácito de los  prudentes es ese tema terció con lo que para mi recoge con claridad meridiana el tema y es el Psicólogo Axel Capriles, además doctor en Ciencias Económicas y miembro de la Asociación Internacional de Psicología Analítica, quien señalo “Creo que el intento mas razonable de quien proponga analizar estas infames decisiones como medidas económicas, traiciona la razón, y coopera con el régimen. Ni son medidas,  ni son susceptibles de ser analizadas multidisionalmente” Lo son aún en el Pero ya lo sabemos las incidencias de esta Ínsula Barataria en que ha devenido la República no resultan muy sorpresivas. Chávez murió y sus herederos parece que desean (de dar crédito a la retórica pedante del Capitán del Furial, o a las contradicciones sin fin de Maduro) que el epílogo del chavismo sera apocalíptico. Quiera Dios que no lo logren. Un día de guerra civil son cien años de odio. (Volveremos en una segunda entrega).

“Con nuestras omisiones le hemos cortado una vez más rodajas al tiempo, pero el tiempo sigue igual”
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