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Antonio Sánchez García: Guaidó; retardos imperdonables

 

“Cuando se produzca la falta absoluta del presidente electo o presidenta electa antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección universal, directa y secreta dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo presidente o la nueva presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el presidente o presidenta de la Asamblea Nacional”. Artículo 233, Constitución de la República Bolivariana de Venezuela”.

Salvo en Cuba, en Nicaragua y en Bolivia, está fuera de toda discusión que el presidente de la República de Venezuela es Juan Guaidó. Y reconocido como tal por las principales potencias de Occidente, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, el presidente de Brasil y todos los presidentes de América Latina, pasando por encima de una tradición de tropical irresponsabilidad e imperdonable liviandad espiritual, que nos ha traído a este aterrador berenjenal, todos nosotros, los venezolanos por origen y desempeño, debemos tomarlo absolutamente en serio. Brindándole no solo todo nuestro respaldo ciudadano, sino exigiéndole lo que todo ciudadano tiene pleno derecho de exigirle a su presidente. Que finalmente, si a ver vamos, fue elegido en su origen por todos nosotros.

¿Por qué este absurdo introito? Porque a muchos días y más horas de haber asumido informalmente la presidencia, así sus compañeros de Parlamento se hayan pronunciado a medias o ni siquiera se hayan pronunciado, como sí lo hiciera María Corina Machado, aún no se hacen notar el peso y la presencia de su magisterio. Juan Guaidó aún no ha golpeado sobre la mesa de la Presidencia de la República proclamando a voz en cuello: Aquí estoy yo, presidente por voluntad de la ley y de la historia.

¿A qué espera para cumplir con lo que la ley constitucional lo obliga? ¿Transcurrirán los treinta días pautados para convocar a las elecciones presidenciales sin que las haya convocado? ¿Qué talante de presidente es aquel que desconoce la plena potestad de la ley? ¿Será posible conocer sus razones?

Fue un escritor francocubano, Alejo Carpentier, quien definió la esencia espiritual de lo latinoamericano, y muy en particular la de su civilización tropical, como de lo “real maravilloso”. Todo lo que se vive en el trópico pareciera regirse por otras leyes que el resto del mundo, equilibrarse frágilmente entre la objetividad y la mitología, lo cierto y lo imaginario, lo real verdadero y lo real maravilloso. Fue otro escritor, el colombiano Gabriel García Márquez, quien escribió la Ilíada y la Odisea del trópico, Cien años de soledad. En Macondo no llueve: diluvia. Los cantos rodados que esos diluvios arrastran no caben en una mano: son como huevos de dinosaurio. Y es lógico: en Macondo un tirano no dura diecisiete años, como Pinochet en Chile. Dura sesenta años, como Fidel en Cuba. Ninguna causalidad que el Nobel fuera íntimo del tirano y mortal enemigo del dictador. En Macondo los tiranos no piden permiso.

Yo, educado en Alemania en la absoluta renuencia a engañifas, imaginerías, farsanterías, fantochadas y credulidades de pueblos analfabetas, bajo el principio cartesiano del cogito ergo sum –pienso, luego existo– y la conminación moral de Hegel, Wahrheit ist konkret –la verdad es concreta– no creo que un tirano sea una gracia maravillosa, como lo creía el vendedor de ilusiones premiado por ello con el Nobel de Literatura, principal propagandista del tirano más feroz que conozca la historia de América Latina. Sin que nadie le reclamara esa infamia intelectual y moral, con el desprecio que se merecía, tal como los europeos le reclamaran y le hicieran la vida imposible al gran novelista francés autor de esa extraordinaria novela titulada Voyage au but de la nuit, Louis Ferdinand Celine, por simpatizar con Hitler y el nazismo. ¿Por qué despedazar a Celine y honrar como a una virgencita al tirano del Caribe?

Lo recuerdo en esta hora aciaga, agónica, trágica, en que la ley es usada en Venezuela como subterfugio por unos y por otros para evadir la responsabilidad que la historia nos asigna: desalojar al tirano y su esbirriato, sacarlo a patadas del que ha sido templo de nuestra libertad desde el 23 de enero de 1958 hasta el 6 de diciembre de 1998, Miraflores, para que sea ocupado por la voluntad liberadora del pueblo en la figura del joven diputado Juan Guaidó.

¿A qué suerte del destino esperan Guaidó y sus compañeros de Asamblea para hacer cumplir la ley? ¿A qué esperan los partidos democráticos para pronunciarse claramente a favor de su majestad presidencial y sentarlo en el sillón presidencial de Miraflores? ¿A qué espera el pueblo para salir a la calle y desalojar a los usurpadores de nuestras máximas instancias políticas?

No es lo real maravilloso de un pueblo tocado por la magia del Caribe. Es la criminal irresponsabilidad de un pueblo que no se toma en serio. Malhaya la hora de nuestros mistificadores. Malhaya los vicios que nos impiden actuar como lo quisiera nuestro Libertador: con moral y luces.

 

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