En la vida cotidiana la campana ha sido el alerta tradicional para movilizar a las personas, dadas las características del sonido del metal para expandirse por el aire.
En la economía hay un efecto campana, cuando se conoce con anterioridad el alza de los salarios, bien por discusiones en comisiones tripartitas o por decisiones ejecutivas del gobierno nacional.
En las dictaduras, cualquier medida económica aparece sorpresivamente, no hay discusiones previas ni filtraciones a la prensa.
En las democracias, y menos ahora con medios alternativos de comunicación, es imposible mantener el secreto de cuánto es el porcentaje de aumento del salario mínimo de los trabajadores y trabajadoras, jubilados y jubiladas, pensionados y pensionadas.
En el contexto de la inflación y especulación que hoy vivimos, el “campanazo” permite a los proveedores de los principales bienes de consumo y servicios, aumentar los rubros antes de la medida y otra vez después que es publicada en la Gaceta Oficial.
No existe organismo de supervisión que pueda frenar ese movimiento especulativo. Durante años el Estado ha tomado decisiones como el control de precios, los “precios acordados”, multas a los infractores, cambios de nombres de los organismos oficiales, nuevos funcionarios, pero no ha podido porque las causas son estructurales y profundas.
Los consumidores hacen preguntas que no podemos responder con precisión. ¿Por qué sube el precio de los huevos si éstos no son importados? ¿Por qué el proveedor hace cálculos de la mercancía, al mayor, en la divisa/dólar y no en bolívares?
Corresponde a los expertos desmenuzar esas interrogantes. Desde el lugar de producción hasta el consumidor final. El efecto campana es devastador en el pueblo.