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Alirio Pérez Lo Presti: Verdades de mentira

 

Me gusta recordar algunos fragmentos de Rayuela de Julio Cortázar, como ese que señala que la vida es la proxeneta de la muerte. Fiel a la costumbre, camino por una calle cualquiera sin saber dónde me puede llevar. Me encuentro con un par de compatriotas hablando a todo gañote sobre la situación de nuestro muy lastimado país. Todavía no han tomado el primer sorbo de cerveza y ya están deliberando sobre geopolítica, fuerzas de choque, armamento especializado para acciones bélicas de alta precisión, grupos comando, invasiones, guerras, bombas atómicas y vaya usted a saber de qué cosa radioactiva que parece que todos persiguen y solo se halla en Venezuela.

Imagino cómo estarán cuando estén borrachos y sigo mi camino. Cruzo la Alameda y los acentos de todos los confines de Venezuela se unen en un mismo lugar. Una chica guapa como muy pocas me saluda con gran entusiasmo, me abraza y como no la conozco, trato de sacudírmela lo antes posible mientras reviso si me robó la cartera. Resulta que dos cuadras después del encuentro recuerdo que se trata de una educadora graduada en la Universidad de Los Andes a quien le di clases hace más de una década. No la reconocí por lo delgada y me atormento por no haberla invitado a comerse un almuerzo caliente que incluyese un buen plato de sopa.

Lo cierto es que el centro se hizo grande para ir en su búsqueda y me encuentro con un colega. Aquí la cosa es al revés. Me le presento y se asombra de verme caminando por una acera cualquiera de la ciudad que compartimos. Me dice que anda recogiendo firmas para no sé qué proyecto que busca salvar a Venezuela y le digo que soy cercano al Tomás de Milan Kundera y me niego a firmar nada. Pone cara de haberse decepcionado de mí, lo cual es también fiel a la costumbre de lidiar con personas que desean que uno haga lo que no quiere hacer.

Sigo más fiel que nunca a la consigna de ser respetuoso con el pensamiento ajeno y no aspiro otra cosa diferente que se me respete lo que me provoque pensar. Por cierto, Julio Cortázar era uno que andaba firmando documentos y manifiestos en torno a las que él consideraba causas justas, que a fin de cuentas son justas en la medida que le acomoden a los intereses personales relacionados con la idea de justicia que cada cual pueda tener.

Termino en Tirso de Molina y la mujer más bella que haya visto jamás es una haitiana que está vendiendo empanadas. Imagino que es uno de esos milagros propios de la cotidianidad que con el tiempo van engrosando la larga lista de vivencias que pocos terminar por creer y forman parte de la leyenda de cotidianidades que la vida de cualquier ser humano va sumando.

¿Cómo hacen unos y otros para hablar con tanta propiedad de lo que ignoran? ¿Cómo se atreven a ser tan ligeros al momento de hacer las afirmaciones más categóricas? ¿Estamos condenados a que el chisme, lo superfluo y las vanidades propias de lo carencial sean las que señalen la ruta de nuestra existencia? Venía haciéndome estas preguntas cuando un niño junto con su padre se me acercan para pedirme un autógrafo, mientras preguntan si soy el nuevo jugador de fútbol importado que comenzó esta temporada a portear para el equipo local. Les digo que no y no hay manera de que me crean, al punto que insisten tanto que termino por firmarles el autógrafo solicitado. Padre e hijo me estrecharon la mano y caminaron contentos por la acera. Siempre pensé que era más fácil confundirme con un boxeador que con un arquero. Lo importante es que les di un poco de alegría a dos ilusionados a quienes no les interesaba saber la verdad.

¿Soy el nuevo jugador del equipo local que comenzó a portear esta temporada? Sin duda que así será en el anecdotario de dos personas que se me acercaron para aseverar sus creencias. ¿Les mentí o fui piadoso con ellos? Creo que ambas cosas, total, a veces es imprescindible mentir para no decepcionar a las personas. ¿Es diferente firmar como falso arquero que dejar de firmar como el verdadero Alirio Pérez Lo Presti para salvar el mundo?

Henry Miller en uno de los Trópicos trabaja o intenta ganarse la vida como psicoanalista. ¿Quién miente? Henry Miller por decir que conocía el psicoanálisis y podía practicarlo o Sigmund Freud, que para que el psicoanálisis sobreviviera indujo que se volviese una técnica que podían ejercer incluso aquéllos que no eran ni médicos. ¿Dónde el respeto por los demás desaparece al punto de no respetar normas mínimas que permiten que algún orden mínimo sea el que prevalezca?

Regreso por donde vine y la tarde cae con especial bruma. El frío quema. Los dos venezolanos ya están borrachos y están hablando de las proyecciones políticas futuras que le depara a la región. Pasaron de lo bélico a lo político y si alguna de las aseveraciones que señalan fuese cierta, bastaría que algún diario las reseñase para acabar con el equilibrio de todo el subcontinente. Vuelvo a pensar en Cortázar, pero esta ven en sus Historias de cronopios y de famas.

@perezlopresti

 

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