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Cultivar la esperanza te permite tener capacidad para planear

 

Cuando hay esperanza, la mente se orienta hacia un objetivo y le da sentido a la espera. En el momento en que nuestro cerebro activa dicho enfoque, fuerza y emoción dan forma a la capacidad para planear, para trazar estrategias y rutas con las que poder superar la situación presente. Mantener una visión realista pero positiva de las cosas, amplía nuestras perspectivas vitales y esa es una habilidad que todos deberíamos mejorar.

Entender el sentido de la esperanza como una competencia psicológica mejoraría nuestro bienestar mental y, a su vez, optimizaría incluso nuestra capacidad de logro. En esta misma idea coincide una buena parte de la comunidad experta. Un ejemplo, Matthew Gallagher, psicólogo y profesor de la Universidad de Houston, pone el foco en uno de sus estudios en cómo esta dimensión genera notables avances en la psicoterapia.

Si habilitamos a una persona en el arte de cultivar este concepto relacionado tradicionalmente al campo de la filosofía o la espiritualidad, podrá manejar mucho mejor condiciones como el estrés cotidiano y la ansiedad. Se consigue porque logramos inculcar en la mente del paciente dimensiones como la reducción de la angustia, la autoconfianza, la positividad y la flexibilidad cognitiva.

Este último concepto, el de la flexibilidad cognitiva, es decisivo. La esperanza actúa debilitando esos esquemas mentales más rígidos para que podamos planificar, diseñar nuevas metas y objetivos confiando en que alguno de ellos dará resultado. Enseñándonos, al fin y al cabo, que solo cuando somos receptivos y confiamos en que el futuro logramos transformar nuestro presente.

Cabeza en forma de árbol representando nuestra capacidad para planear

La esperanza y nuestra capacidad para planear

Charles Rick Snyder fue uno de los exponentes de la psicología positiva más destacados en el estudio de la esperanza. Él definía esta dimensión como un estado motivacional en el que se combinan dos factores. Por un lado, la energía o la emoción de valencia positiva hacia la idea de lograr algo. Por otro, la planificación.

Es decir, la auténtica esperanza, la que es útil y revierte en nuestro bienestar, no es aquella que se limita solo a confiar en que los acontecimientos que están por llegar serán buenos. Además, la persona razona y visualiza qué estrategias deben darse para que eso que uno espera suceda.

Por tanto, en esta dimensión no solo se integra la positividad y la confianza, también encontramos capacidad para planear lo que debe hacerse con el fin de alcanzar ese horizonte anhelado. Veamos no obstante más características.

La esperanza es un componente del bienestar psicológico

Lo señalábamos al inicio. Cultivar el sentido de esperanza es clave dentro de la psicoterapia. Al fin y al cabo, lo opuesto a esta dimensión es el miedo, la inmovilidad y esa angustia perpetua en la que solo se ven muros y obstáculos y ningún horizonte.

La psicología positiva siempre ha integrado la esperanza en sus bases porque ve en ella lo que permite el impulso hacia el cambio en el ser humano. Lo logra básicamente por los componentes que la integran:

  • Pensamientos orientados hacia metas y capacidad para planear.
  • Flexibilidad cognitiva. Habilidad para reaccionar ante la incertidumbre y la dificultad siendo capaces de cambiar de enfoques, de buscar diez soluciones para un mismo problema, de ver varias salidas ante una situación concreta.
  • Autoconfianza. Este tercer elemento es muy importante. La persona que mantiene la esperanza no siempre confía al 100% en que las cosas van a ocurrir sean propicias. Esperanza es también confiar en uno mismo y en sus competencias para hacer frente de manera efectiva ante lo que pueda suceder.
Hombre con un globo en la cabeza representando la capacidad para planear

Pensar en positivo mejora la capacidad de planear y la orientación al cambio

Pensar en positivo es entender que necesitamos transformar nuestra realidad en momentos difíciles para lograr el bienestar. Por su parte, quien ve la realidad a través del cristal de la negatividad solo atisba obstáculos y aporta críticas. Necesitamos por tanto edificar mentalmente las bases de una esperanza activa que medie en la capacidad de planear, de proyectar y actuar para transformar el presente.

Así, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Maryland, Estados Unidos, el doctor Thomas Bailey demostró cómo la esperanza y el optimismo mediaban en la calidad de vida de las personas. Una de las dimensiones más destacables que favorece este enfoque mental es que gracias a él atenuamos el impacto de la incertidumbre.

Cuando navegamos por esas épocas complicadas y salpicadas por la adversidad, necesitamos un sentido de la esperanza que nos permita movernos sin el peso del miedo o esa angustia permanente que nos hace pensar lo peor. El no saber qué puede pasar mañana o qué nos espera en el futuro cercano es una de las mayores fuentes de ansiedad, estrés y sufrimiento.

Ahora bien, la mirada esperanzada maneja mucho mejor ese océano de falta de certezas porque asume que lo que tenga que venir no será tan malo. Asimismo, confía en sí misma y entiende que lo mejor es estar preparados, activar la capacidad de planear para desarrollar estrategias y ser entonces más proactivos y menos pasivos.

Reflexionemos en esta herramienta de vida y hagámosla nuestra en este momento. Nuestro bienestar lo merece.

Valeria Sabater