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Enrique Meléndez: Un pedacito de pan, por favor

 

Ya no sólo se ve gente hurgando entre la basura. Ahora te piden. Madres abandonadas con tres muchachitos; como tú las ves en una plaza como La Candelaria (Caracas), que te saltan, inocentes, muertos de hambre, y pensando que tú les vas a dar pan, cuando te ven con la bolsa en la mano, se emocionan y expresan: ¡pan, pan! ¡Hambre, señores! Eso es hambre. Incluso, hay quien te persigue, y entonces al darte alcance, te ruega: “Señor, un pedacito de pan”.

Lo mismo el caso con los cambures. No hay quien no te pida uno, cuando te ven con la bolsa en la mano. Entre tanto, ¿qué dice Diosdado Cabello? Que eso es un montaje o que esa es una de las consecuencias de la guerra económica; dependiendo del contexto en que se encuentre en medio de sus peroratas; pues esta gente, al pretender ocultar su fracaso, en un mismo discurso puede contradecirse una y otra vez; si se toma en cuenta que hablar de consecuencia de una guerra económica en un caso como éste, entonces es admitir la situación dramática, que se vive.

Por lo demás, como se lo dice todo el mundo: si tienes seis años perdiendo una guerra; entonces, tienes que darle paso a otra gente, que sí la pueda librar. Porque, ¿para qué tener consentida a una clase gobernante, si va a estar siempre de derrota en derrota? Asimismo, el término guerra económica plantea una contradicción, desde el punto de vista de la lógica, partiendo de que, mientras la guerra implica destrucción; lo económico implica construcción. Nunca habrá un empresario, que limite la producción, para que el pueblo se muera de hambre, y por esta vía atizar a las masas populares contra el gobierno de turno; puesto que el fin de todo empresario es lucrarse lo más posible. La riqueza llama la riqueza.

Por otra parte, en cuanto a lo del montaje: ¿para qué hacerlos digamos, basados en la realidad de otros países, y atribuírsela a lo que se está viviendo en Venezuela? De hecho, el gobierno ya tiene años ocultando las cifras del comportamiento, sobre todo, de las variables macroeconómicas; mientras alega que, si se publican, entonces aprovechará la derecha venezolana, en connivencia con el imperialismo yankee, para ponerle leña a la guerra sucia, que le tiene desatada; una frase muy de la izquierda de la década de 1970; que es la fecha que la gente, que nos gobierna, vive de la puerta de su casa para la calle; pues de la puerta hacia adentro, entonces llevan vida de  altos ejecutivos del siglo XXI.

Allí no falta nada. Todo llega importado. Al que le cuesta viajar en avioneta hacia una de las islas de Las Antillas o a Miami; entonces, una casa especializada en traer productos del extranjero, les prepara sendas valijas con todo: lo más exquisito de los productos de consumo de las fábricas capitalistas; un modo de producción, que ellos despotrican de la puerta de su casa, para la calle. Hay aquél que usa ropa de marca de blue jean; camisa y botas de vaquero; un verdadero tejano, al que consideran el americano típico, y entonces ven en los EEUU la sempiterna amenaza del imperialista, que se quiere apoderar de nuestro petróleo. Más ejecutiva, yo diría que estamos ante una clase gobernante cortesana. Precisamente, la revolución francesa se desató; porque había un pueblo que financiaba una aristocracia ociosa, a partir del cobro de tres impuestos: impuesto al rey, impuesto al señor cortesano e impuesto al alto clero, y cuyo único quehacer era jugar barajas, asistir a los conciertos o hablar en los salones del palacio de Versalles; donde asimismo tenía a su disposición los mil cocineros.

He allí la vida que lleva uno de esos que llaman enchufados; quienes, por lo demás, son los únicos que beben whisky de doce años, para arriba; algo que recuerda con nostalgia el común; pues nuestro país durante los años de la República civil fue uno de los que más consumía whisky en el mundo. Ya ni siquiera el cocuy está al alcance de cualquier persona; pues también su precio se fue para las nubes, y que es lo que ha hecho decir a alguien con ironía, que definitivamente aquellas agrupaciones, conocidas como los Alcohólicos Anónimos, ya no existen; puesto que hasta los borrachitos del bar de la esquina de tu casa se acabaron. Y eso que a ellos les gusta mucho citar ese pasaje del Discurso de Angostura de Bolívar; donde éste expresa que el mejor gobierno es aquél que le proporciona a su pueblo la mayor suma de bienestar, la mayor suma de seguridad y la mayor suma de felicidad posible.

¿Cuál es ese impuesto que paga el pueblo venezolano? El impuesto de la inflación; como dicen los economistas. Que es lo que conduce a que el señor; que está sentado en determinado lugar, al verte pasar con la bolsa de cambures, te dice: “Dame un cambur, por favor”. Y da dolor no darle a todo el mundo; pero esa es ahora parte esencial de la dieta diaria del venezolano (sardina y cambur); porque, por lo demás, a falta de mango; que ya pasó la temporada, y ahora los árboles están floreados para la cosecha de mayo; buenos son cambures; que es a lo que yo he quedado reducido. Los reyes de la banana: en eso nos hemos convertido; pues en materia alimenticia es lo único que todavía está a la altura de cualquier bolsillo; aunque su precio cada día se va también para las nubes.

Esa clase gobernante nuestra de carácter cortesano tiene como quehacer comprar y vender dólares; cuando no firmar los papeles administrativos, que tienen que ver con pagos de sueldos o beneficios populistas, desde el alto cargo que ocupa: más dinero sin respaldo para la calle. A ellos y a nadie más le conviene que el gobierno no cambie la política económica; mientras más sube el dólar paralelo; mejor para ellos, pues así aumenta su caudal. Son los beneficiarios de la inflación. He allí por qué se dice que hay dos Venezuela; la que está opulenta y bebe whisky etiqueta azul, come jamón serrano y queso “Camambert” en su mini palacio de Versalles, y la otra que pide en la calle un bocado.

 

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