Seguimos adosados a las costas mediterráneas del sur de España enclaustrados a recuento de Coronavirus. Se van a cumplir 2 meses que esa pandemia nos tiene enclaustrados en la vivienda. En ella reviso libros, papeles, revistas y carpetas con algunos de mis artículos escritos a lo largo de 30 años en las publicaciones de la desaparecida Cadena Capriles. Ante ellos nos damos cuenta que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Pasaron cuantiosos otoños y ahora ya comienza a dolernos hasta la saliva.
Evoco ahora, tras encontrar en el rebusque de las estanterías un libro del poeta persa del siglo XI, Omar Khayyám, el mismo que desde mi oficina en la redacción de la revista Elite, en el Foro del Libertador, veía todos los días.
Ya había leído sus “Rubaiyat” y me convertí en un adepto del maestro sufí, el mismo que hizo del vino y el amor erótico, unas estrofas que pervivirán más allá de la perennidad del propio tiempo.
Uno, ávido mortal, solamente atina a sentir la sabiduría de los derviches: Todo perece: los poetas y los dioses, la luz y las sombras; únicamente los creyentes en la divinidad de las piedras, pueden escoger entre retazos de fe o sueltos poemas que cubran el frío de la existencia.
No seremos de este mundo ni del otro, donde – se supone – hay sombras aladas y suspiros conventuales, pero entre una divinidad arropada de dudas convertida en misterio, nos quedamos con el poeta desguarnecido frente al acantilado de la soledad y las querencias compartidas con el vino.
Los seres humanos, sin dioses que cubran tanto desasosiego interior, cuentan solamente con la palabra amistad, ese puerto de la vida para amarrar sus hondos miedos y magullados pesares. Lo señaló Montaigne: “Cada virtud necesita un hombre; pero el compañerismo dos”, y con esa diatriba nos cubrimos.
En una de mis expresiones emotivas exprese el poeta desde el ventanal: “Ya no estaremos solos en esta ciudad tan poco hospitalaria. Nos tenemos mutuamente. Tus rimas nos acompañaran y han de servir para saborear trago la amistad”.
Una de sus “rubai” dice:
“Al mundo, ¿a qué venimos? Después, ¿por qué nos vamos? / ¿Qué quiere esta existencia que nos ha sido impuesta? / Arden las almas bajo su peso y se convierten en cenizas, más yo no logro ver la hoguera”.
Dar una mirada al pasado no siempre duele o picotea la piel: también suele traer remembranzas tiernas, sabores, ternura escondida o cobijada entre la rugosidad del alma, tal como si la vida saliera a nuestro encuentro.
Posdata: Si algún lector o lectora de estas líneas cruza un día por el Foro Libertador en Caracas, deposite magnánimamente ante el busto de Omar Khayyám, un manojo de hierbas que allí crecen, o crecían. El poeta iraní lo agradecerá.