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El País / Editorial: Defensa de Europa

 

La reina Isabel II, en el palco junto al presidente de Francia y el de EEUU en el homenaje celebrado ayer en Portsmouth.

Los máximos representantes de las naciones aliadas que participaron hace 75 años en el desembarco de Normandía rinden homenaje hoy en la costa francesa a los caídos en la batalla, en un momento que tal vez sea el de mayor desencuentro en materia de defensa entre ambas orillas del Atlántico. El doble discurso de Donald Trump, que por un lado considera un gasto superfluo la colaboración militar estadounidense con Europa, pero, por otro, exige que los europeos admitan a la industria militar estadounidense como socio preferente ha enrarecido el ambiente en una controversia que ha desbordado el aspecto económico y se centra ahora en el futuro de la defensa de Europa.

Desde que los soldados de EE UU desembarcaran en las playas de Normandía, la presencia militar estadounidense y sus medios materiales han garantizado la seguridad de las democracias europeas. Pero esa asociación ha sido puesta en cuestión en un momento particularmente inestable en todo el mundo. La autonomía estratégica de Europa ha dejado de ser una opción teórica para convertirse en una vía deseable cuando no necesaria.

Que Alemania y Francia se hayan manifestado a favor de una integración militar europea o el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, defienda desde que asumió el cargo en 2014 la creación de un Ejército europeo, responde a esta dinámica, cuya puerta legal ya está abierta por el Tratado de Lisboa.

La defensa y la política exterior comunes no son aspectos colaterales del proyecto de integración continental. Todo lo contrario. Ambas dimensiones están en el núcleo del concepto de los Estados y, si bien su cesión a Bruselas no figura en el horizonte ni a corto ni a medio plazo, es necesario que se construyan los mecanismos que aumenten la colaboración.

La ausencia de una voz única europea en exteriores y defensa hace que Europa se halle en una clara posición de desventaja frente a Estados Unidos, Rusia o China, quienes consiguen importantes réditos fruto de esta multiplicidad europea de voces e intereses. Una situación que por ejemplo no sucede en materia económica o, en el caso de los países de la zona euro, monetaria. Pocas demostraciones hay más eficaces como esta de que la unión hace la fuerza. Sin una política exterior y de defensa comunes, el peso económico de Europa nunca podrá ser geopolítico. El desencuentro con Washington fruto de la errática concepción del vínculo transatlántico que tiene Trump debe servir para impulsar la autonomía de defensa, haciendo converger las diferentes voluntades políticas y entendiendo que el peso estratégico del continente no dependerá tanto del tipo de armamento y de quién lo fabrica, sino de la defensa de valores que haya detrás del material. Y en esto Europa parte de la posición correcta.

 

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