Los pensamientos de Platón una vez los individuos desorientados salieron del oscurantismo de su caverna, es la lluvia mezclada con muchas otras gracias a “las delicias filosóficas” – palabras y aporías – en expresión académica de Nigel Warburton, lector convulsivo de Borges.
Al cabo de los siglos y tras la herencia moral recibida, no importa si esas tierras marinas forjaron aquellas alianzas en el Peloponeso causantes, al final, de la llegada de un Filipo de Macedonia y con ello la revivificación de aquel dios llamado Alejandro Magno.
Se nos cuenta que unos seiscientos años antes de la era cristiana se dio en Grecia la mejor historia posible: la revelación del diálogo.
A partir de ese día, nos cuenta el ensayista ciego de “Historia de la eternidad”: “La fe, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban el orden; algunos helenos contrajeron, la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron. Acaso los ayudó su mitología, que era, como el Shinto, un conjunto de fábulas imprecisas y de cosmogonías variables. Esas dispersas conjeturas fueron la primera raíz de lo que llamamos hoy, no sin pompa, metafísica.”.
De esa Grecia patrimonio humano, nos envuelve el céfiro y las costas brumosas en la lejanía. En esos mismos arrecifes, en tiempo no tan lejano, acudimos a sembrar naranjos, injertar olivos y recoger almendras, en espera, al decir del Minotauro, que los relámpagos del Olimpo nos fueran propicios.
Envueltos en un crepúsculo de progresiones azulinas, levantamos una piara con troncos secos, trigo húmedo y hojas de laurel, mientras arrojábamos al fuego incienso, canela en rama y flores de azahar.
De la ceremonia salimos mucho más claros a los sopores de la vida o por lo menos, eso seguimos creyendo aún ahora.
Sentados bajo los capiteles de un templo dedicado a Artemisa, uno contemplaba cambiar la luminiscencia del día, y así, tras un blanco translúcido, venía un manto de sombras, ahora granas, ahora grises. Al anochecer el viento era suave y preñado de nostalgia.
Las cercanas rocas de mármol nos llamaban con voces y sonidos de flautas. Igual a Ulises, nos hicimos sordos ante la armonía musical que penetraba por nuestros ojos y era vedada a los oídos.
Al presente, tras un corto periplo en búsqueda de la esencia vital del ser humano, el dialogo, nos dimos cuenta de la disipación del tiempo, el gran indagador, y al introducirnos en el vivir actual la Venezuela traumatizante, recordamos los versos del poeta Rafael Cadenas titulados “El dialogo según un dictador”:
“Versión originaria: Cuando yo dialogo no quiero que me interrumpan.
Versión segunda: Yo dialogo, pero advierto que no ceso en mi posición.
Versión tercera: En diálogo, los que me contradigan deben reconocer de antemano su error.
Versión cuarta: Después de cavilar, dictamino humildemente que el dialogo es innecesario”.
Nota: Hemos visto en televisión española la entrega en la Universidad de Salamanca, del “Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía”, concedido a Rafael Cadenas, el laureado poeta barquisimetano cuyos valores son reconocidos universalmente. El discurso que pronunció, es un canto magistral sobre los valores de la libertad perdida.