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Rafael A. García: Es viable en España una nueva utopia

 

Pensar la utopía supone que al menos algunos asomos en el tiempo presente pueden indicar una posibilidad de su realización. Pero hoy por hoy, “ningún fantasma recorre Europa”. Entonces nuestra visión solo puede aludir a mantener o recuperar las ruinas de la utopía, hace mucho tiempo que en el contexto europeo ésta se sustituyó por el pragmatismo; la socialdemocracia por cualquier voluntad revolucionaria, el estado del bienestar por la lucha de clases, en definitiva el confort se ha convertido en la principal ideología de nuestro tiempo. Aún así esta “utopía rebajada”, actualmente amenazada por las corrientes neoliberales, aparece como la más refulgente de las utopías posibles. A pesar de sus contradicciones, de su clientelismo y asistencialismo, mantienen una labor residual por los derechos humanos, por la dignidad básica, ya que en otros modelos de sociedad las desigualdades no sólo son de hecho, sino también de derecho. La sociedad del bienestar se basa en el principio de igualdad y pretende conseguir un incremento de la calidad de vida de todos los ciudadanos. La diferencia con otros modelos liberales esta en que éstos parten de la idea de que la intervención es una amenaza contra la libertad y de que el gasto público en servicios sociales es un defraudación económica. E. Andersen define el estado del bienestar como el “modelo de estado que interviene en la vida económica y social para alcanzar cotas de política social y calidad de vida. Su mediación se sustenta en los principios de justicia e igualdad social y pluralismo político como inspiradores de todas las actuaciones”. Pero la sociedad del bienestar necesita de la bonanza económica, y ésta parte de una situación de privilegio de los países desarrollados. Este desajuste genera restos que se quedan fuera de las redes de las políticas publicas y económicas (tanto fuera como dentro del territorio), por lo que existe una mayoría adaptada y minorías relegadas para las que los mecanismos son insuficientes, una población “sobrante”. La producción de “población superflua” emigrantes, refugiados y demás excluidos es una consecuencia inevitable de la modernización, y también se trata de un ineludible efecto secundario del progreso económico y la búsqueda de orden, característicos de la modernidad. El cambio de paradigma económico nos ha llevado de una “sociedad productiva” a una “sociedad de consumo”. En la sociedad de los productores, los desempleados podrían estar temporalmente fuera de su estructura, pero su lugar era incuestionable y seguro, ya que el destino de los desempleados (el ejército de reserva del trabajo) era el de ser reclamados de nuevo para el servicio activo; sin embargo en la “sociedad de los consumidores” los consumidores fallidos, incompletos o frustrados pueden estar seguros de que habiendo sido expulsados del único juego de la ciudad, el del consumo, ya no son jugadores y por lo tanto ya no se les necesita, son población “excesiva”. Mientras que el prefijo “des”, en “desempleo” sugiere una salida de la norma, nada semejante sugiere el concepto de “superfluidad”.  comparte espacio semántico con “personas o cosas rechazadas”, “despilfarro”, “mugre”: con migajas. La unión de bienestar y consumo es hoy la característica principal de las sociedades desarrolladas, aseguradas las necesidades básicas, el consumo se dota de nuevos significados simbólicos que van más allá del propio objeto consumido. Libertad, progreso social, solidaridad, democracia son accesibles a través del consumo y la objetivización de la cosmovisión capitalista se generaliza a través de los mecanismos del espectáculo, en su acepción debordiana. En este contexto proponemos un encuentro entre la sociedad integrada y la marginal en el momento justo cuando la sociedad del bienestar actúa en busca de justicia e igualdad: En Madrid subsiste uno de los mayores poblados de chabolas de Europa, denominado  El Salobral, que se encuentra en el borde sur de la ciudad. El pasado reciente se acordó por parte de la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento su demolición y el posterior realojo de sus habitantes, en su mayoría de etnia gitana. En este poblado se reúne tanto la marginación definida por factores socioculturales como aquella buscada de modo intencionado por traficantes de drogas de espacios alejados de la vigilancia policial. Por otro lado la demolición de las chabolas y el posterior realojo de sus ocupantes atrae nuevos habitantes que llegan a esta zona buscando ser recompensados con una nueva vivienda por los servicios sociales. La desaparición de El Salobral implica no solo la destrucción de las infraviviendas sino también la inhabilitación del terreno para que no vuelvan a ser construidas. El proyecto desarrollado por Democracia supone la escenificación del derribo de este poblado marginal como un espectáculo para los integrantes de sociedad civil. Por encima de consideraciones como la desaparición de unas formas culturales específicas (la de la cultura gitana), la sociedad civil celebra la desaparición del ghetto en clave de espectáculo mediático. La sociedad civil “integrada” son los nuevos  hooligans que aplauden la acción de las excavadoras demoliendo el ghetto. El camino de la población marginal es su integración en la sociedad de consumo espectacular, que les asegurará sus derechos básicos.

“Los pueblos a veces se equivocan, Y a menudo la pagan caro”. Mario Vargas Llosa

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